LA LEGISLACION ESCOLAR Ministerio de Instrucción Póblica r Previsión Social BIBLIOTECA ARTIGAS Art. 14 de la Ley de 10 de agosto de 1950 COMISION EDITORA Prof. Juan E. Pivel Devoto Ministro de Instrucción Pública María Julia Ardao Directora Interina del Museo Histórico Nacional Dionisio Trillo Pays Director de la Biblioteca Nacional Juan C. Gómez Alzóla Director del Archivo General de la Nación Colección de Clásicos Uruguayos Vol. 51 José Fieobo Várela OBRAS PEDAGOGICAS La Legislación Escolar Tomo I Preparación dd texto a cargo de Josí Pedro Barrám y Benjamín Nahum JOSE PEDRO VARELA OBRAS PEDAGOGICA^ LA LEGISLACION ESGOILjj^S TOMO I MONTEVIDEO 1964 LA LEGISLACION ESCOLAR I ADVERTENCIA DE LA 1* EDICION La publicación de este libro mandada hacer por la Comisión de Instrucción Pública de Montevideo, ha- ce necesaria una ligera explicación, que salve las res- ponsabilidades en que, sin ella, pudieran incuirír los señorea que componen esa Comisión. En una de las sesiones ordinarias de la Comisión hicímosle saber que teníamos el propósito de someter a la consideración del Gobierno un Proyecto de Ley General de Educación Común, que habíamos confec- cionado, y que desearíamos acompañarlo con el volu- men de observaciones y comentarios que habíamos escrito para explicar y desarrollar las ideas que nos habían servido de base. Con motivo de esa indicación, la Comisión de Instrucción Pública se reunió poco después en sesión extraordinaria, sin que asistiéramos nosotros a esa sesión, y resolvió que la publicación del volumen que lleva por título La Legislación Escotar fuera hecha por la Comisión de Instrucción Pública. Esa resolución no importaba prestar su aprobación al Proyecto de Ley, ni al volumen que lo acompaña, puesto que la Comisión no conocía el Proyecto, ni La Legislación Escolar. Juzgando por nuestros trabajos anteriores, la Co* misión, de Instrucción Pública creyó que habría con» veniencia en la publicación de este libro y del Pro- yecto de Ley que lo motiva, pero sin hacerse solidaria de laa ideas vertidas en La Legislación Escolar y íot- muladas en nuestro Proyecto de Ley. [3] JOSE PEDRO VARSIiA Hemos creído conveniente hacer esta declaración espontánea en el deseo de evitar responsabilidades, en que no ha incurrido, a la Comisión de Instrucción Pública que tenemos el honor de presidir. En cuanto a nuestra responsabilidad personal cree- mos conveniente también hacer una ligera explicación que se justifica bien por las circunstancias en que este volumen aparece. Ni el Proyecto de Ley de Educación Común, ni La Legislación Escolar son una improvisación, a la que hayamos dado forma para responder a exi- gencias del puesto de Director de Instrucción Públi- ca, que desde hace tres meses desempeñamos. No: la idea de formular un Proyecto de Ley General de Educación para nuestro país, la tenemos desde hace ocho o diez años, ya que datan de 1868 las primeras notas que tomamos al emprender los estudios que nos han conducido al resultado que ofrece el Proyecto de Ley, que hemos presentado al Gobierno actual. En cuanto ai volumen que lo acompaña, lo escribimos durante el año 75, ocupando en sü redacción las lar- gas y monótonas horas de una prolongada reclusión, que los sucesos políticos de aquella época nos obliga* ron a soportar, ya que no queríamos tomar en ellos una parte activa. Los sucesos políticos de marzo de 1876, nos encontraron con nuestro trabajo completamente concluido: y al publicarlo ahora, no hemos querido introducir en él modificación alguna, temerosos de que, si lo hubiéramos hecho, hubiesen ejercido in- fluencia en nuestro espíritu los acontecimientos que actualmente se desarrollan en nuestro país. Pudiera creerse por algunos que toda la primera parte, y especialmente el capítulo IV de La Legislación Escolar, ha sido escrita teniendo en cuenta el debate W LA LEGISLACION ESCOLAR que se sostiene actualmente respecto a la prolonga- ción de la dictadura del coronel Latorre; pero seria esto completamente inexacto, ya que esa parte, como el resto del libro, estaba escrita mucho antes de que el coronel Latorre asumiese la dictadura, y aun antes de que hubiera sido vencida la revolución que en- cabezaba el coronel Muniz. No hacemos, pues, un trabajo poKtico, en el sen- tido concreto de la palabra: es decir, no tomamos parte en la política militante de la actualidad con la publicación de la primera parte de este libro. Nues- tras opiniones sobre las causas de la crisis política, no nacen de los acontecimientos que se han produ- cido en los últimos meses, sino de lo que, a nuestro juicio, enseña la historia politica de nuestro país desde que nos hicimos independientes. La única alteración que hemos introducido en La Legislación Escolar al darla a la prensa, es la de fijar el Presupuesto de Gastos de Educación de 1876, en vez de conservar el de 1875 que antes teníamos, y agregar los dos cuadros que van al final del volu- men. En lo demás la obra está íntegra, tal como la habíamos formulado, y definitivamente concluido en diciembre de 1875. Sirvan estas explicaciones para evitar interpreta- ciones torcidas y juicios erróneos. Montevideo, junio 28 de 1876. José Pedro Várela [5] NOTA AL SEÑOR MINISTRO DE GOBIERNO, ENVIANDOLE EL PROYECTO DE LEY DE EDUCACION COMUN Señor Ministro de Gobierno, don José María Montero (hijo). Montevideo, Junto 2B de 1876. Señor Ministro: Me permito elevar a V. E., rogándole versidad; -pero ni entonces, ni después, ni antes, hay una sola ley relativa a la instrucción primaria, pública y gratuita, votada por la Asamblea. Parece que, absorbidos por otras cuestiones, en su sentir de más vital interés, los cuerpos deliberantes de nuestro país no hubieran tenido tiempo de preocuparse de las es- cuelas públicas. Con esto, señor Ministro, no formulo un cargo contra los hombres públicos de mi patria: constato un hecho del que Y. £. sacará las conse- cuencias que juzgue legitimas, y nada más. Pero no es sólo que la Asamblea no haya dictado una sola ley sobre instrucción primaria pública; es que tampoco se han presentado a las Cámaras más proyectos sobre esa materia, (al menos hasta donde en mis pacientes averiguaciones he podido constatarlo) que el presentado a la Cámara de Representantes en 1868 por el señor don Isidoro De-María, anteriormen- te Inspector de escuelas del Departamento de Monte- video, y el presentado a la misma Cámara en 1873 por el distinguido e ilustrado ciudadano don Agustín de Vedia. Los demás proyectos relativos a instrucción primaria pública presentados a cualquiera de las dos Cámaras, desde la época de nuestra independencia, no se han propuesto organizar toda la instrucción [11] JOSE FESnO VAHELA prixaaría publica, sino responder a esta o aquella necesidad real o aparente, pero siempre de detalle. En resumen, pues, sólo los señores De-María y Vedia han presentado a la Cámara proyectos relativos a la organización de la instrucción pública, y los proyectos de esos señores están todavía por discutirse, y aún por estudiarse, si no rae engaño, por las respectivas Comi- siones de la Cámara a que fueron confiados. No es, pues, un espíritu pesimista, sino una obser- vación imparcial de los hechos y un sincero acata- miento prestado a las severas lecciones de la experien- cia, los que me han inducido a decir que no debe abrigarse, juiciosamente, la esperanza de que las futU' ras Asambleas resuelvan, en nn porvenir inmediato, la importante cuestión de la organización de la ense- ñanza pública en nuestro país. Antes que las curatio- nes de instrucción pública, han de preocupar el espí- ritu de los hombres políticos que dirigen nuestras Asambleas, las cuestiones financiero-económicas, las cuestiones políticas que estén a la ordem del día, las cuestiones constitucionales que las dos Legislaturas inmediatas siguientes están llamadas a resolver. Podrá esperarse que la futura Asamblea dicte, con respecto a instrucción pública, alguna ley de detalle que se formule en unos cuantos artículos, y se discuta y san- cione en una sesión; pero no puede juiciosamente creerse que tenga el tiempo y la tranquilidad de espí- ritu necesarias para discutir y sancionar una ley ge- neral de educación común, que ocuparía muchas sesiones, que pondría en tela de juicio muchas cues- tiones arduas, y que obligaría a las Cámaras a dejar en segundo término asuntos y materias, menos impor- tantes sin duda para los intereses permanentes de la República, pero que se presentan con caracteres apre* [12] LA. LEGISLACION ESCOLAS luiantes para los que viven en medio a las agitaciones de la política militante, o para los que no tienen en cuenta más que las exigencias palpables de una situa- ción cualquiera. Si esto es exacto, y me atrevo a espe» lar que estas observaciones tengan una evidencia que se imponga por sí sola, es el Gobierno Provisorio el único que puede resolver la cuestión de la organiza* ción de la enseñanza pública en nuestro país, haciendo para una Ley General de Educación Común lo que se hizo en ^ocas anteriores para la promulgación de los Códigos Civil y Comercial. Comprendo, señor Ministro, cuánta y cuán grande sería la responsabilidad del Gobierno Provisorio si adoptara una resolución semejante; y aún cuánta y cuán grande, para ante la opinión imparcial de su país, es la responsabilidad del ciudadano que se per- mite aconsejarla, en nombre de los más caros y los más vitales intereses de su patria. Por mi parte, esa responsabilidad no me intimida, ya que, asumiéndola, tengo el intimo y profundo convencimiento de que concurro a la realización de los más patrióticos y los más legítimos propósitos. No quiere decir esto, sin embargo, que al elevar a conocimiento de V. E. y del Gobierno de que forma parte, el adjunto Proyecto de Ley de Educación Co* mún, tenga yo la insana pretensión de creer que he realizado un trabajo perfecto, ni aun que es sólo con el Proyecto de Ley presentado por mí, que puede re- solverse el problema de la organización de la ense- ñanza pública en nuestro país. Muy lejos están de mi semejantes ideas. El Proyecto de Ley que someto a la consideración del Gobierno es el fruto de largos años de estudios, seguidos con inalterable constancia al través de todas las vicisitudes de la vida; he hecho, para perfeccionarlo, cuanto con mis facultades y mis 113] JOSB PEDRO VAREUl conocimientos he podido; pero no se me oculta que ha de adolecer de muchos defectos y de muchas im- perfecciones, como no se me oculta que otros, con más inteligencia y más ilustración que yo, podrían haber realizado un trabajo más acabado. Si, a pesar de eso, lo someto a la consideración del Gobierno Pro- visorio, con el propósito y la esperanza de que le preste su sanción, convirtiéndolo en ley de la Repú- blica, en virtud de las facultades ordinarias y extra- ordinarias que inviste, es porque en el terreno elevado y tranquilo de la educación del pueblo, quiero con- currir, en la medida de mis facultades, al mejora- miento de mi país; y porque tengo el profundo con- vencimiento de que el Gobierno Provisorio realizaría un grande y fecundo esfuerzo en pro de la regenera- ción de la patria, si resolviese, de una manera más o menos perfecta, el problema de la organización de la enseñanza pública en nuestro país, dándole bases sólidas y abriéndole un vasto campo de acción. Acaso en medio al torbellino de las agitaciones del presente, los que llevan la voz y la palabra en las manifesta- ciones de la vida pública no prestaran hoy toda su importancia a una resolución semejante tomada por el Gobierno Provisorio; pero no es dudoso que el fallo tranquilo e imparcial del historiador futuro la juzgaría, si no como la más fecunda, como una de las más fecundas resoluciones tomadas por los gobiernos de la República para responder a las necesidades más permanentes, más supremas y más vitales de la pa- tria. No es raro, pues, que creyéndolo, aspire a ligar mi nombre a un acto que, a mi juicio, honraría y dignificaría a cualquier ciudadano, por elevada que sea su posición y por alta que esté su personalidad. V. E. ha demostrado de una manera d* -raasiado evi- dente el elevado interés que le inspira la instrucción [14] LA LEGISLACION ESCOLAB pública, y la decidida voluntad con que sabe apreciar sus legítimas exigencias, para que crea yo innecesa- rio esforzarme en demostrar que la cuestión de la educación del pueblo, para la República Oriental, como para todos los pueblos civilizados, es, en nuestra época, una cuestión de vida o muerte: y que de su solución, y aun de su solución inmediata, de- pende la solución radical de todos los problemas que entraña la difícil y desconsoladora actualidad de la República. Por lo demás, señor Ministro, en el caso de que el Gobierno Provisorio no creyera deber prestar su aten- ción al adjunto Proyecto de Ley, ni a las indicacio- nes de esta nota, séame permitido creer que puedo escudar lo que haya de inusitado en esta comunica- ción, tras de la espontaneidad y el desinterés que me guían. No ignora V. E. que no he sido encargado por autoridad alguna para formular ese Proyecto de Ley de Educación Común, y que no he recibido, ni pre- tendo, ni quiero recibir ninguna compensación por el trabajo que, espontánea y voluntariamente, rae he impuesto; lo he hecho, y lo hago en el deseo de ser- ^ vir a mi país^ sin esperar más recompensa que el aplauso de los espíritus imparciales, si es que lo me- rezco, y el aplauso de mi propia conciencia satisfe- cha con amar y realizar el bien. Rogando a V. K. quiera llevar esta comunica- ción y el adjunto Proyecto de Ley a conocimiento del Gobierno de que forma parte, y prestar a ambos docu- mentos la atención que a su juicio merCEcan, saludo atentamente al señor Ministro a quien Dios guarde muchos años. José Pedro Várela [15] PLAN GENERAL El campo abierto por la filosofía a las investigacio- nes del espíritu humano no tiene más limites que los señalados a la adquisición de la verdad por las leyes inmutables que rigen esa misma naturaleza. Buscar y descubrir la verdad es el objetivo que solicita los es- fuerzos de las investigaciones filosóficas: cuando la ha descubierto, cuando la ha observado y la ha puesto en evidencia a los ojos de todos, la filosofía ha con- cluido su obra. El tiempo y el espacio, las opiniones de los antepasados y los contemporáneos, si ejercen alguna influencia en el espíritu de los que investigan la verdad, en nada influyen en la verdad misma, en lo que genuinamente la constituye. Lo que era verdad en tiempo de Zoroastro lo es hoy mismo y lo será hasta la consumación de los siglos: y la verdad que iba en- cerrada en las célebres palabras de Galileo: E pur si muove, era tan exacta e intrínsecamente tan completa cuando el famoso astrónomo soportaba la tortura por confesarla, como lo es hoy que todos los espíritus ilus- trados la reconocen^ y como lo será cuando no haya sobre la superficie de la tierra una sola inteligencia que la desconozca. Ser inmutable es el carácter distintivo de la verdad, y si en la evolución incesante de las so- ciedades humanas va dejándose el camino sembrado de errores, que hoy se reconocen y que ayer se consi- deraban como destellos de lo verdadero, no es esto porque sea vaiiable la verdad sino porque es resultado natural de la falibilidad del espíritu humano considerar y reconocer hoy como verdades, por ignorancia, lo que [17] JOSE PEDRO VARIILA vemos mañana que son errores, auxiliados en nuestras investigaciones por más fuertes poderes mentales, o por más hábiles procederes. Pero si son esos los límites seií alados a las especula* cienes doctrinales de la filosofía, otros, y muy diver- sos, son los que la razón y la experiencia señalan a la legislación positiva. Esta, en su labor, tiene que ob- servar el estado actual de las sociedades para las cuales legisla, y hacer, por decirlo así, que la verdad oficial se aproxime en cuanto sea posible a la verdad verda- dera, o a la que a lo menos sea considerada así actual- mente, o en otras palabras, que la ley sea tan perfecta como pueda serlo, siendo practicable. Como toda cien- cia que obra en tiempo y espacio determinados, la legislación no sólo considera al hombre en abstracto, tal como lo ha formado la naturaleza, sino también en concreto tal como lo ha modelado la sociedad en que vive: observa y armoniza lo que debe y lo que puede hacerse, tiene en cuenta la naturaleza humana en su plenitud, en toda la perfectibilidad de que es susceptible, pero la considera también, y muy espe- cialmente, en el estado en que en la actualidad ge pre- senta. Intrínsecamente hablando, los principios y doctrinas serán tan exactos en las tribus salvajes del Africa, como en las más adelantadas sociedades cris- tianas; pero ningún espíritu ilustrado podrá sostener que la Constitucióp de los Estados Unidos seria buena para la nación de los cafres o los patagones. La ley positiva es un instrumento, y todo instrumento para ser útil tiene que adaptarse a las exigencias de aque- llos que han de emplearlo. La utilidad de las leyes, su bondad práctica, resulta de esa adaptación del ins-> trumento al sitífioe que de él se sirve. La mejor ley seria aquella que en 1& ascensión al ideal, ea la aspi- LA LEGISLACION ESCOLAB ración a la perfección de los piincipios doclrinaleg, llegase al nivel máximo a que pudiera alcanzar actual- mente el pueblo que debiera ser regido por esa misma ley: de manera que ésta debe elevarse a medida que se eleve la sociedad regida por ella, conservándose siempre una misma distancia que sea bastante para estimular los esfuerzos del progreso por la aspiración al ideal señalado como punto de mira, y no tanta que engendre la postración del desencanto y el abandono del desaliento considerándose el ideal por lejano, in- accesible. Son estos principios e ideas generales los que nos han servido de base. Para nosotros es regla invariable que toda ley para ser justa y conveniente, progresista y útil, necesita apoyarse en principios y doctrinas exactas y ser practicable. Demostrar la bondad de las doctrinas y la practica- biüdad del proyecto de ley que presentamos es el ob- jeto de este libro, cuyo plan general es el siguiente: PRIMERA PARTE I>« nuestro estado actual y sus causai I. Causas de las crisis económica, política y finan- ciera. II. Peligros que entraña nuestro estado actual. SEGUNDA PARTE Principios generales I. Combinación de la acción pública y de la inicia- tiva local. 11* Independencia absoluta de las rentas y de la administración de la educación. [19] J-OSE PEDBO VABELA TERCERA PARTE Aplicación de los pzincíplos I. Proyecto de ley, organizando un sistema de edu- cación común para la República Oriental del Uruguay, y comentario de algunos artículos. II. Demostración de la practicabilidad de la ley apoyándose en la estadística y en el ejemplo de otros países que se encuentran en las mismas condiciones que el nuestro. La Primera Parte comprenderá un estudio sobre las causas permanentes y esenciales del estado en que ac- tualmente nos encontramos; y la indicación de los pe- ligros que nos amenazan sí persistimos en continuar por el camino seguido hasta ahora. La Segunda Parte enunciará los fines y ventajas de aunar los esfuerzos del Estado y de las localidades para poder realizar toda la obra de la educación, y la designación, en cada materia, del límite a que debe llegar la acción del Estado y la de las localidades. La Tercera Parte contendrá, además del Proyecto de Ley, los comentarios que sean indispensables para anti- ciparse a algunas observaciones que podrían hacerse a varios artículos, cuyo alcance se apreciará mejor conociendo las razones que los han dictado ; y la prue- ba práctica de que la República Oriental puede hacer, sin grande esfuerzo, los sacrificios que serian necesa- rios para pdner esa ley en ejecución. [20] PRIMERA PARTE DE NUESTRO ESTADO ACTUAL Y SUS CAUSAS CAPITULO I ConsIdeTaciones preUminares Aun cuando el momento en que la bancarrota se ha pronunciado ya no sea el más propicio para fonnar un balance exacto del estado en que se encuentran, es, sin embargo, el que muy a menudo eligen para ha- cerlo, así los individuos como los pueblos. La catás- trofe ha venido anunciándose desde largo tiempo: las dificultades han sido cada vez mayores: la lucha se ha hecho más continuada y más ruda; pero, se ha conservado la esperanza, y la hora de la bancarrota se ha creído siempre lejos. Esta llega, sin embargo, y es larde ya cuando ee mira detenidamente y se dei^cu- bre en toda su profundidad el abismo que se ha abier- to a nuestros pies. La voz de los amigos que, de vez en cuando, señalaban los peligros y trataban de sepa- rarnos del precipicio, ha sido considerada como resul- tado de sugestiones importunas unas veces y de pue* riles temores otras: y ahora, cuando la catástrofe se ha producido, se recuerda con dolorosa tristeza, sin- tiendo no haberla escuchado cuando había tiempo to- davía. Lo mismo sucede a menudo con las naciones. Una prosperidad aparente las anima y siguen gozosas su carrera: llegan las primeras dificultades, las luchas, las asperezas, y éstas se consideran pasajeras y sin impor- tancia, desdeñándose la voz de los que gritan ¡Alerta! y de los que señalan el precipicio. Se reconoce la ver- dad de las observaciones generales que se formulan, [23] JOSE PEDRO VARELA y se acepta que determinadas causas deben producir determinados efectos; pero parece que, sin conciencia de lo que se hace, se pretendiese a veces que se alte- rara en favor nuestro el cumplimiento de las leyes naturales. Estas no se alteran, sin embargo: los mila- gros no se presencian ya en nuestra época, y unas mis- mas causas continúan produciendo unos mismos efec- tos; a despecho de nuestras aspiraciones falaces, y de las doctrinas irrisorias que inventamos para satisfacer un amor propio mal entendido, y para buscar explica- ciones a nuestro extravío. Creerán algunos, tal vez, que es demasiado tarde para que tratemos de damos cuenta del estado en que nos encontramos, y de buscar las causas verdaderas que lo han producido, con el objeto de combatirlas y, si es posible, hacerlas desaparecer: para nosotros, a pesar de la inmensidad de los males que nos aquejan, de la multitud de obstáculos que se presentan y de lo debilitadas que se hallan nuestras fuerzas, no es dema- siado tarde aún, para que tengamos el valor de mirar de frente, sin cobardías y sin ambages, la situación angustiosa en que se encuentra la República. Creerán algunos, los más bondadosos, que al hacerlo en estos momentos realizamos un trabajo estéril: creerán otros que olvidamos las inspiraciones del patriotismo atri- buyendo a la patria males que sólo son imputables a algunos de sus malos hijos: y no faltará también quien crea que renegamos del culto de las buenas ideas estu- diando nuestras desgracias y proponiendo remedios para ellas, cuando densas y cargadas nubes enlugubre- cen el horizonte político de la República. Se raciocina entre nosotros de una manera tan extravagante, que se sostiene que es precisainente cuando el mal llega a su [24] LA. LEGISLACION ESCOLAR mayor intensidad cuando menos esfuerzos debe hacerse para conjurarlo. La ¡política militante, esa política del momento actual en la que todos entienden y todos in- fluyen, y que hace consistir todos nuestros males y todas nuestras desgracias en la presencia o el aleja- miento de uno o de unos cuantos hombres, extiende su acción a todas las esferas de la actividad humana, y a poco más el pensamiento tiene que permanecer mudo, como si la vida hubiera cesado, mientras no llega la hora ansiada de la reacción y del triunfo. Así se pretende subordinar todo a las intermitencias de la política militante, y aplicar las leyes esencialmente transitorias, e inestables de las pasiones y de las exi- gencias políticas del momento, aún a las necesidades más permanentes, má¿ continuas y más inmutables de las sociedades humanas: a poco más se pretendería que los médicos dejaran de atender a sus enfermos, y los maestros abandonaran a sus alumnos, cuando estas o aquellas personalidades caen, estrepitosa o silencio- samente, del poder. Se creería que un cambio de go- bierno, o mejor dicho, un cambio de personal en el gobierno, transforma las condiciones esenciales de la vida de un pueblo: y que éstos o aquellos individuos que ocupan temporalmente la dirección civil de la so- ciedad, tienen el don misterioso de alterar a su antojo las leyes que presiden al desarrollo de las agregacio- nes humanas: se creería, por otra parte, que las nacio- nes viven menos que los individuos, y que uno, dos o diez años que no bastan para destruir los caracteres geniales de un hombre, bastan para transformar los rasgos geniales de un pueblo, haciendo hoy rica, feliz, ilustrada y grande a una comunidad que era ayer pobre, desgraciada, ignorante y pequeña. [25] JOSE PEDRO VABELA No es eso, sin embargo, lo que natural y lógica- mente puede deducirse de las leyes que presiden al desenvolvimienlo de las sociedades, ni lo que con vivi- dos caracteres presenta la historia de todos los países. Las transformaciones sociales son lentas y se produ- cen regularmente, a despecho de las mutaciones tran- sitorias de los gobiernos, mientras continúan obrando las causas generadoras que las producen: en tanto que dejan de producirse cuando esas causas desaparecen, sin que los cambios de gobierno influyan más que de una manerá secundaria, sea en el sentido del bien o en el del mal« Y la razón de esto es bien sencilla: los go- biernos no son causa del estado social, sino efecto de ese mismo estado. Evidente prueba de esta verdad nos ofrecen la Fran- cia, la España y las Repúblicas sudamericanas, por una parte: y la Inglaterra, los Estados Unidos y la misma Alemania, por la otra. En aquellas naciones, el pueblo trabajando por aspiraciones vagas, para él incomprensibles, hase agitado constantemente sin po- der llegar nunca a conquistar el anhelado ideal. Cada sacudimiento, por hondo que sea, tiene como resulta- do natural un gobierno que responda al estado social de la nación. ¡Cuán honda es la crisis que sufre la Francia en los últimos años del siglo pasado y, sin embargo, viene a terminar con el restablecimiento de la monarquía borbónica! ¡Cuán honda la que la conmueve el año 30 y más aún el año 48, y concluye, sin embargo, la primera con el advenimiento de Luis Felipe, y la segunda con el golpe de Estado del 2 de diciembre! La Francia, no obstante, en lo que va corrido de este siglo ha ido elevando progresivamente el nivel intelectual de su pueblo: aunque poco, la edu> [26] LA LEGISLACION ESCOLAR cación Be ha difundido en ella, j loa progreeoa d« la industria y de las artes indostríalee han auxiliado el trabajo educador de las escuelas: así tras la hondísi- ma crisis de 1870 la Francia llega a ese intermedio entre la monarquía y la república que se ha llamado el Septenado, y acaso después de éste, de ochenta años de esfuerzos para transformar las condiciones de su pueblo, llegará al fin a la república oligárquica, que le sirva de preparación para la verdadera república. Menos feliz que ella la España después de sus luchas, de su sangre vertida, de sus tesoros malgastados, ha vuelto al fin al punto de partida^ y cual si eso no le bastara, el carlismo sigue en el campo del combate, bastante vigoroso todavía para que haya podido man- tenerse durante años enteros, sin que aún hoy se pueda predecir con seguridad si será definitivamente vencido o si definitivamente triunfará. Quien conozca cl estado de relativa ignorancia y de atraso en que se encuentra la España no tiene por qué sorprenderse de que tales hechos se hayan producido y continúen produciéndose. En sentido contraiio, la Inglaterra, progresando constantemente, marcha tranquila y robusta, aproxi- mándose cada día más a la forma definitiva de los gobiernos libres, y consen^a siempre ima libertad, unas garantías y una estabilidad que en vano pretenderían disputarle las repúblicas enfermas de la América del Sur. Hijos de la Inglaterra, y sin los inconvenientes que encuentra ésta en los hábitos y en las tradiciones de una sociedad vieja, los Estados Unidos realizan el mi- lagro, casi único en el mando, de una república de- mocrática que vive tranquila, libre y feliz. Sus escuelas explican su tranquilidad, su libertad y su grandeza. [27] 3 JOSE PEDRO VARELA La Alemania, y especialmente la Prusia, cuyo siste- ma de escuelas que ha servido de tipo a toda la Ale- mania, funciona regulannente desde hace largo tiempo, reorganiza ese sistema después de los desastres sufri- dos a principios del siglo, y a la vez que pone en prác- tica los métodos y sistemas de educación más adelan- tados, regimenla su pueblo, preparándolo para esa grande manifestación de poder y de fuerza que se hace evidente en la campaña franco- alemana de 1870-71. Las escuelas alemanas explican también los triunfos de la Alemania: su unidad de acción, la armonía de los esfuerzos realizados a un mismo tiempo por el go- bierno, por el pueblo, por los sabios y pensadores ale- manes para llevar a cima la grande obra que se ter- mina con la capitulación de París. Y el fenómeno presentado por la Prusia en seguida de la derrota de Jena, empieza a producirse en Fran- cia después de los contrastes que acaba de sufrir. Se hace sentir en ella un movimiento enérgico para difun- dir y mejorar la educación del pueblo, de manera que se llamen a una vida activa todas las fuerzas vivas de la nación, s, la vez que se forme el sentimiento robusto de tomar la revancha, cuando la Francia, por continua- dos e inteligentes esfuerzos, llegue a hacer desaparecer la inferioridad relativa en que se encuentra hoy con respecto a la Alemania. Si ese movimiento se continúa con tesón, si los esfuerzos que ahora se realizan no se abandonan más tarde, no es acaso difícil suponer que la Europa presenciará en los primeros años del próxi- mo siglo una lucha titánica entre las dos grandes na- ciones continentales, que desde hace siglos vienen arre- batándose una a otra las provincias limítrofes. En cuanto a las repúblicas sudamericanas, encuén- trase también en el estado de sus escuelas la explica- [28] LA LEGISLACION ESCOLAB cíún elocuente de la anaiquía en que viven, y no hay por qué sorprenderse de ello cuando se conoce su rela< tiva ignorancia, su atiaso, su falta de hábitos ]aborio« sos e industriales. No son, pues, los malos gobiernos los que hacen la desgracia permanente de las naciones; es el estado so- cial de esas mismas naciones el que marca el tipo que deben tener sus gobiernos. Fuera, sin embargo, erróneo establecer esa regla de una manera absoluta e invariable, en el sentido de que todos los gobiernos de un pueblo son iguales, y de que es indiferente que sean estas o aquellas influencias las que dirijan el gobierno de la sociedad en ciertos momentos dados de la historia. Cualquiera que sea el estado en que se halle un pueblo, habrá siempre gradaciones en la bondad o maldad de sus gobiernos; es decir, que las sociedades atrasadas, por ejemplo, no llegarán nunca^ mientras se conserven en el atraso, a tener gobiernos como los que dirigen a los pueblos más educados: pero en los que tengan habrá unos que se aproximen al extremo míe- xior y otros al extremo superior del radio en que los gobiernos de ese pueblo tengan que agitarse, según el grado de cultura o de atraso en que ese mismo pueblo se encuentre. Es, pues, relativamente secundaria la acción de los gobiernos, y es tan erróneo atribuirles exclusivamente la felicidad o la desgracia de las naciones, como lo es atribuir la desgracia propia a los malos consejos y no a uno mismo que los pide, o los acepta, los escu- cha y los sigue. Efectivamente; si son los malos gobiernos la causa de las desgracias de las naciones, ¿cómo se explica que diez y seis millones de hombres, que se dividen en [29] JOSE PEDRO VARELA oatoroe repúblicas j ocupan toda la extensión do la. América del Sur, no hayan conseguido hasta ahora, en sesenta años de vida independiente, instalar un solo gobierno bueno, que sea viable, a pesar de sus cam- bios constantes, de sus agitaciones, de sus luchas, de su anarquía? ¿No será más bien porque esos gobier- nos no son causa, sino efecto del estado en que esas repúblicas se encuentran? Y tras de una experiencia tan larga y tan dolorosa, en vez de persistir en ese error que hace un infierno de la vida de los pueblos ignorantes, democráticamente constituidos, ¿no debié» ramos reconocer que la desaparición de los malos go- biernos es imposible, mientras no desaparezcan los pueblos ignorantes, atrasados y pobres, que los hacen posibles, que los levantan, los sostienen y los explican? £s indudable que los gobiernos pueden concurrir en el sentido del bien o en el del mal; pero su acción es siempre secundaria, transitoria e inestable. Es en la sociedad misma, en su constitución, en sus hábitos, en su educación y en sus costumbres donde deben bus- carse las causas permanentes y eficientes de la feli- cidad o la desgracia de los pueblos. Persiguen, pues, una quimera irrealizable los que en el terreno de la política militante aspiran a elevarse más allá del nivel máximo a que pueden alcanzar los gobiernos con arreglo al estado del pueblo que deben regir. Realizan esfuerzos fecundos y patrióticos los que, en ese mismo terreno, luchan para destruir los obstáculos que entorpecen el advenimiento de los me- jores gobiernos actualmente posibles; pero no son me- nos respetables, menos fecundos, ni menos patrióticos los esfuerzos de aquellos que, abandonando la esfera de las agitaciones transitorias de la política, tratan de combatir las causas fundamentales, permanentes, de las [30] LA LEGISLACION ESCOLAR desgracias de la patria; los que, sin perjuicio de que se mejoren los gobiernos, quieren que se mejoren prin- cipalmente las condiciones del pueblo; los que en vez de detenerse en la superficie, bajan al fondo, y obser- van los cimientos para encontrar las causas que ha- cen tambalear el edificio. Dejamos, pues, a otros que se agiten en aquel te- rreno, demasiado a menudo iluminado por el incendio de las pasiones, para que sea posible conservar siempre la tranquilidad de espíritu que es necesaria para que ni la mano, ni la pluma, ni el corazón, tiemblen al hacer la autopsia del cuerpo enfermo que se presenta ante nuestros ojos; y vamos a tratar en este libro de continuar nuestros estudios educacionistas, averiguan- do las causas radicales del estado en que nos encon- tramos, como base que nos sirva de apoyo para formu- lar después nuestras opiniones con respecto a los me- dios de combatir los graves males que nos aquejan. CAPITULO II Estado actual Es de todos conocido el sistema que con respecto a la educación del pueblo hacía predominar la España en sus colonias de América. El comercio de libros estaba prohibido: las escuelas eian escasísimas y en ellas no se permitía enseñar más que los conocimientos rudimentarios (lectura, escritura y catecismo) : hasta mil ochocientos seis no se conocía en estos países pe- riódico alguno, y recién en esa fecha apareció la Ga- ceta de Buenos Aires, que constaba de cuatro páginas del formato de este voliunen, impresas en un papel negruzco y áspero que ya no se ve hoy en ninguna [31] JOSE PEDRO VARELA parte: es fácil comprender lo que un periódico en esas condiciones podría ofrecer de interés a las desgracia- das poblaciones a quienes estaba encargado di* ilus- trar. Las comunicaciones con España, l,cnn los demás países estaban prohibidas) eran muy lentas e irregu- lares, y el comercio reducíase a lo más imprescindible para llenar las exiguas necesidades de las colonias. El año diez y su movimiento de emancipación en- contró, pues, a toda^ las colonias en el mayor estado de atraso y de ignorancia Este, sin embargo, acen- tuábase algo más aún en Montevideo y las comarcas que de él dependían, porque era Montevideo una sim- ple plaza fuerte que, vecina a Buenos Aires, capital del Virreinato, no tenía habilu alíñente más que la guarnición y la escasa, pobre e ignorante población sedentaria que en ella residía. Baste saber que, com- puesta en su mayor paite de canarios, que fueron los prirailivos pobladores, esa población no alcangaba a más de 3.000 habitantes, y que no era raro que los indios atacaran a los muy escasos y audaces colonos que se animaban a internarse ha%ta los puntos donde se hallan hoy los pueblos de Canelones y Santa Lucía. En 1795, sin embargo, habiaal- mueia. Es intencional y no descuidadamente que sólo recor- damos las pequeñas industrias, aquellas que no requie- ren grandes capitales ni avanzados procedimientos, y que no nos causa extrañeza que enviemos a Europa y a Estados Unidos imestras lanas^ para recibir después de allí log tejidos que necesitamos Seiía absurdo pretender que la República fuera un pueblo fabril. Antes de que tal suceda, si es que algu- na vez ha de suceder, largos años tendrán que trans- currir y muchas y muy grandes transformaciones ha- brán de producirse; pero, parécenos que la falta de esas pequeñas industrias que están, puede decirse, al alcance de todos, demuestra de un modo evidente cuán 136] LA LEGISLACION ESCOLAR grande es nuestra falta de hábitos industriales, nuestro descuido con respecto a las fuentes de la pequeña pro- ducción, y lo primitivo y lo atrasado de todos nuestros procederes. No tendríamos más que quererlo para que el país produjera queso y manteca, no sólo para que la impor- tación fuera innecesaria, sino aun para que pudiéra- mos exportarlo al Brasil, a Chile, al Perú. Bastaría quererlo también, para que nuestros campos fueran cubriéndose paulatinamente de árboles frtitales, que servirían de abrigo y adorno a las habitaciones. Por otra parte, la morera crece en todo su vigor en la República y el gusano de seda se reproduce en condi- ciones propicias, exigiendo su cuidado nada más que veinte o veinticinco días en el año. Lo mismo puede decirse de las abejas que se reproducen entre nosotros en condiciones regulares, ofreciendo seguros y profi- cuos resultados a todo aquel que se dedica con inteli- gencia a su cuidado. Y sin embargo, salvo contadas excepciones, la confección de la manteca y del queso, el plantío de los árboles, y la cuida de gusanos de seda y de abejas, sólo se encuentra como pasatiempo de los ricos, o como estudio de los curiosos. Por últi- mo, nuestras fértiles y dilatadas campiñas están espe- rando los agricultores que conviertan a la República en el granero del Plata, libertándonos de esa manera del tributo que pagamos a los Estados Unidos y a Oiile, cuyas harinas vamos a buscar, para recibirlas recargadas con el flete excesivo de larguísimos viajes. No tenemos para qué detenemos más en estos de- talles: los enunciados bastan para demostrar que no hay en la República ni siquiera las pequeñas industrias y los cultivos inteligentes que podría tener con sólo quererlo, si una incuria, un abandono y extravío que [37] JOSE PEDRO VARELA serían inexplicables, si no se explicasen por la igno- rancia, no condenaran a la pobreza a nuestras desgra- ciadas poblaciones, Pero si estamos en un deplorable estado de anarquía en lo que se refiere a la vida política, y en un deplo- rable estado de atraso con respecto a la industria y a la producción del país, ¿estaremos tal vez más ade- lantados en lo que respecta a las ideas generales qiie dominan en nuestra colectividad social? Como toda sociedad nueva que está recién organi- zándose y que tiene que luchar con dificultades natu- rales que resultan de, la despoblación y del desierto, todo está por hacerse y por estudiarse en la República; y sin embargo, tal vez no se han publicado diez obras originales desde que nos hicimos independientes, y de éstas ni la mitad se ocupan siquiera de cuestiones que se ignoren e interese conocer. Estamos a oscuras sobre lo que es nuestro país en su triple aspecto geológico, agrícola y aun social; no sabemos cuál es nuestra po- blación, cómo se distribuye, ni cómo se sostiene: nues- tras necesidades las calculamos aproximadamente, y aproximadamente calculamos los recursos de que po- demos disponer; y como es de suponer, en esos cálcu- los un patriotismo mal entendido hace que aumente- mos exageradamente los recursos, y que disminuyamos con igual exageración las necesidades: muy a menudo las afirmaciones de los más audaces o de los más ig- norantes son las que nos sirven de base. Y si en ese desconocimiento de lo que más nos interesa saber tie- nen mucha culpa los Poderes públicos, mucha tienen también los habitantes todos del país que han seguido el pernicioso ejemplo, sin hacer esfuerzos para reme- diar el mal. [38] LA LEGISLACION ESCOLAR Nuestro único medio de adquirir informaciones j de ilustramos así con respecto a nuestro país como con respecto al movimiento general de las sociedades humanas, es, para la generalidad, los diarios, y para algunos pocos de los más ilustrados los libros france- ses. Por sus mismas condicione* el diario, y especial- mente el diario político, tal como se organiza y se mantiene entre nosotros, no puede responder a tan múltiples necesidades; tiene que reducirse a satisfacer el interés político y la curiosidad pública: por otra parte, nuestros diarios revelan a menudo un grande atraso intelectual. Asi, lo que se refiere al incendio de un buque, como el vapor América y lo que trata de las más arduas y complicadas cuestiones sociales, se estudia y dilucida todo en una o dos columnas de un diario, bajo pena para el que escribe de no ser leído. Podemos decir que todas las mañanas extendemos las cuestiones más vitales en el lecho de Procusto y Ies hacemos sufrir un martirio cruel. Imitamos en esto a la prensa diaria de las otras naciones, pero olvidamos al hacerlo, que en ellas, al menos en las que marchan al frente del mundo moderno, el debate público se completa con los folletos y los libros. Todas las gran- des cuestiones son tratadas y estudiadas en libros es- peciales, mientras que la prensa diaria no hace más que resumir las opiniones para popularizarlas. Entre nosotros, ¿dónde están los libros que traten de todas aquellas materias que más nos interesa conocer? El libro, el folleto y la hoja volante, todo se resume para nosotros en el diario, que nos distribuye de ese modo una dustración general homeopática. Por otra parte, de esa manera todo se halla subordinado a la política mihcante, que es la que anima y da vida al diario, y así, aun las cuestiones más ajenas a esa misma políti- [39] JOSE PEDRO VARELA ca y que con más calma debieran trataise, se diluci- dan al calor de pasiones exaltadas y de sentimientos extraviados. Por último, la fisonomía general de la prensa diaria está lejos de ser lo que debiera, consi- derándola como el único medio de cultura superior que, para la gran generalidad, hay en el país. No hay por qué extrañar, pues, que aun entre las gentes que han recibido lo que se llama una buena educación, se con- serven vivas, como verdaderas, ideas que hace años han sido condenadas, demostrándose su falsedad por este o aquel ramo de las ciencias. En cuanto a la parte más ilustrada de la sociedad, a aquellos que leen algo más que novelas, que buscan lo que se llama libros serios, con el objeto de estudiar y de instruirse, es innegable que, salvo rarísimas excepciones, sólo leen libros franceses, y sólo están al corriente del movi- miento intelectual en los otros países por lo que en la« obras francesas se dice, o por las traducciones que del inglés y el alemán se hacen al francés. Es, pues, el espíritu de Francia el que ha nutrido y nutre la in- teligencia de las clases más ilustradas de nuestro país. Cual sea ese espíritu que ha animado a la Francia en los últimos tiempos, vamos a preguntarlo a la más im- portante de las revistas francesas, la Revue des Deux Mondes, de reciente fecha: «Es por la política y la guerra que la Francia se ha puesto mal, dice ; ^ pero sería un grande error no ver más que la guerra y la po- lítica en las catástrofes de que la Francia ha sido vícti- ma. Esas catástrofes son infinitamente más complica- das. Todo se liga en esos formidables acontecimientos, y lo que no aparece más que como un desastre de las 1. La litteTature et les malheurs de ta France, par Cí. de Mazade. — Revue des Deux Mondes de 15 de octubre de 1875. [40] IxA. LEGISLACION £SCOLAIl armas, es también una derrota del espíritu, de las fuer- zas morales de una nación. Es la crisis suprema y do- lorosa de una saciedad que en la víspera aún podía creerse floreciente, que tenía el orgullo de un ascen- diente casi ilimitado, y que al día siguiente se aper- cibe de que ha perdido todo, que tiene que rehacerlo tüdo, feu fortuna moral e intelectual, con su fortuna militar y política... Lo que no es menos cierto es que en ese grande y engañador trabajo de civilización, que se parece a un drama, todas las debilidades son solidarias: hay corrupciones del espíritu como hay corrupciones políticas: hay decadencia del gusto, del arte, de las ideas, de la imaginación, como hay deca- dencia de las costumbres púlilicos, de las institucio- nes, y llega el día en que confundidas en una derrota común, agotadas de ¿avia y de esfuerzos, las letras mismas, en lugar de contar progresos, se ven reduci- das a confesarse que ellas han faltado, como faltó el genio del gobierno, como faltó la vieja virtud guerre- ra. . . No hay que engañarse, en efecto: la catástrofe ha podido ser súbita, pero el mal no es la obra de un día». No es, pues, como se pretende por algunos, sola- mente bajo el aspecto de la tranquilidad pública que estamos atrás de las demás naciones civilizadas, es también bajo el punto de vista de la vida económica, política y social. No sería difícil demostrar, pero por lo demasiado evidente no queremos ensayarlo, que es en aquello que constituye la verdadera organización en lo que respecta a la garantía de la persona y sus atributos, de la propiedad y de los suyos, que estamos más atra- sados, y esto no como hecho transitorio, sino como hecho constante que se reproduce invariablemente en [41] JOSE PEDRO VARELA toda« la» épocas, deide que noe hicimos independi«n- teUf con tintes más o menos recargados. Las causas del mal que nos aqueja hay que buscai' las, pues, más allá de la acción débil y transitoria de los gobiernos, en hechos permanentes que se produz- can con caracteres bastante definidos, para que sea fácil o a lo menos hacedera su apreciación. La verdad es amarga, se dice a menudo entre no> 50tros< y sólo el decirlo basta para demostrar que ge- neralmente no gusta escucharla. No hay imparcialidad para juzgar las opiniones que se formulan, siempre que se abandona el camino trillado, de atribuir a estos o aquellos los males del país, eximiéndonos nosotros mismos de toda parte de culpa. Por otra parte, sabido es que son precisamente los pueblos pequeños, pobres y atrasados, aquellos a quienes menos Ies gusta que se les diga que lo son, y que necesitan realizar grandes esfuerzos para dejar de serlo. Un diario de Montevideo publicaba hace pocos días la siguiente anécdota: *Un viajero inglés que visitaba el interior del Afri- ca, encontró en sus viajes a un rey negro que tenia como tiono el tronco de un árbol colosal^ y poco des- pués de haberle sido presentado por uno de sus subdi- tos, le pidió permiso para pasear por sus Estados: — ¿Qué piensa de mí la reina Victoria?, dijo el rey negro dirigiéndose al viajero. — Que V. M. es un gran rey, contestó éste sonrién- dose. «¡Si estaría hinchado de pretensiones el tal reyt», agregaba el cronista a manera de apéndice. No pretendemos que deba establecerse comparación alguna entre la nación africana que obedece a ese rey y nuestro país, pero creemos que esa anécdota les [42] LA LEGISLACION ESCOLAR seria muy cocTcniente a los hijos de esto» paísei, si Ia recordaran, cuando se indignan por el desdén con que en Europa se Ies mira, olvidando que ni por sus progresos, ni por su estado, ni por su número son acreedores a mayor consideración de la que se Ies presta. No hay que olvidar efectivamente, que la Re- pública Oriental, toda entera, tiene menos población que una ciudad de tercer orden, y que hasta ahora no hemos agregado una sola palabra al largo catálogo de las conquistas realizadas por el hombre en los tiem- pos modernos. Tenemos una fuerza escasa, muy esca- sa para una nación independiente, y todavía conser^ vamos nuestras poblaciones en la ignorancia, utilizan* do sólo una parte de esa fuerza: y todavía aun, la mal- gastamos devorándonos constantemente los unos a los otros. Nuestras glorias nacionales, de las que con tanto calor solemos hablar, se reducen a las de Arauco: so- moa valientes: no más, sin embargo, que el indomable pueblo que resistió primero a la conquista hispana, y que resiste hoy a la conquista chilena; pero el valor guerrero no es el signo distintivo de la civilización como lo prueba el ejemplo de Arauco que acabamos de citar. Por nue&tra parte, desearíamos encontrar en nuestra historia o nuestro estado actual hechos y ejem- plos que sirviesen para demostrarnos que estaraos en el error : pero los hemos buscado en vano. Presumimos, sin embargo, que si estas páginas llegan a hacerse públicas, no ha de faltar alguno de nuestros compa- triotas que impugne esa opinión tan poco halagüeña, si es que no se la deja morir abandonada en la indi- ferencia con que se miran habitualmente entre no- sotros los libros sobre educación. Aun cuando no ea nuestro propósito dar modelos que sirvan para demos- trar cómo deben contestarse observaciones semejantes, [43] 4 JOSE PEDRO VARELA creemos conveniente traducir las siguientes páginas con que HerLert Spencer contesta a un escritor inglés que sostiene que Inglaterra ha decaído en los últimos tiempos. A nuestro Juicio esa traducción puede servir para que se compare el método que sigue el célebre escritor inglés, y el que a menudo se emplea entre no- sotros cuando se combate a los que bablan del atraso y de la ignorancia de la República. *Del proceder de Mr. Arnold, dice, ^ pasamos a algu- nas de sus opinioneSj empezando por esta : Al inglés le faltan ideas. Mr. Arnold nos dice: Hay el mundo de las ideas y hay el mundo de Ta práctica: los franceses están a menudo por suprimir el uno y los ingleses por suprimir el otro». Mr. Arnold reconoce que tenemos éxito en el dominio de la acción, pero piensa que es ese un género de éxito que marcha junto con la falta de fe en las conclusiones especulativas. Estableciendo así su antítesis entre la teoría y la práctica, admite implíci- tamente que el éxito en la .práctica no depende de superioridad en la teoría. Es un error. Antes del pro- ceder que da un buen resultado, ha habido una idea justa. El éxito de una empresa presupone una repre- sentación exacta de todos los términos, de todas las condiciones, y de todos los resultados — que difiere de la que conducirá a un resultado desgraciado, en que hace discernir claramente todo lo que sucederá en lugar de entreverlo confusa e incompletamente: ha habido una idea superior. Todo proyecto es una idea: todo proyecto más o menos nuevo implica una idea más o menos original: todo proyecto puesto en ejecución implica una idea bastante justa para ser puesta en 1. Introduction á la seience sociále, por Herberi Spencer, París, 1874; publicado a la vez en París, Londres, Nueva York, Lttlpzig 7 San Petereburío,. en francés, inslés, alemán r ruBO, [44] LA LEGISLACION ESCOLAA ejecución: y todo proyecto que tiene éxito implica una Idea bastante justa y bastante completa para que loa resultados ae encuentren de acuerdo con ella. Vemos que una compañía inglesa abastece a Amsteidam de agua: ahora bien, el agua es el elemento de los ingle- ses que han sido hace algunos siglos nuestros maestios en el arte de dirigirla: ¿no tenemos razón para decir que encargándonos del cuidado de desalterar su capi- tal los holandeses demuestran falta de confianza en los resultados teóricos? ¿Se me responderá que es un pueblo sin imaginación? jSea! Tómeme» los italia- nos. Nápoles tenía una necesidad urgente de ser dra- gado. ¿Cómo es que en presencia de una necesidad tan imperiosa ni el gobierno italiano, ni los italianos, habían tenido la idea de tomar la iniciativa de la em- presa? ¿Cómo es que la idea de dragar a Nápoles, en lugar de manar de franceses o de alemanes — puesto que según Mr. Arnold los franceses y "los alemanes tienen más fe en las ideas que nosotros — emanó de una sociedad inglesa que propuso hacer los trabajos a su costa, sin que pagara nada la ciudad? Y cuando sepamos que aun en su propio país los franceses y los alemanes nos abandonan el monopolio de las empre- sas nuevas, ¿qué conclusiones sacaremos de esto res- pecto a la fe relativa en las ideas? Cuando descubri- mos que es una compañía inglesa la que ha iluminado a gas a Burdeos y p Tolosa, ¿no decimos que los ha- bitantes de esas dos ciudades son pobres de ideas? Una sociedad inglesa, la Compañía Hidráulica del Ró- dano, habiendo notado que en Bellegarde el río forma rápidos que no tienen menos de 40 pies de caída, ha construido un canal con el que ha desviado, un cuarto del volumen del agua del río; se ha procurado asi una fuerza de 10.000 caballos que cede a las usinas. Cuan* [45] JOSK PEDRO VABBLA do uno ve esto y se pregunta por qué los franceses no han sacado partido para sí mismos de esa fuente de riqueza, ¿no se ve uno obligado a re&ponder que no les vino la idea, o bien que no les vino bastante neta y bastante definida para decidirlos a tentar la empresa? Y cuando lemontanxos hacia el Noite, descubrimos que no sólo las principales ciudades de Bélgica y Ho- landa, Bruselas, Ambares, Gante, Roterdam, Amster- dam, Harlem, son iluminadas por nuestra Sociedad Continental de Gas, sino que la misma Compañía ilu- mina numerosas ciudades de Alemania, Hanover, Aix- la-Chapelle, Stolberg, Colonia, Francfort, Viena, y que aun la capital del Geist, Berlín, ha debido esperar pa- ra tener luz a que esa Compañía se la diera, ¿no nos vemos obligados a declarar que los ingleses han teni- do más fe en las ideas que los alemanes? Los alema- nes tienen mucha energía, quieren pasablemente el dinero, y no ignoraban que se servían de gas en In- glaterra. Por consiguiente, si ni ellos mismos ni sus gobiernos han querido tentar la empresa, ¿no debe- mos concluir que calculaban mal los gastos o los be- neficios? Las empresas inglesas parten a menudo de una idea que parece lo menos práctica posible: el pri- mer vapor que hizo su aparición en Cobienza en 1817, inaugurando así la navegación a vapor en el Khin, excitó un gran asombro: sucedió lo mismo con el pri- mer vapor que se lanzó a través del Océano Atlántico. Lejos de ser demasiado positivos en la práctica, somos de un idealismo que raya en romanticismo. La idea de volver a pescar un cable del fondo del mar, a más de 5.000 metros de profundidad, parecía digna de las Mit y una noches, no tenía aire de estar eu su lugar en la vida real. La realidad, sin embargo, vino a pro- bar que los que conducían la operación habían puesto [«1 LA LEGISLACION ESCOLAR SUS ideas de acuerdo con los hechos, lo que es la ver- dadera piedra de toque de una imaginación poderosa. «Para mostrar cuán desnuda de fundamento es la opinión de que laa ideas nuevas son menos aprecia- das y menos cultivadas en Inglaterra que en otras partes, tenemoa deseos de enumerar nuestras inven- ciones recientes de todo género; desde las que visan directamente a un resultado material, como la primera locomotora de Trevethick, hasta las máquinas de calcu- cular de Babbage y la máquina de razonar de Jevona que no tienen ningún objeto práctico. Nos contentare- mos con asegurar a los que lean nuestra lista que las invenciones que las componen no ceden ni por el nú- mero, ni por la importancia, a las de ninguna otra nación durante el mismo período de tiempo, y nos abs- tendremos de entrar en los detalles: la descripción de todos esos descubrimientos ocuparía demasiado espa- cio, y además, habiendo tenido su repercusión en la práctica la mayor parte de las invenciones, tal vez Mr. Amold pensaría que no prueban la abundancia de ideas: esta proposición es difícil de sostener, pues an- tes de ser una realidad cada máquina es una teoría. Para prevenir todas las objeciones que se tuviera in- tención de hacérsenos nos limitaremos a los descubri- mientos científicos de que está excluido el elemento práctico, y siendo la impresión general que el pro- greso de las ciencias se ha detenido entre nosotros en los tiempos modernos no tomaremos sino los descu- brimientos posteriores al año 1800. «Empecemos por las ciencias abstractas y busque- mos lo que se ha hecho en Lógica. Tenemos la rápida, pero fecunda exposición de las leyes de la inducción por Sir John Herschell, preludio de su sistematización poT Mr. Mili. Tenemos en la obra del profesor Bain [47] JOSE PEDHO VARELA tratajo» notables sobre la aplicación de los métodos lógicos a las ciencias y a los negocios de la vida. 1.a Lógica deductiva también ha sido desarrollada por concepciones más avanzadas. La doctrina de la cuan- tificación del predicado, enunciada en 1827 por Mr. Ceorííe Bentbara y reproducida después bajo forma numérica por el profesor Morgan, es una doctrina que ■ completa la de Aristóteles: desde que se ha admitido. Be ha hecho fácil reconocer que la Lógica deductiva es la ciencia de las relaciones, que las nociones de especie encierran, excluyen o sobrepasan. Aun cuando no hubiese otra cosa, la etapa de progreso sena consi- derable para una sola generación. Pero csta_lej08 de ser así. En la obra del profesor Boole, Investigaciones - sobre las leyes del pensamiento, la aplicación a la ló- gica de los métodos análogos a los de las matemáticas, constituye un paso mucho más grande en importancia que ningún otro de los que se han dado desde Aristó- teles Así, i cosa extraña! la afirmación citada antes, de que «estamos atrasados en la apreciación y con- quista de la ciencia abstracta», las quejas de Mr. Ar- nold sobre nuestra falta de ideas, todo eso, llega en una época en la que hemos hecho por la mas abstracta y la más ideal de las ciencias, más de lo que se ha hecho en cualquier otra parte y en cualquier otro período del pasado. «En la otra división de las ciencias abstractas, las matemáticas, una reciente nícrudecencía de actividad ha producido resultados bien notables. Aun cuando durante un largo período de tiempo hayamos sido considerablemente retardados por las preocupaciones del patriotismo, y por un respeto exagerado por la fórmula del cálculo - trascendental inaugurada por - Newton, desde que el progreso ha vuelto a empezar, [48] LA LEGISLACION ESCOLAR es decir, desde hace veinticinco años, los ingleses han vuelto a ponerse al frenle del movimiento. El método de los cuaternos de Sir Hamilton es un nuevo instru- mento de investigaciones que, tenga o no la importan- cia que algunos le atribuyen, no es dudoso que agiega una vasta extensión al mundo de las verdades mate- máticas, accesibles a nuestro conocimiento. Tenemos, además, los descubrimientos más notables aún de Cay- ley y Sylvester, sus creaciones y sus desarrollos en el Algebra superior. Jueces competentes e imparciales hanme aseguiado que la teoiía de los invariables y los métodos de investigación que de ella han surgido constituyen un progreso matemático más grande que todos los que se han hecho desde el cálculo diferen- cial. Así, sin enumerar los descubrimientos de peque- ño valor, se prueba superabundan temen te que esa ra- ma de las ciencias abstractas está igualmente entre nosotros en el estado mád floreciente. «Pasando de ahí a las ciencias abstractas concretas, no encontramos que sea más justificada la opinión que Mr Arnold comparte cou otras personas. Aun cuando Huygbens haya concebido la luz como cons- tituida por ondulaciones, se engañaba al concebir esas Ondulaciones como análogas a las del sonido, y estaba reservado al doctor Joung el establecer la verdadera teoría. Por lo que hace al principio de la interferen- cia de los rayos luminosos propuesto por Joung, Sir John Herschell ha dicho: «Encarado como ley física, ese principio es cas' sin igual en lodo el círculo de la ciencia por la belleza, la sencillez y la extensión de las aplicaciones». Y respecto del descubrimiento capi- tal de que las ondulaciones de la luz son transversales y no longitudinales, Sir John Herschell ha declarado que Joung, a quien corresponde el honor de ese des- [491 JOSE PEDHO VARELA cubrimiento, había mostrado «una sagacidad que ha- bría hecho honor al mismo Newton», Nos contentare- mos con nombrar el descubrimiento de la ley de la ex- pansión (le los gases ■por Dalton, el de las leyes de la irradiación por Leslie, la teoría del rocío por Wells, la distinnón establecida por Wollaston entre la can- tidad y la intensidad de la electricidad, el deacubri- miento del electroliso por Nicholson y Carlisle (todos descubrimientoa capitales) y, dejando a un lado a los que han tomado menos parte en los progresos de la física, pasamos a los grandes trabajos de Faraday, el electromagnetismo, la ley cuantitativa del electroliso, la magnetización de la luz, y el diamagnetismo — sin hablar de varios otros de una impoitancia considera- ble. Viene en seguida esa gran verdad que han esta- blecido al fin hombres que viven aún, — la correla- ción y la equivalencia de las fuerzas físicas. Los ingle- ses lian contribuido con una gran parte (según algu- nas personas, fon la mayor parle) a establecer esa verdad. Recordando que en Inglaterra U concepción del calor como un modo de movimiento data de Bacon, que la formuló con una especie de intuición que puede calificarse de maravillosa dado el estado de la ciencia en su época — recordando también que «Locke ha expresado la misma idea con una rara felicidad», lle- gamos a los ingleses de este siglo. Es primero Davy, cuyas experiencias y cuyos argumentos han venido a confirmar de una manera tan concluyente las de Rum- ford: 63 la idea de Roget y el postulado sobie el que razonaba habitualmenle Faraday, que una fuerza no se produce sino a expensas de otra fuerza: es el ensa- yo de Giove en el que el origen de las diversas for- mas de fuerza que se transfoiman una en otra es ilus- trado por numerosos ejemplos; son, en fin, las inves- [50] LA LEGISLACION ESCOLA» ligaciones de Joule por medio de las que estableció las relaciones cuantitativas entre el calor y el movi- miento. Sin extendernos sobre las importantes deduc« Clones sacadas de esa gran verdad por Sir W. Thomp* son, por Radkine, Tyndall y varios otros, nos conten- taremos con hacer notar que es de la más elevada abstracción, lo que muestra una vez más cuán despro- vista de fundamento es la idea que combatimos. «La prueba no es menos coneluyente en la Química. Para compiender la importancia capital del paso dado por Dalton cuando en 1808 reducía el bosquejo de Higgins a una forma científica, basta echar una ojea- da por la Introducción a la filosofía química de Wurtz y observar hasta qué punto la teoría atomística es el fundamento de todos los descubrimientos químicos pos- teriores. No se ha dejado caer en manos extranjeras el desarrollo de esa teoría. Reconciliando la teoría de los radicales con la de los tipos e introduciendo en ella la hipótesis de los tipos moleculares condensados, el profesor Williamson ha sido uno de los principales fundadores de las teorías modernas sobre las combi- naciones químicas. Llegamos en seguida a la concep- ción capital de la atomidad. En 1851 el profesor Frank- land empezaba la clasificación de los elementos según la atomidad. Su sistema tan importante es hoy admiti- do en Alemania por aquellos que lo combatían al prin- cipio, Kolbe, por ejemplo, en sus Moden der modernen Chemie, Cuando pasamos de las verdades químicas de orden general a las que tienen un carácter especial, su historia es la misma. El descubrimiento de Davy sobre las bases metálicas de los álcalis y de las tierras ha producido una revolución en las ideas de los quí- micos. Dejando a un lado los infinitos trabajos que se relacionan con cuestiones especiales de química. [51] JOSE PIEDHO VARELA distinguiremos a causa de su alcance, los descubri- mientos de Andrews, los de Tact y particularmente los de Brodie, sobre la constitución del ozone consi- derado como forma alotrópica del oxígeno: se puede agregar Icj descubrimientos de Brodie sobre las for- mas alotrópicas del carbono, que proyectan una luz tan viva sobre la alotropía en general. Vienen en se- guida los descubrimienlos capitales, tanto generales como especiales, del difunto profesor Graham. Las verdades que ha establecido sobre la hidración de los compuestos, el endosmosis y la difusión de los líqui- dos, la transpiración y la difusión del gas, la dialisa de los líquidos y la dialisa del gas y la condensación del gjts por los metales, son todos de una importancia mayor. Son, sin embargo^ sobrepujados por su genera- lización luminosa sobre el estado cristaloide y el esta- do coloide de la niateiía — generalización que pro- yectando la luz sobre una multitud de otros fenóme- nos, nos ha permitido ver claro en procederes orgá- nicos hasta entonces incomprensibles. Esos resultados, obtenidos gracias a una serie de investigaciones ad- mirablemente metódicas y proseguidas durante cua- renta años, constituyen una revelación nueva de las propiedades de la materia. «No es cierto tampoco que hayamos dejado de ha- cer la tarea que nos correspondía en el progreso de las ciencias concretas. Tomad la primera, la astrono- mía. Aun cuando la astronomía planetaria sólo haya hecho pocos progresos en Inglaterra en el laigo perío- do en que nuestros matemáticos permanecieron atrás: aunque el desarrollo de la teoría de Newton haya sido casi enteramente abandonado a las otras naciones, nuestra actividad se ha despertado en los últimos tiem- pos. Cuando haya nombrado el problema Inverso de [52] LA LEGISLACION ESCOLAR las perturbaciones y el descubrimiento de Neptuno, cuyo honor compartimos con los franceses, habré re- cordado trabajos bastante notables. Hemos hecho mu- cho en la astionomía sideral La concepción de Wright y de Durham sobre la coiislilución estelar había lla- mado tan poco la atención en Inglaterra, que cuando fue enunciada más tarde por Kant (que conocía lag ideas de Wright) y por W, Herschell^ Ies fue atribuida: esto no impide que después de W. Herschell, los traba- jos de John Heischell y de varios otros sobre la astro- nomía sideral hayan contribuido mucho al progreso de ese ramo de la ciencia. Los descubrimientos com- pletamente recientes de Mr. Hugguins sobre las rapi- deces respectivas con que ciertas estrellas se aproximan y otras se alejan de nosotros, han abierto un campo nuevo a las investigaciones: y las conclusiones a que ha llegado Mr. Pioctor sobre el agrupamiento de las estrellas y la marcha de los grupos de estrellas, con- clusiones que se han encontrado de acuerdo con los resultados a que ha llegado Mr. Hugguins por una vía diferente, nos ayudan mucho a concebir la consti- tución de nuestra vía láctea. No debemos olvidar tam- poco todos los trabajos que han contribuido a explicar la constitución física y los movimientos de los cuerpos celestes; Hugguins, Lockyer, y varios otros han dilu- cidado la naturaleza de las nebulosas y los fenómenos que se producen en el sol y las estrellas. ffEn Geología, y sobre todo en la teoría geológica, los progresos realizados por la Inglaterra no son cier- tamente menores — ^buenos jueces pretenden que son mucho mas considerables que los realizados en otras partes. Notemos al pasar que la Geología inglesa re- monta a Ray, cuyas ideas eran infinitamente más filo- sóficas que las que emitió largo tiempo después Wer- [53] JOSE PEDBO VARELA ner: y pasemos a Hutton, con el que ha empezado realmente la Geología racional. A la insostenible hi- pótesis neptuniana, que afirma la existencia en el pa- sado de una acción universal de las aguas, desemejan- te de lo que sucede en el presente, Hutton ha sustituido una acción de las aguas marinas y fluviales, que no ha dejado de obrar como obra a nuestra vista y que es contrabalanceada por una acción ígnea periódica. Ha reconocido que los derrumbes producen las monta- ñas y los valles; ha negado la llamada roca primiti- va: ha afirmado el metaraoríormisrao : ha enseñado el sentido de la no conformidad. Desde entonces hemos hecho rápidos progresos en la misma dirección. Deter- minando el orden de superposición de las capas en toda la Inglaterra, WiUiam Smith ha trazado la vía de las freneralizacioncs positivas: y demostrando que la correspondencia de las capas se determina con más segui'idad según los fósiles contenidos en ellas, que según sus caracteres minerales, ha establecido una base para las clasificaciones ulteriores. La teoría no ha tardado en sacar partido de los mejores elementos obtenidos así. En sus Principios de Geología Lyell ha hecho una exposición completa de la doctrina de la uniformidad, doctrina según la cual la cáscara terres- tre ha llegado a su complicada estructura actual bajo la acción continua de fuerzas semejantes a las que obran aún en nuestros días. Más recientemente, la teoría del profesor Ramsay sobre la formación de los lagos por los glaciers, ha venido a confirmar esa In- terpretación, y sus trabajos, unidos a los del profesor Huxley, han contribuido mucho a ilustrarnos sobre la distribución antigua de los continentes y los océa- nos. Citemos también la Teoría de los temblores de tierra de Mallet — la sola explicación científica que [54] ie haya dado hasta ahora de ese fenómeno. Falta aún un hecho importante que agregar. La crítica ha con- tribuido infinitamente más en Inglaterra que fuera de ella a zapar la hipótesis grosera «de los sistemas» universales de capas, que había sucedido a la hipótesis más grosera aún de las capas universales^ enunciada por Wemer. «Pensamos que es igualmente permitido sostener que lo que hemos hecho en los últimos tiempos en la Bio- logía no deja también de tener su importancia. Nos contentaremos con indicar, al pasar, que el sistema natural de la clasificación de las plantas, aunque des- arrollado por loH franceses, era inglés de origen, puesto que Ray ha establecido su primera grande división y ha bosquejado algunas de sus subdivisiones. Pasemos entre los botánicos ingleses a Brown. Ha hecho sobre la morfología, la distribución y la clasificación de las plantas, una serie de investigaciones que son sin igua- les, por el número y la importancia: el Prodomus Floree Novce-Hollandice es el trabajo de clasificación más notable desde los Ordres Naturels de Jusaíeu. Es también Brown quien resolvió el misterio de la fe- cundación de las plantas. Debemos también al doctor Hooker la idea de que la distribución actual de las plantas ha sido determinada por antiguos cambios geo- lógicos y físicos — idea de la que ha sacado varias interpretaciones de elevado alcance. En la fisiología animal hay el descubrimiento de las funciones sensi- tivas y motrices de las raíces nerviosas de la médula espinal, descubrimiento sobre el cual reposan numero- sas aplicaciones de los fenómenos orgánicos. Más re- cientemente hemos tenido el gran progreso que Mr. Darwin ha hecho hacer a la Biología. El abuelo de Mr. Darwin «e había adelantado a Lamaick formulan- [Si] JOSE PEDRO VATíELA do la concepción general del génesis de las formas or- gánicas, por la adaptación al medio, pero no había cavado esta idea como lo hizo Lamarck. Mr. Daiwin, siguiendo las huellas de su abuelo, se apercibió de que éste se había equivocado, lo mismo que Lamarck, atribuyendo las modificaciones a causas en parte ver- dad ei a =í, pero, sin em])aigo, insuficientes para expli- car tüdoo los efectos. Reconociendo la causa más pro- funda, que ha llamado la selección natural, Mr. Dar- "H'in ha conseguido traer la hipótesis de una fórmula que no era más que parcialmente sostenible, a una fórmula enteramente sostenible. Esa idea que ha des- arrollado de una manera tan admirable, ha sido adop- tada por la gian mayoiía de los naturalistas: está en tren de operar una revulución en las concepciones bio- lógicas del Universo entero, haciendo más inteligible la marcha de la ev^olución orgánica. Tomando las pa- labras del profesor Cohn: «ninguna obra de nuestra época ha ejercido sobre las concepciones de la ciencia moderna una influencia comparable a la de la primera edición del Origen de las especies, de Carlos Darwin». * No debemos tampoco pasar en silencio diversos descu- brimientos de menor importancia, que son en parte dependientes y en parte independientes del anterior: el del mismo Mr. Darwin sobre el dimorfismo de las flores: la magnífica i]«terpretación de la mímica de los insectos por Mr. Bates, que ha trazado la vía de una multitud de intcrpietaciones análogas; las expli- caciones de Mr, Wallace sobre el dimorfismo y el poli- morfismo de los Lepidópteros, En fin, el profesoí Huxiey, además de que ha disipado varios gruesos 1. Die entwichelung der Naturwtssenschaft tn den Letzen funfundzwanzig Sahren, por el profesor doctor Fernando Cohn.— £reslau, 1872 [56] LA LEGISLACION ESCOLAR errores biológicos, originarios del continente, ha hecho importantes trabajos de morfología y de clasificación. «Si pasamos a aquella de las ciencias concretas que es la segunda e,n rango, la balanza no se inclina tam- poco en contra nuestra. Desde temprano los ingleses han hecho dar grandes pagos a la ciencia del espíritu; han dado el punto de paitida de la mayor parte de las especulaciones que la Francia y la Alemania persi- guen después con actividad. A esas primeras investi- gaciones sucedió una calma chicha en el pensamiento inglés; entonces se esparció la idea absurda de que lod ingleses no son propios para la filosofía. Pero a la calma chicha que concluyó hace una cuarentena de años, ha sucedido una actividad que ha reparado pron- tamente el tiempo perdido. Sobre este punto no nos contentaremos con nuestras propias aserciones, y va- raos a citar testimonios extranjeros. El primer capitulo de la obra del profesor Ríbot, La Psicología inglesa contemporánea, empieza con estas palabra?: «El cetro «de la psicología, dice Mr. Stuart Mili, ha vuelto deci- «didamente a Inglaterra. Podría sostenerse que no ha «salido nunca de ella. Sin duda los estudios psicológi* «eos son ahora cultivados allí por hombres de primer «orden que, por la solidez de su método, y lo que es «más raro, por la precisión de sus resultados, han «hecho entrar la ciencia en un período nuevo; pero «es esto más bien una duplicación que una renovación «del lustre». «Volviéndonos hacia la Etica, considerada en su as- pecto psicológico, encontramos también testimonios emanados de extranjeros, atestiguando que correspon- de a los pensadores ingleses la mayor parte en la ela- boración de un sistema científico. En el prefacio de «u últimá obra, La Morale neüa Filosofía positiva [57] JOSE PEDBO VABELA (aquí positiva significa simplemente científica) ^ el profesor Barzellotti, de Florencia, declara que se ha limitado por esa razón a una exposición de las especu- laciones inglesas en esa rama de la ciencia. «Si en lugar de la Psicología y de la Etica, es cues- tión de la Filosofía en general, podemos invocar testi- monios que no son tampoco sospechosos de parciali- dad. En el primer número de la Cñtique Philosophique (.8 de febrero de 1872) publicada bajo la dirección de Mn Renouvier, el redactor gerente, M. Pillon, ha es- crito lo que sigue: «Se trabaja mucho en el campo de «las ideas en Inglaterra. . . No solamente la Inglaterra «sobrepuja a la Francia en el ardor y en el trabajo, «lo que desgraciadamente es bien poco decir, y por el «interés de las investigaciones y de los debates de sus «pensadores sino que aun deja lejos de ella a la Ale- «mania en este último punto». «Más recientemente aún, en la principal publicación periódica francesa, Mr. Martins ha hablado de las nuevas ideas nacidas en la libre Inglaterra, llamadas a transformar un día las ciencias naturales. ^ «Así, mientras que Mr. Arnold se lamenta de nues- tra pobre imaginación, los otros pai&es descubren que la producción de las ideas es muy activa en Inglate- rra. Mientras que él juzga nuestras concepciones ba- nales, nuestros vecinos encuentran que ellas son nue- vas hasta el punto de ser revolucionarias. {Cosa ex- traña! : en el mismo momento en que él reprocha a sus compatriotas que les falta el geist, los franceses aseguran que el geASt es más común aquí que donde quiera en otra parte. Los testimonios de este género no nos faltan tampoco en las otras naciones. En la 1. Sffvu« (tet Deux Mondes.— l* ú* í«br«r* d« 18T3. [58] LA LEGISLACION ESCOLAS conferencia citada antes, el doctor Cohn, reclamando para los trabajadores serios de la Alemania la supe* rioiidad del numero, ha dicho: «La Inglaterra, sobre «todo, ha sido rica en todo tiempo y lo es particular- emente en este momento en hombres cuyas obras cien- «tíficas son notables por su claridad, su profundidad, «lo detenido de la erudición y la independencia de las «ideas que revelan». Fuera inútil hacer el ensayo de completar el cuadro presentado por el célebre escritor británico, con el de los progresos realizados por los ingleses en aquellos estudios de que más se habla en nuestro país, aunque acaso no se profundicen a menudo mucho más que los otros : en Derecho Constitucional y en Economía Polí- tica. Es por todos sabido que la misma forma de go- bierno y los hábitos seculares de la nación inglesa, hacen de ella, como de las que eran ayer sus colonias, los pueblos que más estudian, profundizan y conocen las ciencias que tratan de la organización social. No pretendemos nosotros que para demostrar que la República Oriental no se halla en un deplorable esta- do de atraso, debiera formularse una lista ni aproxi- mada siquiera de descubrimientos realizados por no- sotros: tal pretensión sería absurda. Pero a lo menos, y ya que no guardáramos una proporción relativa, debieran sernos conocidos los estudios que han hecho posibles esos descubrimientos, porque ellos son indis- pensables para que las naciones, pequeñas o grandes, conserven o conquisten un puesto, entre los pueblos que figuran en primera línea en la época actual. No son las formas aparentes de la organización po- lítica ni las declamaciones estériles, ni las aspiracio- nes de un patriotismo ciego, las que asignan su puesto a las naciones entre las comunidades civilizadas: son [59] s JOSE PEDRO VAHELA ■US actos, y sus actos son resultado del estado actual en que se encuentra la colectividad. Mientras ese esta- do de la colectividad no se transforme, los esfuerzos para conseguir modificaciones importantes serán in- eficaces. •Así como el inventor del movimiento continuo cree poder, con una ingeniosa disposición de las piezas, hacer dar a su máquina más fuerza de la que ha reci- bido, el inventor político se imagina ordinariamente que una máquina administrativa bien montada y há- bilmente manejada, marchará sin gastarse. Cree obte- ner de un pueblo estúpido loa efectos de la inteligen- cia, y de ciudadanos inferiores una calidad de con- ducta superior». En esas palabras del mismo escritor que acabamos de citar está presentado con claridad el sueño que persiguen las Repúblicas sudamericanas desde la épo- ca de su independencia. Quieren transformar sus con- diciones sin transformarlas, o lo que es lo mismo, pre- tenden cambiar el estado actual de la sociedad cam- biando los gobiernos, que son efecto de ese estado, en vez de transformar las condiciones de la sociedad para que cambien como consecuencia los gobiernos. Por eso su trabajo es el de Penélope, con la agravación de que para realizarlo tienen que derramar a torrentes la sangre de sus propios hijos. Navegando en las aguas de los soñadores del siglo XVIII, quieren conquistar el gobierno y la vida de la libertad, conservando, sin embargo, como base de las nacionalidades, las poblaciones de las campañas, casi en el estado de primitiva ignorancia. Así, se entrega el gobierno de la sociedad, que se pretende libre, a la ignorancia, al hombre de la naturaleza, y «el hombre de la naturaleza no es ese ser bueno y razonable soña- [60] LA LEGISLACION ESCOLAR do por los filósofos; es un animal egoísta, que no te preocupa de los derechos de otro, inconsciente del mal, que degüella al que le es obstáculo, y a quien no bas' tan los frenos de la moral, de la religión y de las leyes, para que se plegué a las exigencias del orden social. En él hay que domar la bestia salvaje, sino pone en peligro la civilización». ^ Tal vez estudiando las causas que han producido nuestro estado actual y diseñando el porvenir que ló- gicamente nos espera si continuamos en la misma vía, sea posible provocar una reacción saludable que pre- pare una verdadera transformación en las condiciones de nuestro país, por el medio, acaso único, que para conseguirlo podría emplearse. Una triple crisis de extraordinaria intensidad ago- bia actualmente a la República: Crisis económica, que afecta directamente a la so- ciedad entera; Crisis política, que afecta directamente a los ele- mentos políticos del país, e indirectamente a toda la sociedad; Y crisis financiera, que surge naturalmente de las dos anteriores, y que hace casi imposible la marcha regular de las finanzas del Estado. Averiguar si esas crisis reconocen causas perma- nentes, y si son transitorias o endémicas en nuestro estado social, es lo que nos proponemos en los capí- tulos siguientes. Después de averiguarlo sacaremos las naturales deducciones. 1 Les tenáances nouvelles üe l'économie poliUque et du aocialisme, par E. Laveieye. 1875. [61] JOSB PSDRO VARELA CAPITULO III Causas de la crisis económica La extraordinaria intensidad de la crisis económica que pesa actualmente sobre la República, reconoce causas transitorias y complejas, que no tenemos para qué enumerar aquí, puesto que sólo nos proponemos estudiar, no el estado excepcionalmente anormal de nuestro país, sino lo que constituye habilualmente los rasgos geniales de nuestra fisonomía económica. Las causas transitorias pasarán, más o menos rápidamente, haciendo que desaparezca o continúe la extraordina- ria intensidad de la crisis, pK^ro sin que por eso des- aparezcan las crisis mismas. Estas, como es para todos evidente, vienen reproduciéndose desde hace algunos años, siendo más o menos graves, según las agravan o las dulcifican diversas circunstancias, pero sin que dejen de continuar obrando siempre: y a nuestro jui- cio, si es sólo desde hace seis u ocho años que la crisis se ha hecho para todos evidente, es, no porque ella no existiese antes, sino porque, como las causas que la producen van agravándose cada vez más, es sólo en los últimos años que han llegado a un grado de intensidad bastante para que ni aun los espíritus más obcecados pudieran desconocer, ya que no la existen- cia de esas causas, la existencia al menos de la crisis misma. Esas causas, como todas las que obran actual- mente sobre el complicado mecanismo social, en cual- quiera de sus partes, son complejas; pero indudable- mente la más activa, la más poderosa y la más cons- tante es ésta: Desproporción entre las aspiraciones y los medios. La necesidad de expansión de las sociedades euro- peas, en las que la población superabunda, por una [62] LA LEGISLACION ESCOLAR parte, y por la otra el miraje encantado que estos países, con sn fertilidad, con la baratura de sus tierras y con la falta de brazos, presentan a la vista de loa proletarios y aun de loa obreros europeos, ha deter- minado en lo que va corriendo de este siglo una gran corriente de emigración de Alemania, Inglaterra, Fran- cia, Italia y España, que se han derramado a millares por toda la superficie de América. Afinidades de raza, de costumbres, de religión, de idioma y aun de clima, han dirigido la corriente de la emigración alemana e inglesa principalmente hacia los Estados Unidos, míen> tras que la emigración italiana, francesa y española, se ha dirigido principalmente a la América del Sur, y en ésta, por razones fáciles de comprender, a los Estados del Plata. Con esa corriente de inmigración, con el comercio a que ha dado origen, cuyo desarrollo ha sido prodi- gioso, hannog venido constantemente ráfagas impreg- nadas del espíritu de esa civilización lujosa y fastuo- sa de que, a justo título, se enorgullece el siglo XIX. Así hemos ido desarrollando en una proporción geo- métrica nuestra actividad consumidora, por la adqui- sición de gustos, placeres y costumbres que son posibles a las sociedades europeas, porque las alimenta una capacidad industrial superior. Sábese que es deplorable el estado de atraso en que se encuentra la España desde hace siglos, y que lo era también hasta hace muy pocos años, el estado en que se encontraba la Italia. La capa de plomo de una ignorancia secular pesaba y pesa aún, en grandísima escala, sobre las inteligentes poblaciones de las dos penínsulas europeas: y los malos hábitos y las costum- bres torpes, que fluyen lógicamente de la ignorancia, sentíanse reagravadas en ellas por la acción enérgica [«3 JOSE PEDRO VAREXA de deformidades sociales, que hallaban su origen en el extravío de las creencias religiosas. No debía esperar- se, pues, que la inmigración extranjera modificara la ignorancia del núcleo primitiTo : por el contrario, para muiorar los males de una inmigración ignorante ha- bría sido necesario que el núcleo primitivo fuera sóli- damente educado, por una parte, y que hiciera por la otra grandes y continuadoa esfuerzos para asimilarse la inmigración, educándola y mejorándola. Lejos de eso, continuó en la República la ignorancia de la anti- gua colonia, y aumentóse día a día el espesor de esa capa de ignorancia con el arribo de nuevos poblado- res, tan ignorantes, si no más, que los originarios del país, Pero con esa masa de inmigración ignorante que trae como único capital y como única industria sus brazos, ha venido también, aunque relativamente es- casa, la inmigración inteligente que trae al país los fuertes capitales que sirven al comercio y a las gran- des empresas, y que llega para dirigirlos. Así, el con- tacto con la Europa ha ido haciéndose cada vez más frecuente. Los más grandes vapores que cruzan el Océa- no, llegan a nuestro puerto y han sido botados al agua para servir al comercio de los pueblos de la América del Sur. Ellos, ahora, como antes los buques de vela, non traen todos los artefactos, los productos de la in- dustria que son necesarios para satisfacer las más hiperbólicas necesidades que puedan crear el lujo y sus aspiraciones enfermas. En contacto diario con los grandes centros de po- blación europeos y norteamericanos hemos querido ser como ellos, y hemos copiado sus consumos exce- sivos, sus placeres opulentos, su lujo fastuoso, sin copiar a la vez los hábitos de trabajo, la industria, la LA LEGISLACION ESCOLAR capacidad productora que los hace posibles sin que sean causa de ruina. Sin calles tortuosas ni viejos edificios, Montevideo, para el que la mira por primera vez, es una ciudad norteamericana y no a fe de las de menos importancia, ni siquiera de las de tercer orden. Se creería al verla con sus 100.000 habitantes, con sus 120 miHones de pesos en propiedades, con sus elegantes edificios, con las lujosas y lindísimas quintas que le forman guir- nalda, que sirve de capital a un Estado de tercer orden, cuyos habitantes fueran industriosos, laboriosos y ricos. Nadie creería que forma por sí sola más de . la quinta parte de la población del Estado, más de las dos terceras partes del valor territorial, y que absorbe las cuatro quintas partes del comercio de la nación; porque en la apariencia del primer momento se detie* nen las similitudes con las ciudades norteamericanas: después empiezan los contrastes. Faltan las fábricas, las manifestaciones de la industria, y el alma se entris- tece en cuanto se aleja uno de las alegres quintas que forman los alrededores: más allá empiezan primero, los campos torpemente cultivados, sin im árbol, casi desiertos, para seguir después la campaña, más des- poblada aún, en la que pasta el ganado semisalvaje que constituye la gran fuente de producción de nues- tro país, y cuyo cuidado ocupa la vida indolente de nuestros hombres de campo. Nuestros gustos, nuestros placeres y nuestros gastos, no están, pues, en relación ni con nuestro trabajo, ni con nuestra producción. Aquéllos han ido desarrollán- dose rápidamente a medida que se presentaba más vivido ante nuestros ojos el brillante cuadro que, apa- rentemente al menos, ofrece el lujo de las sociedades europeas: ésta, la producción« ha caminado a paso [85] JOSB PEDRO VARELA lento, ya que le falta la gran fuerza motriz: la inteli- gencia cultivada. Tratemos de demostrar esta verdad. Las exigencias de la vida social han aumentado con una progresión asombrosa en los últimos años. La vida es hoy más cara de lo que era hace quince o veinte años, es decir, exige mayor suma la satisfacción de las necesidades reales; pero el aumento sufrido a ese respecto es rela- tivamente insignificante. £1 jornal que se pagaba el año 60, variaba de un patacón a doce reales: lo mismo que ahora. Pero lo que ha aumentado asombrosamente son las necesidades ficticias, derivadas no de las exi- gencias de la naturaleza, sino de la sociedad. Esto no necesita demostrarse: todos los que se hallan desde hace algunos años en nuestro país, saben que hoy se vive (desde el punto de vista de las exigencias socia- les) casi en la miseria^ con lo que antes se vivía me- dianamente, en una modesta medianía, con lo que se vivía entonces con lujo: y que para vivir hoy con lujo son necesarias sumas que antes nos parecían noveles- cas. Ahora bien: los hábitos de trabajo, ¿han seguido entre nosotros, sobre todo en el elemento nacional, una progresión correlativa? Muy lejos de eso. Lo que se ha desarrollado en proporción, no son los hábitos de trabajo, no es esa paciente perseverancia que acumula el ahorro, para formar el capital, la fortuna; son las aspiraciones ilegítimas que anhelan conquistar el pri- mer puesto sin esfuerzo, el deseo enfermo que quiere elevarse de un salto hasta la cima. No hay para qué hablar del especulador en títulos, en propiedades, en frutos, en mercaderías, en todo, que ha aparecido en- tre nosotros, como nuevo tipo, en los últimos años. No debe ooodeoarn ]» ecpeculacíón que ao es en leali- LA I.BGISLACION ESCOLAR dad más que una fonna más azarosa pero también más acabada del comercio, puesto que exige, como condi- £Íón indispensable de éxito, sagacidad y conocimiento bastante para apreciar con criterio exacto las necesi- dades actuales y las necesidades futuras del comercio en que se especula. Pero si lo que puede llamarse la especulación normal no es digno de censura^ ni revela desorden alguno en el estado social, lo es, sí, el exceso de especulación que en los últimos años se ha hecho sentir entre nosotros, creando a la propiedad, a los títulos, y aun a todos los valores en general, un valor ficticio que servia de base para más de una fortuna levantada como la de la lechera de la fábula, y que han concurrido eficazmente en sus resultados a la re- agravación de la crisis) económica. Ese exceso de espe- culación es un signo de lo que trato de demostrar, aunque no el más evidente. Este, el más evidente, el que se presenta con mayor claridad y habla con más energía a todo espíritu des- preocupado, se encuentra en la fiebre de asaltar los puestos públicos y de vivir a costa del Estado, que se ha apoderado de nuestro pueblo. Con la misma, si no con más rápida progresión que las necesidades de la vida, han crecido los empleos, las jubilaciones, las viudedades, las pensiones, las gracias especiales, los aumentos de sueldo, los negocios abusivos; en una palabra, todos los mil medios puestos en práctica, a la sombra del Poder público, para vivir bien sin tener hábitos de trabajo. No hay por qué sincerar a los gobiernos que tienen también su no pequeña parte de culpa en el advenimiento de ese estado de cosas; pero necesario es reconocer que, si en los últimos años se ha hecho de modo que una gran parte de nuestra población viva y viva bien sin trabajar, es algo por JOSS PEDRO VARELA la corrupción de los gobiernos, pero mucho porque hay en la masa de la población nacional una aspira- ción ilegítima de satisfacer las necesidades reales y las ficticias sin producir nada para conseguirlo. Mirando despacio nuestros presupuestos de gastos y recorriendo los diarios de sesiones de nuestras Cá< maras, vese un abismo que habla elocuentemente de los resultados que se obtienen cuando se estimulan en los pueblos las aspiraciones, sin estimular a la vez los medios legítimos de satisfacerlas. Comparando, por ejemplo, el Presupuesto de 1862 con el de 1875, vemos que hemos cuadruplicado nuestros gastos ordinarios en esos catorce años, mientras que sólo hemos dupli- cado nuestra población. Y lo que crece por codos en cada nuevo presupuesto, no son los gastos que deman- daría el mejoramiento de la administración pública, smo las partidas que se refieren al servicio de los em- préstitos contraídos, en su casi totalidad, para pagar gastos de guerra, a los militares, viudas, menores, pen- sionistas y jubilados. A eso hay que agregar los au- mentos de sueldos: ganan hoy más sueldo algunos de los empleados de Secretaría que el que ganaban los Ministros hace veinte años; y pagábamos entonces todos nuestros Juzgados superiores con lo que hov gana uno solo de los Jueces que tenemos. No creemos que pueda decirse que hemos mejorado en relación respecto a la administración de justicia. Fácil nos sería, escudriñando nuestros presupuestos, hacer que estas observaciones se presentaran con una evidencia que hicieran imposible toda duda, pero pre- ferimos no hacerlo, porque en sociedades pequeñas como la nuestra, no es posible descender al terreno de los detalles prácticos sin que, aun involuntaria- mente, se hiera a éstos o & aquellos individuos, y todo lA LEGISLACION ESCOLAR sabor de peisonalismo, de escuela, o de propósito pre* concebido, desvirtuaría nuestros juicios y falsearía nuestras aspiraciones. No nos referimos en nuestras apreciaciones a ningún Gobierno, a ningún partido, a ningún individuo, a nadie determinadamente: estudia- mos los rasgos generales porque queremos conocer, no el estado de éstos o aquellos habitantes de nuestro país sino el verdadero estado actual de la República. El aumento de las necesidades ficticias, la mayor carestia de la vida social, no ha creado, pues, hábitos de trabajo, sino que ha desarrollado en proporción asombrosa, el deseo de vivir a costa del Estado. Re* corramos los diarios de sesiones, posteriores a la dic- tadura de Flores, y en solicitudes de Gracias especiales se encontrará el signo evidente de una grave enferme- dad social, hija de la desproporción entre las aspira* clones y los medios. Las mayores facilidades de comunicación con la Eu- ropa y los Estados Unidos, el ensanche jiatural del co- mercio^ han estimulado activamente nuestras aspira* clones elevando su nivel cada vez a mayor altura; pero no por eso se ha hecho relativamente más industrioso nuestro pueblo, ni ha adquirido más hábitos ordena- dos de trabajo. No hay por qué sorprenderse de ese resultado, A los elementos nacionales de las ciudades y los pueblos de la República, no se les ofrece más carrera que el co- mercio, si exceptuamos la abogacía, de la que nos ocu- paremos especialmente al tratar de las causas de la crisis política. Todo el vasto campo de la industria y de las artes industriales está cerrado a los hijos del país, por la misma ignorancia en que se conservan. Nuestras escuelas, nuestros colegios, y basta nuestra misma Universidad, no olrecen los medios de adquirir [89] JOSE PEDRO VARELA los conocimientos necesarios para entrar con éxito en las empresas industriales. No les resta, pues, a los hi- jos del país otra ocupación que la del comercio, pero aun este mismo Ies ofrece no pequeños inconvenientes que se derivan en parte del estado del país, en parte de nuestra educación y en parte también de nuestro carácter. Sobre el hijo del país pesa la contribución de guerra en la forma del personero, si el comercio a que se dedica le produce lo bastante para poderlo pa- gar: si no es así, el sen^icio de la guardia nacional absorbe todo su tiempo durante las épocas de guerra, obligándole a descuidar o abandonar su comercio. Agregúese a esto que, aun cuando se dedique al comer- cio, está alistado siempre en alguno de los partidos políticos, de cuyos vaivenes participa más o menos di- rectamente. Ahora bien: recuérdese que desde la épo- ca de nuestra independencia hasta el presente, no he- mos tenido nunca más de dos o tres años consecutivos de vida tranquila, y, sin lomar en cuenta otras causas, véase cuánto debe entorpecer la vida comercial de los hijos del país la sucesión de las guerras civiles; para tener éxito tienen que realizar, pues, mayores esfuer- zos que el extranjero, que se halle en iguales condi- ciones, puesto que éste no encuentra las dificultades que aquéllos. Así se sienten empujados al burocratis- mo que se les brinda con todos los atractivos: no Ies exige actividad, ni conocimientos, ni industria por una parle, y por la otra a la vez que leg ofrece medios de existencia y les libra, casi, del servicio de sangre, los convierte en un personaje político que corre la misma suerte que su partido. Nada estimula, pues, las tenden- cias industriosas y laboriosas del hijo del país que vive en las ciudades, y por el contrario, todo contri- buye a debilitar k fuerza con que esas tendencias pue- TTO] LA USGISLAClOir ESCOLAR den manifestarse. Por eso no hay que extrañar que «1 contacto con las sociedades europeas fomente sus as- piraciones ain modificar sus hábitos de trabajo. No hay por qué extrañar tampoco que este fenóme- no tenga su repercusión natural en el habitante de nuestros campos. El señor don Emilio Romero, en una interesante carta que sobre estas cuestiones nos dirigía hace poco, decía: «Voy a citarle otro hecho personal, para mos* «trarle hasta dónde llega el poco poder productor de c nuestros paisanos. En la estancia había un puesto de «ovejas cuidado por un italiano, muy trabajador. Su «majada era la mejor cuidada y la que daba mayor «producto. Tenía leche en abundancia y excelente man- «teca. Había sembrado una huerta que le daba los «productos más maravillosamente hermosos que he «visto en mi vida. Recuerdo unas cebollas que, no es «ponderación, una sola de ellas llenaba un plato de «postre de siete pulgadas de diámetro. Todos los pues- «teros vecinos lo visitaban a menudo, porque al paisa- «no le gusta regalarse con los productos que no le «cuestan nada. Unas veces le compraban papas, zapa- «Uoa, verdura, etc.; otras veces, las más, le robaban, «Ninguno fue capaz de imitarlo». Este ejemplo no es un hecho aislado, excepcional, y que en consecuencia no pueda tomarse seriamente como base: crúzanse leguas y leguas de desierto en nuestra campaña en el que sólo se encuentra de vez en cuando, algún rancho solo, aislado, sin un árbol, sin una flor, sin una planta, £1 paisano, que tiene la ma* yor parte de su tiempo desocupado, ya que la cuida del ganado no le absorbe más que algunas horas del día, y eso cuando se hace bien, no planta trigo ni verduras» ni zapallos, ni papas, ni porotos, ni árbo- [71] JOSE PEDHO VABELA Ies f Hítales, ni nada, y prefiere no coiner más que un asado solo, a tener el trabajo de sembrar y lecoger los productos de la tierra para alimentarse con ellos. Eso no impide que le guste la fruta y que la tome cuando la encuentra, y la compre cuando pueda, y que le suceda lo mismo con lo? demás productos agrí- colas que sirven a nuestra alimentación diana. Es que la ignorancia en que se conserva hace que el paisano encuentre aceptable el abandono en que vive, y por otra parte que la satisfacción que encuentra en los goces civilizados no sea bastante poderosa para que se baya convertido en necesidad. La necesidad es el aguijón más fuerte que puede inducir a obrar al hom- bre, pero entre las aspiraciones y la necesidad hay una gran diferencia. Para los hombres de cierta con- dición social, la cultura en el modo de usar y tomar los alimentos, la decencia en el vestido y en la habi- tación, son una necesidad real creada por el hábito y por el orden de ideas en que se vive; la realización del trabajo necesario para satisfacer esas necesidades fluye naturalmente de su misma existencia, se hace sin esfuerzo. Más allá de ese límite están las aspiraciones; para la satisfacción de éstas influye grandemente en los medios a emplear la moralidad que se tenga. Los hombres morales subordinan la satisfacción de sus as- piraciones a la honradez de los procederes: Uegan hasta donde pueden llegar legítimamente. Los hombres sin moral sacrifican la honradez de los procederes a la satisfacción de las aspiraciones y, en general, no satisfacen éstas por el trabajo, sino por el abuso. Es lo que sucede con el paisano. Sus necesidades no pueden ser más reducidas: la comida, el poncho, el recado, los vicios: más allá empiezan las aspiraciones; para satisfacer aquéllas trabaja,, y naturahuente poco [72] LA LEGISLACION ESCOLAS tiene que trabajar; para satisfacer éstas, busca los medios ilegítimos porque es ignorante y la ignorancia vive a menudo junto con la falta de moralidad. Ro- déesele en sus condiciones actuales, de los gustos, los placeres y las aspiraciones de la civilización, y ¿qué sucederá? ¿Adquirirá hábitos de trabajo para dar sa- tisfacción a necesidades que él no tiene y que, gene- ralmente, mira con el presuntuoso desdén de la igno- rancia? No: continuará como hasta ahora en su indo- lente abandono, aun cuando se proporcione a veces la satisfacción de aspiraciones, placeres y gustos que no son los suyos, valiéndose para eso de medios ílegí- timos. £1 único medio de hacer posibles las necesida- des, hasta cierto punto ficticias, de las sociedades muy adelantadas, es aumentar la capacidad productora del pueblo, y especialmente del paisano, y esto se conse- guirá creándole hábitos de trabajo inteligente; no ro- deándolo con una civilización que no comprenda, sino civilizándolo. Lo que se ve del trabajo, en sus formas elementales al menos, es material, por eso se olvida muy a menu- do que el gran productor es la inteligencia, y que no es posible desarrollar de mía manera notable la fuerza productora de un pueblo cualquiera, sin desarrollar su inteligencia por la educación, dándole a la vez los me- dios de gobernarse a sí mismo, gobernando sus pa- siones. Presentar ante la vista asombrada de un pue- blo ignorante el espectáculo de otra sociedad rica por su trabajo y su industria, sin robustecer a la vez su inteligencia para que pueda seguir procederes seme- jantes, laboriosos e mdustriales, es no civilizarlo, sino tantaiizarlo. Lo primero, educarlo, desarrollará su inteligencia y le creará hábitos de trabajo y en consecuencia de [73] JOS£ PSDRO VARELA moralidad; lo segundo, excitará bus pasiones sin edu- carlo, y es sabido que las pasiones excitadas son siem- pre malos consejeros, sobre todo cuando aconsejan a la ignorancia. El resultado natural de esa desproporción entre las aspiraciones y los medios, ha sido que nuestros con- smnos sean mayores que nuestros productos. Vamos a demostrarlo. Que la fortuna pública ha aumentado rápidamente en los últimos años es un hecho tan evidente que, casi, no necesita demostrarse. Así en Montevideo como en todo el resto de la República, el valor de la propiedad ha triplicado en los últimos quince años: los centros de población que antes existían se han desarrollado con una progresión asombrosa: el número de casas ha duplicado en Monlevidf o y en muchos otros de los pueblos y ciudades de la República; por otra parte, nuevas poblaciones se han formado, y allí donde no hace mucho vagaba libre el ganado, vénse hoy pueblos florecientes y aldeas llenas de vida. El capital que se incorpora sin consumirse a todos los objetos que sir- ven para satisfacer nuestras necesidades, reales o fic- ticias, ha seguido un aumento correspondiente. El me- nage de nuestras habitaciones representa hoy un valor triple o cuádruple del que representaba el menage de las habitaciones de nuestros padres hace quince o vem- te años. El capital que se incorpora al suelo en la forma de árboles y plantas ha disminuido, sin duda alguna, en la forma de montes vírgenes, pero ha au- mentado rápidamente en la forma de montes cultiva- dos, sea de árboles frutales o de árboles para leña o adorno, y de plantas alimenticias, florestales o medici- nales; se puede creer, pues, que aquella disminución está largamente compensada por este awnento y que. [74] UL UtGISLACION ESCOLAR en definitiva, a eso respecto ti no hemos progresado hemos permanecido estacionarios. En cuanto a la ri- queza pecuaria, a nuestra gran fuente de producción, a peaar de lo que se ha destruido en las guerras suce- sivas» y de la baja de nuestros productos en Europa, ha aumentado también rápidamente en los últimos años. Según los datos oficiales, la riqueza pecuaria de la República constaba en 1860 y en 1872 de los si- guientes animales: 1860 1872 Ganado » » » vacuno caballar asnal y mular lanar 5:218.700 741.851 12,300 2:594.833 15.268 7:200.000 1:600.000 120.000 20:000.000 100.000 60,000 porcino cabrío £s, pues, evidente, con una evidencia que a todos alcanza y que todos comprenden, que la fortuna pú- blica ha seguido un aumento progresivo asombroso. Es, sin duda, la constatación de ese hecho, sin cons- tatar a la vez las causas que lo producen, lo que ha nublado el espíritu de todos haciéndonos creer que seguíamos un camino de progreso sólido e inconmo- vible por el que, a pesar de sus convulsiones, debía llegar en breve la República a relativamente grandes destinos. A menudo, sin embargo, en los fenómenos socioló- gicos sucede lo mismo que en los fenómenos físicos; la apariencia está muy distante de la realidad. En ciertos días, en el mar, vense los peces como si estu- vieran casi en la superficie y en realidad hállanse a una gran profundidad: para comprenda «sto «• neoe- [75] JOSE PEDBO VARELA sario tener en cuenta las leyea de la refracción de la luz. Así el hecho del aumento de la fortuna pública, que es para todos evidente, hace creer en el primer mo- mento que el país se enriquece efectivamente a cada nuevo año: y como la riqueza no se acumula sino por el ahorro, que nuestra producción es mayor que nues- tros consumos. Si consumiéramos más de lo que producimos, de- biéramos tener hoy menos capital del que antes te- níamos, se dice, y seria esto innegable si al capital propio del país no viniera a unirse el capital que se importa del extranjero, en todas lag variadas formas en que el capital puede importarse. Si el país consu- me diez y produce nueve, es incuestionable que con- sume más de lo que -produce; pero también si produ- ce nueve e importa cinco, lo que forma un total de ca- torce, y consume diez, habrá consumido más de lo que produce y quedará sin embargo un saldo de cuatro que aument.irá el capital que antes existia. Así, pues, la fortuna pública puede aumentar constantemente aunque los consumos sean mayores que los productos, siempre que el capital introducido del extranjero sea mayor que la diferencia entre lo que se ha producido y lo que se ha consumido. Es esto, lo que, a nuestro juicio, sucede entre nosotros: el total de nuestra pro- ducción, desde hace algunos años, es menor que el total de nuestros consumos, pero los capitales impor- tados del extranjero han sido mucho mayores que la diferencia entre nuestros productos y nuestros consu- mos, de lo que ha resultado el fenómeno, al parecer inadmisible, de un pueblo que consume más de lo que produce y ve, sin embargo, aumentar constante y rá- pidamente la fortuna pública. tve] LA LEGISLACICKNT ESCOLAR Demostremos primero que nuestras importaciones son mayores que nuestras exportaciones, y demostra- remos en seguida que nuestros consumos son mayo- res que nuestros productos. Estas dos ideas — exportar e importar, producir y consumir — se consideran a menudo sinónimas, aun cuando no lo sean en realidad. Muchos de los valores que importamos no los consumimos, y muchos valores que producimos no los exportamos. Así, es parte de la producción general del país la carne con que nos alimentamos, la leche que bebemos, el trigo y la ha- rina con que hacemos el pan, la fruta que se vende en nuestros mercados y se saborea en nuestras quintas, y muchos otros productos y objetos, que, sin embargo, no figuran para nada en el total de nuestras exporta- clones. Ein sentido contrario, importamos, pero no consumimos, totalmente al menos, el valor que repre- sentan los materiales de ferrocarril, los materiales de construcción, los carruajes, los muebles, y mil otros artículos y objetos. Es, pues, grande error confundir las exportaciones con los productos y las importacio- nes con los consumos, como lo es también tomar sólo en cuenta las estadísticas de Aduana para apreciar lo que importamos y lo que exportamos. Es precisamente porque se ha creído que el total de nuestras exporta- ciones y de nuestras importaciones es el que acusan nuestras estadísticas de Aduana, que se sueña por al- gunos con medios restrictivos tendientes a alterar la proporción en que esos dos términos se encuentran ge- neralmente en nuestras estadísticas de Aduana. Para hacer más sensible cómo es mayor nuestra importa- ción, no aduanera, sino total, vamos a transcribir los siguientes párrafos de la carta del señor Romero que anteríonnente hemos citado: [77] JOai PIDRO VABXLA «¿Se importa realmente más de lo que se exporta? Yo creo que sí: y vea usted, creo que eso ha de suce- der siempre en el país en sus épocas de mayor pros- peridad. Ea en las épocas de prosperidad del país que se establecen nuevas casas de comercio, que se fundan Bancos, que se construyen ferrocarriles, en una pala- bra, que los capitales extranjeros vienen al país bus* cando una remuneración que no encuentran en el suyo. Cuanto mayor fuera la prosperidad de nuestro país y mayores las seguridades de estabilidad y de paz que ofreciera, mayor sería el número de capitales que aflui- rían a él. Esos capitales no necesitan venir en forma de dinero. Vendrán en la forma que más convenga a los intereses de cada uno. Las casas que se establecen traerán mercaderías para venderlas, y el capital que- dará en el país. Los Bancos que puedan, girarán letras si eso les ofrece mayores ventajas; esas sumas giradas representan un capital anteriormente traído en merca* derías. Los ferrocarriles que se construyen traen la mayor parte de sus materiales elaborados, y el mismo capital que necesitan para los trabajos de construcción puede no venir en dinero, pues por medio de letras se conseguiría el mismo lesultado. Guando el país pros- pera, la inmigración afluye a nuestras playas, trayendo sumas de no pequeña importancia. El aumento rápido de la población, da por resultado la suba de valor en las propiedades territoriales, nuevo aliciente para los capitales extranjeros. En suma, todos esos capitales se radican en el país, la masa de los capitales existen- tes aumenta, y desde que ese aumento no se ha produ- cido por el ahorro, tiene que haberse producido por la diferencia entre las importaciones y las exportaciones». Cuando, pues, el ahorro acumula capitcd, éste puede sentirse aumentado por la importación de capital ex- ■LA JSBGISLACIOVÍ ESCOLAR tranjero, y cuando el consumo es mayor que la pro< ducción, el capital puede, sin embargo, aumentarse, siempre que el capital que se importe sea mayor que el exceso de consumo. Veamos ahora cómo nuestros consumos son mayo- res que nuestros productos. Entendemos por consumo toda destrucción total de riqueza, hecha voluntariamenle, para dar satisfacción a nuestras necesidades, reales o ficticias. La destruc- ción de riquezas producida por causas extrañas a nues- tra voluntad produce naturalmente los mismos efectos, disminuye la riqueza, pero no la considero de consumo porque no está en nuestra mano evitarla. Así, la baja de nuestros productos en Europa, la epizootia, las se- cas, ele, las conceptuamos como estando fuera de las observaciones que queremos formular, aun cuando sean también causa de ruina, porque no están en gran parte al alcance de nuestra voluntad. Y decimos en gran parte, y no totahnente, porque los estragos de la epizootia no habrían sido tantos si en la generalidad de los estancieros hubiese habido una dosis menor de ignorancia; las pérdidas que producen las secas no se producirían, o se producirían en mucha menor escala si una lastimosa ignorancia de las leyes naturales no hubiese destruido nuestros montes y no dejara nues- tros campos sin árboles, sin bosques y sin agua; y aun la baja de nuestros productos en Europa no se presen- taría con caracteres tan alarmantes si nuestro estado de anarquía permanente y lo atrasado de nuestros pro- cederes industriales no hubiese auxiliado poderosa- mente la formación de mercados que ofrecen produc- tos semejantes, en el vasto continente austral. Es del consumo verdadero de lo que queremos ocu- pamos, de la riqueza que destruimos voluntariamente [79] JOSE PEDRO VARELA para eatísíacer nuestras necesidades, reales o ficticias. Dividiendo la población del Estado en varios grupos para apreciarla con más facilidad, tendremos este re- sultado: El jornalero produce más de lo que consume: el jornal que recibe es bastante elevado para que pueda con él, no sólo llenar sus necesidades, sino aún aho- rrar. El jornalero trabajador acumula en pocos años un pequeño capital que le permite, o emprender un pequeño comercio, o volver a su país si es extranjero. Es este un hecho que constatan todos aquellos que emplean hombres a jornal, o que conocen las condi- ciones del jornalero entre nosotros. El comerciante en general produce también más de lo que consume. Nuestro comercio sufre naturales al- ternativas, pero está lejos de hallarse arruinado: y todos sabemos que el comerciante honrado que trabaja con constancia, puede acumular y acumula capital. Sucede lo mismo con el estanciero y el agricultor propietarios : en éstos la regla es producir más de lo que consumen, aun cuando esa regla pueda tener sus excepciones. Entran también en esta categoría lo que se Uama las profesiones liberales. Si, pues, esos diversos grupos constituyeran toda la nación, sería indudable que el conjunto consumiría menos de lo que j) reduce, ya que es ese el resultado a que llega cada una de las partes que lo constituirían, Pero a esos grupos productores hay que agregar, para obtener el conjunto de la sociedad, los grupos consumidores, es decir, aquellos que consumen más de lo que producen, o que consumen sin producir. Tenemos en primer término al paisano, entendiéndo- se por tal, no sólo al habitante pobre de nuestros [80] LA LEGISLACION ESCOLAR campos, sino también al hijo del país que es peón en las ciudades. £1 paisano, se dice, permanece simple- mente estacionano, porque aun cuando produce poco, consume poco también, de manera que no ahorra, no forma capital, pero tampoco lo destruye. Esa obser- vación es exacta, aproximadamente, en las épocas de tranquilidad pública, que son las menos, pero es com- pletamente incierta cuando corre por nuestros campos el incendio de la guerra civil. En esos casos el paisano convertido en soldado, vive del capital acumulado por otros; consume sin producir nada, y por la misma razón de que dispone de capital ajeno, sus consumos son excesivos; no los limita al deseo natural que hay en el hombre de ahorrar esfuerzos, sea disminuyendo el trabajo, sea acumulando capital con el saldo que le resta, después de llenar sus necesidades. En esas con- diciones el paisano es no sólo un consumidor parásito sino también excesivo. Notemos que esta apreciación se refiere sólo al soldado de nuestras guerras civiles que es peón en las épocas de paz: el militar perma- nente lo contaremos después a su debido tiempo. Si es cierto, pues, que el paisano en las épocas de paz permanece estacionario, no es menos cierto también que en las épocas de guerra consume, y consume ex- cesivamente, sin producir. Ahora bien: las guerras ci- viles, o cuando menos las luchas armadas, se repro- ducen bastante a menudo entre nosotros para que sólo un optimismo ciego pueda considerarlas tan anorma- les que el exceso de consumo que provocan no deba tenerse en cuenta en la apreciación general de nuestro desarrollo económico. Hay además en la guerra otra forma de exceso de consmnos y de destrucción de riqueza que no se apre- cia generalmente en su verdadera faz. [81] JOSE PEDKO VARELA Es general creer que gastar y consumir son sinó- nimos, entendiéndose por gastar emplear una deter- minada suma de dinero en un objeto cualquiera des- tinado a dar satisfacción a nuestras necesidades. Hay en esto un completo error: se consume en rea- lidad la riqueza que se destruye totalmente: así, por ejemplo, el tabaco, la pólvora, etc., son objetos que se consumen cuando se usa de ellos. Sucede lo mismo con los alimentos: pero hay que notar que en éstos la destrucción no es total, sino parcial, porque queda siempre un pequeño saldo que va incorporándose al capital que constituye cada ser humano. Económica- mente considerado, el hombre es un capital que repre- senta si no el total, una parte de lo que ha empleado en alimentarlo, educarlo, y en una palabra, en favo- recer su desarrollo en todo sentido. Así, la guerra con sus víctimas produce una destrucción real de capital, ya que cada hombre representa una suma de riqueza acumulada en éL La pérdida de vidas se valora en ge- neral y se toma en cuenta por lo que afecta a la fami- lia y a la liumanidad, y aun desde el punto de vista de los intereses económicos suele considerarse tam- bién por lo que arrebata de fuerzas productoras a la sociedad. Los ejércitos son compuestos en su mayor parte de hombres jóvenes, en el vigor de la edad y de la salud: de ahí que las pérdidas causadas por la gue- rra ejercen mayor influenuia en las fuerzas producto- ras de la sociedad, que la que ejercería un número igual de víctimas hecho, por ejemplo, por una epide- mia; las epidemias hacen mayores estragos entre los enfermos, los viejos, los valetudinarios y en general entre todos los débiles, mientras que, por el contrario, los estragos directos causados por la guerra, pesan principalmente sobre la parte más robusta y viril de [823 XiA LEGISLACION ESCOLAR la población. Observándolo, es general hacer notar esa faz antieconómica de la guerra por lo que con- traría las fuerzas productoras de la nación, pero rara vez ae hace notar la destrucción real de riqueza que hay con la muerte de una persona cualquiera, y en consecuencia con la destrucción de vidas que causa la guerra. En Estados Unidos se aprecia cada inmigrante en 1.000 dólares, como valor medio del hombre for- mado. ^ Hay que agregar, pues, al total de nuestros consumos durante las épocas de lucha, lo que consu- mimos en la forma de muertos en la guerra. No resistimos al deseo de traducir algunas páginas que servirán pata presentar otra faz de los malea que causa la guerra; faz que no es posible estudiar entre nosotros por falta de datos. «Entre 1869 y 1872 París ha atravesado un período de agonías j de miserias que ha elevado la mortalidad a cifras extraordin ai lamente d olorosas. Es bueno estu* diarias con algún detalle: uno se convencerá así de que la guerra ultrapasa el límite que se le asigna or« dinariamente, pues no sólo mata amo que hace morir e impide vivir. En las listas de mortalidad que se alar- gan cada vez más, es fácil ver los progresos homici- das que hace la iníluencia del hambre, del frío, de loa tormentos de todas clases, que traquean a la pobla- ción. La vida se retira poco a poco de la ciudad do- liente: se puede concluir que un sitio prolongado, seguido de una insurrección sin piedad, equivale a uno de esos grandes flagelos mórbidos que la Edad Media llamaba invariablemente una peste, y que no- sotros llamamos una epidemia. 1 L'Immigration et let ímmioranta aux Stats-Untt, par LouiB Slmonrn. [83] JOSE PEDRO VARELA «Nuestro obituario de 1870-1871 está más cargado que el que nos legaron el cólera de 1832 y el de 1849. La guerra propiam'^nte dicho, el combate, no tiene en él más que una parte muy débil: lo que mata mejor y más seguramente que la bala y el cañón es la fiebre, el tifus, la anemia. . . £1 último mes normal de Paris^ es agosto de 1870: las defunciones son 4.942, lo que es un término medio ordinario. En el mes de setiem- bre la proporción tiende a crecer; sin embargo, nada ha faltado aún a las exigencias de la vida material: se tiene ganado vivo, la temperatura es suave, ningún alimento es racionado, se tienen más esperanzas de las razonables; pero la inquietud vaga que se cierne sobre todo hace ya su obra y el Estado Civil registra 5.222 defunciones. En octubre la progresión es rápida y puede hacer comprender hacia qué destino nos ade- lantamob: un mal nuevo va a invadir la población y a diezmarla, porque hará mortales enfermedades que hu- biera sido posible curar: 7.543 defunciones se inscri- ben; noviembre no es mucho más mortífero a pesar de las brumas y de los primeros fríos, ofrece un total de 8.238: pero he ahí a diciembre con sus largas no- ches enervantes se cierra con 12.885 defunciones. El contingente excesivo de los tres últimos meses mo- difica toda relación con el término medio de los años precentes: París en 1870 ha perdido 73.563 habitan- tes. ¿El año que va a empezar será mejor y nos con- solará de todas esas hecatombes humanas sacrificadas a los dioses de la violencia y del desvarío? Será peor aún. Desde el principio anuncia lo que será ese año maldito que vio la caída de París y los incendios de la Comuna: enero da una cifra de defunciones que espanta: 19,223. ^ Es el total más alto a que hayamos 1 Ninguna compensación para las pérdidas de ese mes si- niestro 2 487 nacimientos, 770 matrimonios [84] LA LEGISLACION ESCOLAE alcanzado... el mes de febrero marca 16.592 en lo que podría llamarse el necrómetro. Mayo empieza el pe- ríodo decreciente, que no se detendrá hasta el momento en que la mortalidad desbordada haya vuelto a su lecho: se cuentan aún en él 11.289 defunciones; abril desciende a 7.026 y si el mes de mayo parece retomar una marcha ascendente con 7 639, es que fue el mes en que la batalla de los siete días ensangrentó a París a quien salvaba. Desde ese día se vuelve al punto de partida: entre agosto de 1870 y junio de 1871 no hay más que una diferencia de 307, en beneficio de éste; el total de 1871 no por eso es menos superior al de 1870, pues acusa 86.760 defunciones: a^í, pues, en dos años 160.323 individuos han muerto en Paris. Van a invocarse, sin duda, las acciones de guerra libradas contra los ejércitos alemanes y contra los ejércitos rojos de la Comuna: las defunciones a causa de heri- das militares no figuran roas que en una proporción muy mediocre en esa dolorosa necrología, en todo 6.083, de los cuales 2.625 en el período del sitio y 3.448 en el de la Comuna». ^ Los acontecimientos de los cuales surge una perturbación general ejercen una influencia más directa aún sobre los matrimonios que sobre los nacimientos. Lo& matrimonios que en 1872 fueron 21.373 no habían sido más que 14.657 en 1870 y habían descendido a 12.928 en 1871 — en 1869 que, según los cálculos estadísticos, fue el año normal por excelencia, fueron 18.948. - «La influencia de loa acon- tecimientos sobre los nacimientos se denuncia por las cifras y excusa todo comentario. El mes de mayo de 1870 encuentra al país en calma y prosperidad: enero 1 L.'Btat Cwú á Pans, par Máxime Du Camp Rpimc des Deux Mondes, 15 de marzo de 1874, paginas 395 y 366 2 Idem, páginas 363 y 368 [851 JOSE PEDRO VARELA de 1871 nos da 5.378 recién nacidos. En el mea de julio de 1870 una ráfaga de locura cruza por todas las cabezas: a propósito de un incidente grave, pero cuyas consecuencias podrían haber sido conjuradas, se apodera de la pasión pública antes de ensayar los recursos de la diplomacia: la guerra estalla en plena paz, los espíritus se inquietan, todos los corazones se sienten oprimidos por la angustia de una aventura semejante; marzo de 1871 no nos da ya más que un contingente de 3.606 nacimientos. Nuestros primeros encuentros con la Alemania no dejan duda alguna so- bre la suerte miserable que nos espera: es la invasión que entra en Francia: la desesperación del mes de agosto, se lee en las tablas de abril de 1871 que des- cienden a 3.299. A la mitad de setiembre la ciudad es cercada: la vjda se hace difícil: a medida que pasan los días las fuerzas de la población van debili- tándose: se diría que los pobres pequeños seres rehu- san venir a este mundo de perturbación y de miseria. Octubre da 2.965 a junio de 1871: noviembre llega hasta 3.001 que se inscriben en julio: diciembre, que fue el mes de los grandes frioa y de los combates duros, se detiene para aj^osto en 2.429. Enero de 1871, en el que se sufrió tanto, en el que faltó el pan y la esperanza, cae a la miserable cifra de 1,729 que se inscriben en el mes de setiembre; octubre está bien bajo aún y no cuenta más que 1.875 nacimientos; noviembre y diciembre se levantan un poco. Para en- contrar una cifra regular es necesario esperar a enero de 1872 que declara 4.238 niños, correspondientes al mes de mayo durante el cual cayó la Comuna», Seria un estudio curioso el que se hiciese estableciendo com- paraciones estadísticas semejantes para la República Oriental. Estamos seguras de que si hacerse pudieran, [86] Ul LEGISLACION CflCOLAM darían lesultadot «emejante» a lo» constatadoi en París, Las emigraciones que tienen lugar en los momentos de grande agitación política, son también causa de un exceso de consumos que generalmente no se tiene en cuenta. El que emigra, no sólo deja de producir en el país, lo que trae una disminución proporcional en los productos, sino que» en los primeros tiempos de la emigración a lo menos, consume más de lo que hubiera consumido permaneciendo en el país. Hay que agregar a esto que, cuando el consumidor perma- nace en el país, toda la parte de riqueza que no des* truye al satisfacer sus necesidades queda incorporada al total de la fortuna pública, mientras que en la emi* gración esa riqueza se incorpora al total de la fortuna pública del país a donde emigró, produciéndose de ese modo una verdadera exportación de capitales. Según datos publicados, había en la República Argentina, durante la revolución de Aparicio, 15.206 orientales; de éstos puede asegurarse que la gran mayoría eran emigrados por causas políticas. No son, pues, insigni- ficantes los excesos de consumo producidos por las emigraciones. Tenemos así que el estado de guerra aumenta extra- ordinariamente los consumos por el estímulo ilegíti- mo del soldado que destruye capital ajeno para satis- facer sus necesidades, reales y ficticias, y en no pocos casos sus pasiones extraviadas: por las vidas que cues- ta y por las emigraciones, produciéndose a la vez una disminución correlativa en la producción. Y las gue- rras, vuelvo a repetirlo, han sido bastante frecuentes entre nosotros para que sea imprescindiblemente ne- cesario tomarlas en cuenta al apreciar nuestros consu- mos pasadog. [W3 JOSE PEDRO VARELA Además del paisano, que consume más de lo que produce, están todos aquellos que viven del Estado, con excepción de los empleados en Id Instrucción Pú- blica. La organización social no se concibe sin que exista una administración pública, ni ésta se concibe tampoco &in que sean retribuidos los servicios de los que en ella se emplean; esto no obsta, sin embargo, a que todo el personal de la administración consuma sin produ- cir. Permítasenos explicarlo. Para la conservación del orden social necesitamos que exista un poder público, encargado de garantirnos el pleno goce de nuestros derechos, y especialmente de reprimir los abu&os de la fuerza, del mal y de la ignorancia: necesitamos un ruerpo legislativo que dicte las leves que han de regirnos: un poder ejecutivo que las haga cumplir y un poder judicial que decida en los casos contenciosos. Sin la existencia de un poder público estaríamos a cada paso expuestos a vemos privados del fruto ¿e nuestro trabajo, coartados en nuestra libertad, o agredidos en nuestra vida, teniendo que emplear constantes esfuerzos para defendernos y garantirnos, sin que llegásemos nunca a conseguirlo con tanto éxito como el poder público, cuando éste se conserva dentro de sus límites naturales. El tiempo que emplearíamos en garantirnos y defendemos, no podríamos desíiriailo a los trabajos en que ahora nos ocupamos, y en consecuencia, produciríamos menos de lo que producimos cuando hay otros que se encargan de hacer esos servicios: pero los que a ese trabajo se dedican dejan por el hecho de producir, puesto que sólo se ocupan de garantir la producción de los de- más: sus servicios son tan útiles para la sociedad como loi del productor, y tan acreedores a recompensa co* [88] LA LEGISLACION ESCOLAR mo los de éste, pero por eso dejan de revestir un ca« rácter especial con respecto a la producción y al con- sumo. En realidad ejercen una acción preventiva: no producen, ao facilitan tampoco la producción^ pero impiden que se destruya la riqueza creada, en cual< quier forma ilegítima, o que se pongan trabas a la creación de nueva riqueza. La administración pública hace para toda la sociedad lo que las compañías de seguros para los capitales particulares: los asegura cobrando una prima por el riesgo. Así el poder públi- co asegura su existencia a la sociedad cobrando una prima por el nesgo, prima que invierte en la retri- bución de los servicios de aquellos que se ocupan de velar por la conservación del orden social: esos servi- cios no dan por resultado producto alguno, pero hacen posible la producción de los demás; no aumentan capital, pero aseguran el capital social, la fortuna pú- blica. La administración pública, cuando se conserva dentro de sus limites naturales es, pues, no sólo nece- saria, sino conveniente: pero desde el punto de vista de la producción y del consumo los que en ella se ocupan consumen sin producir. Hemos hecho una excepción entre todos los ramos de la Administración en favor de la Instrucción Pú- blica, porque con respecto a ella el capital que se emplea no se consume, sino que se incorpora al capital representado por el que recibe esa instrucción. Los servicios del maestro y la retribución que por ellos se le acuerda tienen un carácter especial que es fur« zoso no olvidar: comparémolos para mayor claridad con los de la policía o la justicia, por ejemplo. La policía se ocupa de la seguridad de las personas: está cumplido su servicio, llenada su misión, cuando las personas están seguras, pero ni usted ni yo, ni el ve- [89] JOSS PIDRO VABKIiA ciño de enfrente^ ni nadie ha alterado el capital qm cada uno representa, cuando esa seguridad de las perso- nas se ha hecho efectiva. Si la seguridad de las per- sonas desaparece, el capital que se emplea en la poli- cía se malgasta; si esa seguridad se conserva, ese ca- pilal se emplea bien, pero ni el valor que representa la persona, ni sus condiciones se alteran sustancial- mente. Sucede lo mismo con la administración de jus- ticia: si ésta permite que se me despoje de mi pro- piedad, el capital que se emplea en sostenerla se mal- gasta; si por el contrario, me conserva el pleno goce de lo que es mío, se emplea convenientemente el ca- pital que se gasta en sostenerla, pero en ambos casos el capital acumulado que representa mi propiedad no se altera sustancialmente. Si se observa cualquiera de los otros ramos de la administración pública, propia- mente dicha, se encontrará que sucede lo mismo. La excepción única es la instrucción. El capital que se emplea en pagar al maestro se ha invertido bien cuan- do éste ha instruido a sus alumnos, en tanto que se malgasta cuando no los ha instruido. En este último caso el alumno ha permanecido sin alteración y por eso se ha malgastada el capital que se invierte en el maestro: en el primero el alumno ha incorporado al capital que antes representaba, el que representa la instrucción recibida: ha habido, pues, incorporación de capital, y por eso se ha empleado bien lo que se invierte en el maestro. La instrucción es, pues, el úni- co de los servicios cometidos a la administración pú- blica que no consume el capital invertido en él, sino que lo incorpora, bajo una nueva forma, al capital que representan los individuos a quienes instruye. He aquí la demostración numérica para mayor claridad. Supongamos que ei capital social, la fortuna pública» [M] U LEGISLACION ESCOLAS representa 100: y supongamos que para la conserva" ción del orden social y en consecuencia de ese capital, emipleamos 2 en la Policía, la Justicia, el Ejército, etc., nos quedará en realidad un capital de 98. De manera que podemos decir que un capital social de 100 repre- senta asegurado por el poder publico un capital líqui- do de 98. La diferencia se ha empleado en retribuir los servicios de aquellos que están encargados por nosotros mismos de garantirnos contra las destruccio- nes de la fuerza, del mal y de la ignorancia. Supon» gamos ahora que el capital social que tenemos es tam- bién de 98, y que empleamos en instrucción pública 1 ; nos quedarían 97 si el capital primitivo hubiese per- manecido estacionario como en el caso de la Policía, la Justicia, etc. Pero no es aaí; ahora al capital social que queda reducido a 97, tenemos que agregar el ca- pital que representa la mayor instrucción difundida al pueblo. Ese capital será uno, si las sumas emplea- das en el maestro se han proporcionado estrictamente a los servicios, y en consecuencia no habrá habido disminución alguna en el total del capital social: habrá habido una simple modificación. Consumen, pues, sin producir todos los empleados en la administración, con excepción de los empleados en la Instrucción Pública, y, con más latitud, todos los que viven del Estado. El número de éstos es exce- sivo entre nosotros, lo que hace excesivo también el número de los que consumen sin producir. Tenemos así para formar nuestro balance general, que producen más de lo que consumen, el jornalero, el comerciante, el estanciero, el agricultor, las profe- siones liberales y, en una palabra, todas las clases laboriosas de la sociedad; y que consume más de lo que produce el paisano, consumiendo sin producir to- tfllJ 7 JOSE PEDHO VARELA dos los que viven del Estado. Si esto es exacto, para saber, como resultado final, si consumimos más de lo que producimos, o viceversa, la cuestión está en ave- riguar si el capital que acumulan los primeros es mayor o menor que el que consumen los segundos. Resolviendo esa cuestión, suele decirse: Si fuera cierto, como hace años viene repitiéndose, que consumimos máa de lo que producimos, estaría- mos todos arruinados, lo que no ei verdad en la ge- neralidad de los casos. Hay en esto un grave error. Si es cierto que en la generalidad de los casos los individuos no están arrui- nados, no es menos cierto que la Nación, el Estado, está arruinado por todos ellos. Y es precisamente por- que el exceso de consumos se salda con las deudas de la Nación, que se presenta esa apariencia engañosa, observada con satisfacción. «Las clases laboriosas acu- mulan, se dice; luego la producción es mayor que el consumo». No: las clases laboriosas pueden acumular porque no pagan sino una parte de los consumos de las clases parásitas: el saldo de esos consumos se ob- tiene del extranjero, descontando el porvenir. En los cálculos de los costos de producción hace entrar el productor en nuestro país, como en todas partes, lo que tendrá que pagar al Estado por impues- tos y aun la parte que pueda corresponderle en las destrucciones eventuales a causa de las luchas arma- das. Si, pues, esa parte que el productor destina al sostén de la administración pública representase todo lo que en ella se invierte, seria exacto que los produc- tos son mayores que los consumos, porque cualquiera que fuere el monto total de lo invertido en el sostén de la Administración, no se aumentarían los consumos, puesto que ya ae habría hecho figurar como parte de [92] IiA LEGISLACION ESCOLAR los costos de producción. Pero no es así: la produc- ción actuiil concurre sólo con una parte al sostén de la administración piiblica; el resto se salda, por medio de préstamos, descontando la producción del porvenir. Nuestros presupuestos se forman siempre con déficit, y con un déficit que a menudo es enorme: la parte de consumos que representa el déficit, no la hace entrar el productor en sus cálculos, como costo de produc- ción, porque en realidad no la entrega ahora, sino que tendrá que ir entregándola sucesivamente en una serie de años, gravando de esa manera anticipadamente lo que se producirá en el porvenir. Ahora bien: para que en el balance general de la Nación resultare que producimos más de lo que con- sumimos, habría que hacer entrar en cuenta, junto con los consumos regulares que todos presupuestan, lo que representan todas nuestras deudas públicas. Veamos cuál es ese total de nuestras deudas públicas. Tenemos en primer lugar I05 46 ó 48 millonea que representan en total uuebtra«« deudas consolidadas; en éstas todos piensan y todos las toman en cuenta como deudas de la Nación. Tenemos, además, unos diez o quince millones de pesos de deuda flotante, que tar- dará más o menos en consolidarse, pero que no por eso deja de ser capital que hemos consumido, y que tendremos que pagar, sacándolo de la producción del porvenir, ya que no lo hemos sacado de la del pasado: esa deuda es también tomada en cuenta por la gene- ralidad al apreciar nuestro estado económico-finan- ciero. Pero hay otra deuda, mayor tal vez que esas otias, de la que pocos se acueidan: es la que repre- sentan los sueldos de los militares, viudas, menores, pensionistas y jubilados. Estos se confunden a menudo con los empleados de la Naciún^ pero tienen una dife- [93] JOSE PBX>BO VAHELA rencia esencial. El empleado público recibe una com- pensación por el servicio que actualmente presta; si el servicio desaparece, desaparece también, como conse- cuencia, la compensación; para la producción repre- senta, pues, la parte que se invierte en los empleados públicos lo que, según hemos dicho, se destina a la conservación del orden social. No sucede lo mismo con los militares, viudas, menores, pensionistas y jubi- lados. Por nuestras leyes el grado militar y la viude- dad, la jubilación y hasta cierto punto la gracia espe- cial concedida al pensionista, son una propiedad. Cesa- ría la guerra, serían completamente inútiles los mili- tares, no se emplearían sus servicios, y, sin embargo, se le pagaría siempre el sueldo que por ley les corres- pondiese. Con mayor razón sucede lo mismo con las viudas, menores, jubilados y pensionistas: para éstos no hay que esperar a que cese la guerra, reciben su compensación sin prestar actualmente servicio alguno. £s, puea, una deuda que pesa sobre la Nación sin re- lacionarse con servicios correspondientes que deban prestársele en adelante, y que tendremos que pagar sacando su monto de la fortuna j)ública, como tendre- mos que pagar las otras deudas. Ahora bien: ¿cuánto representa esa deuda? No os fácil decirlo, porque no es fácil averiguar por cuántos años tendremos que pa- gar sus sueldos a los militares y sus descendientes, a las viudas y los jubilados: el servicio anual, sin em- bargo, se eleva a cerca de dos millones de pesos, y no habría exageración en calcular que, en término medio, ese ser\'icio se prolongará por una serie de 20 ó 25 años. Tenemos, pues, que además de lo que se invierte en la administración pública, propiamente dicha, ten- dremos que emplear el capital que representan las Deudas consolidadas, las Deudas fluctuantes y lai LA LSXSI3LACION ESCOLAR Deudas por sueldos Ae militares, viudas, menores, pen- sionistas y jubilados. Nuestros presupuestos se forman siempre con enor- mes déficits y se saldan por medio de empréstitos. Si en vez de eso se saldaran con aumento de impuestos, es indudable que el capital que acumula el productor disminuiría, puesto que tendría que deducir de él la parte que le correspondiese en los impuestos extraor- dinarios para saldo del presupuesto. Pero además, en nuestros presupuestos lo que se paga de las Deudas fundadas son sólo los intereses y una pequeña parte de amortización: de las Deudas fluctuantes no se paga nada, se renuevan, y de las Deudas por sueldos de militares, etc., sólo se paga una cantidad que corres- ponde a intereses y amortización, puesto que con cada pago no se extingue la deuda pero se aproxima la época de su extinción. Para ver, jmes, con exactitud lo que consumimos y hemos consumido en realidad, ten- dríamos que formar nuestro balance estableciendo lo que tenemos, después de pagadas nuestras deudas y de haber deducido los capitales que se han importado al país. Y entonces llegamos a esta conclusión. Las clases laboriosas de la sociedad Deudas públicas 7 » importado 20 Producto en el año 16 Monto total bruto 153 CONSUMOS De las clases laboriosas 11 » » » parásitas, por impuestos ... 4 15 Capital total que resta 138 Se ha hecho figurar como capital existente el valor de las Deudas públicas, que representan capital con- sumido ya, y no se ha hecho figurar para nada un consumo de ocho tal vez, que se ha hecho efectivo por medio del préstamo. JOSE PEDRO VARELA £1 balance verdadero sería este: Capital primitivo 110 > importado 20 Producción en el año 16 Monto bruto 146 CONSUMOS De las clases laboriosas 11 » » » parásitas, por impuestos ... 4 » » » » » préstamo .... 8 23 Capital que resta , . . 123 Deduciendo de esto lo que corresponde al capital importado en el l'' y 2° años, es decir, 15 y 20, ten- dríamos que en realidad habríamos consumido doce del capital primitivo y que éste se hallaba reducido a 88. En definitiva, y descarnándola, la cuestión se redu- ce a esto: Hay una gran masa de nuestra población que, patrocinada por el Estado, vive, sin prestar ser- vicio alguno, a expensas de las clases laboriosas, que pagan actualmente una parte de sus consumos, y que garanten el pago en el porvenir al capital extranjero que se recibe en préstamo para pagar el saldo. Así, la imitación de los gustos, los placeres y las cos- tumbres de las sociedades más adelantadas y más ricas, sin imitar a la vez su potencia productora y sus hábi- tos de trabajo y de industria, ha producido entre no- sotros una desproporción constante entre las aspira- ciones y los medios. De ahí ha resultado, como natu- ral e ineludible consecuencia, xm exceso de consumos [»1 LA LEGISLACION ESCOLAR que nos conserva en estado de crisis permanente, cada vez más grave. Seguimos a pasos rápidos el camino del Hijo Pródigo: en la vida individual, al menos, todos sabemos a dónde conduce ese camino, y es ne- cesario que empecemos a convencernos de que las na- ciones se arruinan o se enriquecen por los mismos medios de que se valen los individuos de que son for- madas. Si esto es exacto, la solución radical del problema de la actualidad económica de la República se reduce a esto: producir más o consumir menos; o hacer lo>^ dos cosas a la vez, es decir, producir más y consumir menos. Todo lo que no vaya a parar a ese resaltado podrá velar temporalmente la realidad, halagar en el primer momento y satisfacer a los impacientes; pero dejará subsistentes las causas generadoras del mal, y éste continuará su obra de desesperación y de ruina. CAPITULO IV Causas de la crisis política Ninguna cuestión ha sido más debatida entre nO" sotros que la cuestión política, pero en ninguna se han extraviado más las opiniones y se ha usado de menos imparcialidad. Cuando uno realiza un grande esfuerzo sobre sí mismo para desligarse de las in- fluencias que lo dominan habitualmente y extravían su criterio, compréndese sin dificultad que no hay por qué sorprenderse de esa falta de imparcialidad y de ese error en las opiniones. Por la misma rayón de que se complican a lo infi- nito y de que nos interesan siempre más o menos di- [09] JOSE FEIXRO VABELA rectamente, las cnestiones políticas provocan la acción de las pasiones, de manera que en todos nuestros jui- cios políticos interviene en grande escala el sentimien* to, aun en los que menos infinenciados por él nos creemos. Por otra parte, entre nosotros es sólo la prensa diaria la que dilucida las cuestiones políticas, y por causas fáciles de comprender, que se agravan por nuestro estado social, las considera siempre desde un punto de vista relativamente estrecho, puesto que no sólo toma en cuenta lo que eUa conceptúa la ver- dad, sino también la manera con que esa verdad se armoniza con los intereses de partido. Todos, aun los que más egoístas son considerados, tienen entre noso* tros algo de políticos, es decir están afiliados en éste o aquél de los partidos, y su espíritu influencia sus opi- niones. En las grandes sociedades donde el fecundo principio de la división del trabajo se aplica a todo, aun al estudio de las cuestiones que más interesan a la organización social, déjanse oír por intervalos vo- ces imparcidles que juzgan las cuestiones políticas des- de un punto de vista bastante elevado para que no lleguen hasta él las influencias de partido. Dedicados constantemente al estudio, los sabios en Europa y aun en Estados Unidos conservan bastante tranquilidad de espíritu e independencia de acción, para que no turbe sus juicios el sentimiento individual o la pasión de partido. No sucede lo mismo entre nosotros; la pasión o el sentimiento de partido alcanza a todos por la misma razón de que la sociedad es reducida y de que las luchas políticas son ardientes; así vemos a menu- do los juicios más erróneos formulados por hombres ilustrados y de elevado espíritu, y rechazadas y con- denadas por todos las verdades más evidentes para los espíritus imparciales. [1001 LA LEGISLACION' ESCOLAR Vamog a tratar, sin embargo, de liacer un gran es- fuerzo para libertar nuestro espíritu de toda influencia del momento, elevándonos a bastante altura para que no turben la serenidad de nuestras observaciones los acontecimientos^ ni las pasiones, ni las dificultades de actualidad. La crisis política como la crisis económica, ha lle- gado a un grado de extraordinaria intensidad en los momentos actuales, por causas transitorias que han contribuido y contribuyen a agravarla, pero cuya des- aparición no haría desaparecer la crisis misma. El es- tudio de las causas anormales y pasajeras, y los me- dios de combatirlas, lo dejamos a otros: nosotros va- raos a concretamos al estudio de las causas permanen- tes, de aquellas que están obrando constantemente des- de hace largo tiempo y que continuarán obrando mientras no se las destiuya, cualesquiera que sea los cambios superficiales que puedan produciré. Iras formas de gobierno van haciéndose más compli- cadas en su mecanismo a medida que se perfeccionan, exigiendo a la vez más conocimientos y mayor des- arrollo en todos los miembros de la comunidad. Por una parte la esfera de acción legítima del indi- viduo se extiende cada vez más b'mitándose la acción de la sociedad: por la otra la representación del poder público se divide mis y más, y más y más va hacién- dose responsable al funcionario; lo que quiere decir que se les trazan menos estrictamente sus deberes, y se dejan más eventualidades libiadas a su criterio res- ponsable. En la sociedad primitiva la fuerza bruta es la única que regula la conducta de los hombres: el jefe dispone a su antojo de la vida y la propiedad de sus subditos, al menos hasta donde alcanza su poder. A medida que la sociedad ¡progresa y se transforma, esas [101 3 JOSE n¡DRO VARELA facultades absolutas del jefe supremo van limitándose; al llegar a cierto grado empieza a aplicarse al gobier- no de la sociedad el principio de la división del traba- jo; el que legisla no es, como antes, el mismo que hace cumplir las leyes, ni tampoco el que decide en los casos dudosos De esa manera la autoridad, que primitivamente hallábase concentrada en un individuo y que sucesivamente ha ido extendiéndose a una fami- lia, después a unos pocos y por último a todos, la au- toridad se complica en su ejercicio, en sus atribucio- nes, y en sus formas: conocerla es difícil: ejercerla es más difícil aún. Cuando estalló el año 38 la revolución que hizo el general Rivera al Presidente Oribe, pre- guntaba una persona que se hallaba en una estancia en el Río Negro a un paisano que acababa de llegar: «¿Qué se dice de la guerra? No sé, señor, contestó; pero he oído que el Presidente Oribe se ha sublevao contra el general Rivera». Así, para él, el jefe nato de la República era el general Rivera, de manera que en el caso de lucha el sublevao debía ser otro, aunque ese otro fuera el Presidente de la República. Este hecho ilustra bien la necesidad de tener cieitoa conocimien- tos, aun para saber dónde reside la autoridad. ¡ Cuánto más necesarios no serán esos conociniienlog para usar de la parte que llega a cada uno en esa autoridad que se delega! Ahoia bien: cuanto más complicada es una máqui- na cualquiera, tanto más difícil es que consiga mane- jarla bien el obrero ignorante: el más pequeño error puede entorpecer la marcha regular; el colocar una pequeña pieza fuera de su lugar puede ser causa de que todo el maqumismo deje de funcionar o funcione mal Con mayor razón sucederá lo mismo tratándose del maquinismo social, tanto más complicado cuanto [102] LA. LEGISLACION ESCOLAS que no sólo son muchas y muy variadas las piezas que lo componen, &ino que esas piezas tienen la propiedad de modificarse y transformarse casi al infinito. Tomemos, por ejemplo, para ilustrar esta verdad, la elección de Representantes que cada tres años se re- produce entre nosotros, y veamos la suma de conoci- mientos que demanda ese solo acto de organización política, y la manera cómo puede viciarse fácilmente con sólo alterar algún detalle en la apariencia insigni- ficante. Observemos primero al ciudadano: éste nece- sita conocer su derecho (el derecho que le reconocen las leyes del país) y la manera de defenderlo para im- pedir que se le prive de él: necesita saber que el dere- cho de los demás ciudadanos, es igual al suyo, para comprender que comete un abuso siempre que realiza un acto que si fuera realizado por otro atacaría su de- recho. Supongamos que lo conoce y que la inscripción en el Registro Cívico se realiza legalmente: necesita en seguida tener criterio bastante para elegir primero al Teniente Alcalde, lomando en cuenta la doble fun- ción que va a ser desempeñada por éste, como autori- dad judicial inferior y como elector de Juez de Paz: si elige mal, es probable que sea mala la elección del Juez de Paz, que éste patrocine o tolere los fraudes en el Registro y que, en consecuencia, se falsee por completo la voluntad de los electores legítimos. Su- pongamos, sin embargo, que elige bien y que el Juez de Paz, que es elegido por los Tenientes Alcaldes de la sección, cumple con su deber. Llega la elección de Alcalde Ordinario, y el ciudadano necesita tener ideas de lo que es la importancia relativa de las funciones que ha de desempeñar, para elegir a un ciudadano que reúna rectitud y capacidad bastante para ser Juez in- ferior, y a la vez rectitud política para cumplir fiel- [103] JOSE PEDRO VARELA mente con los deberes políticos de su cargo. Si el Al- calde Ordinario, no es recto, podrá privar a muchos dp su propiedad, amparando el abuso y el mal; si no es ilustrado, tendrá que fallar sin criterio por ignoran- cid, o que seguir inspiraciones ajenas, gravando al li- tigante y estando a cada paso expue&to a ser inducido en error por falta de saber; por último, si le falta rectitud política podrá contribuir a que se falsee el resultado de las elecciones populdres en favor de los candidatos sostenidos por su partido. Supongamos, sin embargo, que el Alcalde Ordinario cumple fielmen- te con sus deberes; el ciudadano necesita tener criterio bastante para elegir entre &us conciudadanos aquellos que puedan representar y soistener con más fidelidad las ideas y las doctrinas que él mismo profesa, a lo menos sobre las cuestiones primordiales que puedan afectar al país, es decir, que necesita antes de elegir quien lo represente, darse cuenta de lo que él mismo haría, si le fuese dado resolver por sí. Si no lo liace, si el ciudadano elige quien lo represente sin tener él mismo opiniones formadas, las instituciones democrá- ticas se desnaturalizan, por su base, suplantando el go- bierno de todos (que se cree sea el gobierno del buen sentido) por el gobici-no de unos pocos, hábiles, auda- ces -O cínicos, apo) ados en millares de voluntades in- conscientes. ¿Qué debe esperarse que resulte en reali- dad, cuando el ciudadano elige al acaso, dejándose guiar, no por &us opiniones, sobre las cuestiones prin- cipales que afectan al país, sino por las simpatías que le inspiran ésta^ o aquellas personalidades: simpatías que reconozcan su origen, no en comunidad de ideas y de aspiraciones, sino en esas afinidades del sentimien- to difíciles de explicar en todos los casos, y más aún en las cuestiones políticas, pero no por eso menos cie- E104J LA LSGISLACION ESCOLAR gas? La composición de los cuerpos legisladores se altera de ese modo, no sólo con todos aquellos que van persiguiendo propósitos personales o deshonestos, sino aun con todos aquellos que habiendo sido electos sin contraer compromiso, tácito ni expreso, alguno, créense libres de hacer predominar sus opiniones, si les es posible, en el seno de las Asambleas, aun cuando esas opiniones sean contrarias a las ideas y a los sen- timientos generales del país. De esto último es que re- sulta el divorcio que se observa a menudo entre noso- tros, entre la legislación positiva y las costumbres pú- blicas, lo que hace la legislación tiránica o aparente — tiránica cuando se cumple contrariando las costum- bres y las tendencias sociales — aparente cuando no se cumple, a pesar de estar en vigencia, por ser inaplica- ble. Si nos detuviéramos a observar ahora la educación que demanda el desempeño de las funciones públicas, aun de las más inferiores, a medida que por más per- fecta es más complicada la organización política, ve- ríamos que es racionalmente un absurdo esperar que el gobierno democrático pueda funcionar regularmen- te con una población ignorante. No creemos necesario formular una demostración semejante porque la con- ceptuamos de una evidencia que se impone por si sola. ¿Podrá tener la misión de velar por la seguridad de todos, quien no sepa en qué consiste esa seguridad? ¿Podrá garantir a todos el goce de su derecho, quien no conozca cuál es el derecho de cada uno? ¿Podrá impedir que se me despoje de mi propiedad, quien ignora en qué consiste la propiedad y cómo se reco- noce? Sin temor de equivocarse se puede establecer, pues, esta proposición: Un pueblo ignorante no puede tener [105] JOSE P£DEtO VARELA. sino gobiernos que estén en relación con su ignoran- cia, cualquiera que sea la forma política que haya adoptado; y las dificultades se harán cada vez mayores a medida que se aumente la distancia que separe la perfección de la forma política, del estado de ignoran- cia general del país. Un hombre ignorante encontrará grandes dificultades si se le pone a manejar una máqui- na de segar: pero indudablemente, si se le pone a diri- gir la máquina de un vapor es probable que la haga sal- tar antes de haberla puesto en movimiento: y la razón es sencilla, puesto que a medida que la máquina se com- plica, su comprensión y la habilidad de manejarla exige mayor suma de conocimientos. Sucede lo mismo con la organización política. La ignorancia popular ofrece graves inconvenientes bajo una forma de go- bierno autocrática; pero esos inconvenientes se au- mentan en proporción enorme cuando es la forma de- mocrático-republicana la que se adopta. En cualquier esfera toda causa es seguida de un efecto correspon- diente, y la organización política no escapa a esa ley general e invariable. Si la ignorancia es causa de una organización política defectuosa, y si toda organiza- ción política perfeccionada demanda para funcionar regularmente un grado de ilustración correspondiente en la sociedad, podemos concluir que es exacta la ob- servación que hemos formulado, y que todo pueblo ignorante está sujeto a ser mal gobernado. Ahora bien: como lo dejamos demostrado en el ca- pítulo XII de este libro, no se educan actualmente en la República más que 18 a 20.000 niños, permanecien- do en una completa ignorancia 60 a 80.000 más. Los progresos en la instrucción, así pública como privada, se han realizado principalmente en los últimos quince años. En 1851 educábanse en Montevideo nada más C106] LA LEGISLACION ESCOLAR que 1.600 niños, y. según los datos suministrados por las Juntas Económico Administrativas poco después, era menor aún el de aquéllos que se educaban en la campaña. Exageramos, pues, si fijamos en 3.000 el número de niños que recibieron educación en 1851-52: la población era aproximadamente de 150.000 habi- tantes, es decir, que se educaba entonces un niño por cada 50 habitantes, mientras que se educa hoy uno por cada 26. Además, dice Jules Simón hablando de la Francia, y podría deciise lo mismo entre nosotros: .«Notemos que la estadística de las escuelas no da más que un cuarto de iletrados, menos de un millón en los cuatro millones de niños, y que la estadística del re- clutamiento militar da una tercera parte; teníamos, pues, razón para decir que un gran número de niños no aprende nada en la escuela, y que muchos otros olvidan lo que han aprendido». ^ El progreso que se realiza en la República para lle- gar de 1 niño en 50 (fue se educaba en 1851, a 1 en 26 que se educa ahora, no se hace sentir activamente sino en los últimos diez años: teniendo esto en cuenta, y además, las observaciones de Mr. Simón que acaba- mos de citar, no creemos exagerar en lo más mínimo si calculamos que de las generaciones que se educa- ron hace 15 y 20 años, y que en consecuencia ocupan ahora la escena política y social, sólo han recibido educación 1 en cada 40 ó 1 en cada 50. ^ 1 De l'instniction et des hibltothéQttes populaires, por Ju< Ies Simón. 2 Son éstas, cifras que pueden parecer exageradas y que estamos seguros han de sorprender a más de uno; pero cual- quiera puede verificarlas en las fuentes en que las hemos bebido, buscando en la colección del Comeicto del Plata de los años SO a 54 los informes presentados a la sala de Doc- toies por el Rector de la Universidad doctor don Manuel Herrera y ObM, el Informa presentado al Instituto de Ins- [1071 8 JOSB PSDBO VAHBLA Pero no sólo la escuela instruye y educa, educa e instruye también el ejemplo que se presenta a nues- tra vista; y esa enseñanza del ejemplo obra con tanta más intensidad cuanto es mayor la ignorancia del que la sigue. Así los niños en la primera edad es prin- cipalmente por medio del aspecto que adquieren las primeras nociones de las cosas. Conocemos el estado de nuestro país con respecto a la cultura que en la escuela se aprende, y con la simple exposición de las revoluciones sucesivas que lia habido desde que nos hicimos independientes, y que hemos enunciado en el capítulo II, sabemos también cuáles son los ejemplos políticos que han ido sirviendo de escuela a las generaciones quo ocupan actualmente el escenario, a medida que llegaban a él. Nuestra orga- nización política, sin embargo, con su complicado me* canismo, con su multiplicidad de funciones y de fun- cionarios, supone una población ilustrada, y educada en la práctica de laa instituciones democráticas, de manera que de aquella realidad y de esta suposición resulta que vivimos en un engaño y una mentira per- manente. Una cosa dicen las leyes y otra los hechos: a menudo las palabras son bellas y los actos malos, y a menudo también la mentira oficial no es ni más audaz .ni más evidente que la mentira de los partidos que se hallan fuera del poder. Es, pues, el desacuerdo que existe entre la ignoran- cia de la masa popular, y las instituciones políticas que aparentemente nos rigen^ la causa eficiente de la cons- trucción Pública por el doctor don José G. Falomeque, des- pués de un viaje a los depai tamentos con el objeto de visitar Jas escuelas, y las actas de las sesiones de las Juntas Econó- mico-Administrativas durante el viaje por los Departamentos, del Presidente de la República don Juan Francisco Giró. [108] LA LEGISLACION ESCOLAR tante crisis política en que vivimos ; cómo se perpetua esa ignorancia y por qué son relativamente insignifi- cantes los progresos, que con respecto a la cultura general se han operado, se explica por las tendencias políticas que dirigen nuestra sociedad^ por las influen- cias que la gobiernan y aun por las fuentes donde los elementos ilustrados del país van a beber sus inspira- ciones. De tiempo atrás nuestros males hanse atribuido por unos a lo que se ha dado en llamar el caudillaje de la República, mientras que se atribuían por otros a lo que se ha dado en llamar también los Doctores. Para los que participan de la primera opinión, todo el mal está en los caudillos: no ven o no quieren ver que los caudillos son efecto, pero no causa de un estado social. Para los que sostienen la segunda de esas ideas, el mal está en los principios y las doctrinas, y como hacen sinónimo de doctor y hombre de principios, el mal está en los doctores ; no ven o no pueden ver que sin principios y doctiinas no es posible gobernar a una sociedad cualquiera, pero sin que de ahí resulte que todos los principios que se pioclamen sean exac- tos, ni que todas las doctrinas sean verdaderas. Sin embargo, si observamos estas dos opiniones, al parecer encontradas, veremos que tienen muchos pun- tos de contacto y que surgen de tendencias y de ideas que son, sustancialmente, las mismas. El caudillaje es en realidad la forma de gobierno primitivo que se adapta al estado social de nuestra campaña. Después de dormir tres siglos bajo la mano de hierro de la monarquía española, nuestras desgra- ciadas poblaciones sudamericanas, se despiertan un día al sonido del clarín que las convoca a la guerra. ¿Por qué? Por la independencia: [seal la indepen- dencia es algo que todos, aun los más ignorantes. [109] JOSE PEDHO VARIELA pueden comprender, puesto que todo se reduce a echar fuera del país a los españoles. Más tai de. la lucha vuelve a reproducirse en la República Oriental para echar fuera, no ya a los españoles, &ino a los portu- gueses que se habían apoderado del paí?, y esa lucha da por resultado la independencia absoluta de la Re- pública, y su constitución adoptando la forma demo- crático-republícana. Una de las primeras ilustraciones de aquella época, el miembro informante de la Comi- sión nombrada para formular la Constitución, decía, al presentarla para su sanción a la Asamblea Constitu- yente, que dicarse a ese e!»tudio. Se contentan con nociones in- completas y erróneas y se dejan ir con la corriente, profesando siempre sobre las relaciones sociales lo que han aprendido en el colegio, sin que crean una pala- bra de ello. De ahí, lo que se llama la hipocresía de nuestras ideas y de nuestras costumbres, es simplemente inconsecuencia. «El deplorable curso de estudios de nuestros colegios podría haber sido mejorado y reformado si no hubie- ra sido mantenido por la influencia reglamentaria y todopoderosa del Estado, y sobre todo, por un siste- ma de privilegios que excluye de funciones reputadas superiores y de la casta letrada a todos los que se ven privados de sus diplomas. El espíritu de casta creado y mantenido por nuestros e&tudios clásicos, prepara el establecimiento de una multitud de pequeñas corpora- [117] JOSE PEDRO VARSLA ciones O círculos, ávidos de privilegios y hostiles al derecho común. «En fin, a esas enormidades que sólo la rutina puede hacer soportar, viene a unirse una más considerable que las otras, la distribución de becas en los liceoa. «Las becas establecidas en los colegios y Universi- dades no eran injustas. I^s fondor eran donados por particulares, fundadores o bienhechores, de los esta- blecimientos en que estaban instituidas: podían ser, según los casos, inútiles o nociva;?: las nuestras son inútiles, nocivas y además injustas. Porque ¿con qué derecho y a qué titulo los niños de ciertas familias recibirían a costa de todos los contribuyentes y con exclusión de todos los otros niños la enseñanza clási- ca? ¿Cómo justificar ese atentado manifiesto contra la igualdad? «Se habla de familiar dignas de interés que han te- nido desgracias, de niños educados en una condición de la que les será necesario descender, de servidores del Estado, etc. Pero ¿qué pueden interesar a los con- tribuyentes esas consideraciones tomadas de las ideas de casta del antiguo régimen? Si todas las funciones están en concurrencia entre todos, las condiciones de igualdad son falseadas por ese privilegio establecido en favor de algunas familias, imprevisoras o desgraciadas. £1 Estado no se ocupa de las desgracias o de los con* tratiempos de fortuna que sufren las familias consa- gradas a las funciones industriales; ¿por qué «e ocu- paría de las desgracias y los contratiempos que alcan- zan a las o ti as? ¿Acaso el que se ocupa de comercio, de agricultura o de industria, no trabaja por la pros- peridad del Estado tanto como el empleado de oficina o el militar? ¿Acaso no desempeña él también una función pública? La decadencia de que se quejan las E118J LA LEGISLACION ESCOLAR familias que solicitan las becas, es la consecuencia di- recta y legitima de la libertad: no tienen derecho, en consecuencia, a ningún favor excepcional. «¿Por qué los que se Uaman servidores del Estado merecen de la sociedad más que los servidores de las funciones libres? He ahí lo que no podemos compren- der; sólo lo comprenden aquellos que consideran al funcionario público como un privilegiado, colocado fuera y más arriba del derecho común, que tiene dere- cho en todas las circunstancias a un sueldo excepcio- nal. «Cada uno sabe, por otra parte, que en la práctica . las consideraciones invocadas en apoyo del sistema de becas no son respetadas: las becas son un favor acor- dado a las familias acomodadas o ricas, cuando han obtenido de un modo u otro la buena voluntad de los que de ellas disponen. ^ «¿Hay al menos motivos para que los contribuyen- tes sostengan colegios en los que se dé, mediante una retribución, la instrucción literaria? No vemos ningún otro más que la rutina. Se preparan bachilleres porque se han preparado en los siglos pasados sin saber pre- cisamente para qué puedan ser útiles. " «¿Por qué el gobierno prepararía abogados, jueces, médicos, etc., cuando no prepara ni carpinteros, ni fun- . didores, ni labradores, ni sastres, ni cocineros? Sería difícil decirlo, a menos de convenir en que hay fun' 1. Hemos conservado la parte que a la distribución de be- cas se refiere, porque, aun cuando el sistema de becas no c&té en práctica en la República a pesar de haberlo establecido leyes que están aún en vigencia, tenemos, sm embargo, el sistema de los educandos en el extranjero por cuenta de la Nación Y éstos son dignos de tomarse en cuenta, ya que se emplea al año en educar 15 ó 20 jóvenes en el extranjero más de lo que se destina a toda la educación pública «n vanos Departamentos. JOSE PJGDBO VABELA cíonea reservadas a una clase privilegiada, lo que es contrario a la igualdad. «Se ha reclamado la igualdad pidiendo que los Po- deres públicos dirijan y distribuyan una parte mayoi de enseñanza profesional. Sería simplemente extender el privilegio y hacerlo más opresivo para todos los que fueran excluid oa de él. Preferimos la igualdad por la supresión de toda enseñanza profesional a cargo de los contribuyentes, empezando por los liceos, las Fa- cultades de Derecho y de Medicina, las escuelas de artes y oficios, politécnicas^ etc. . . . «La enseñanza profesional, cualquiera que sea, cuando se da a cargo de los contribuyentes, constituye un privilegio en favor de los que la reciben, y ese pri- vilegio conduce a otros, incompatibles con la igualdad de deiechos. La injusticia es más grande cuando ciertas profesiones son reservadas a loá que han seguido los cursos de tal o cual escuela. «Sin duda hay concursos de entrada y de salida, pero esos concursos no constituyen una garantía bien &eria de capacidad y no dan absolutamente ninguna garantía en cuanto al caiávíer y al juicio de los que son admitidos a ellos. Ahora bien: en todas las profe- siones, es el juicio y el carácter lo que constituye el valor de los individuos. En el concurso abierto por el esfuerzo del ti abajo industrial, las pruebas son conti- nuas: se hacen sentir a cada instante y duran toda la vida; ¿por qué sustraer ciertas profesiones, la de ingeniero, por ejemplo, a esa clase de concursos? «Los privilegios encolares tales como los concedidos por las grandes universidades, por los exámenes de las escuelas militar, de marina, poHtícnica, etc., extinguen [120] LA LXGISZACION ESCOLAR Ift curiosidad científica y todo género de emulación. ¿Para qué estudiaría el que ya posee esos privilegios? ¿Obtendría con estudios activos un adelanto más rá' pido en su carrera? Absolutamente. Aun es posible que sus adelantos lo perjudicaran suscitando la envi- dia de jefes ignorantes. En el ejército francés de 1870 era muy mala nota para un oficial el amor de la lectu- ra y del estudio. Asi el mayor número no se exponía a ella y se dejaba ir al entorpecimiento cuyo resultado ha sido tan fatal a la Francia. «La escuela privilegiada inspira y fomenta en el al- ma de sus alumnos la pereza y la presunción: es decir, la ignorancia obstinada y suficiente. En efecto, gracias al privilegio y al espíritu de cuerpo que lo robustece, todo concurrente es separado. Una vez admitido en la escuela, el alumno tiene asegurada una carrera al precio de un trabajo mediocre: trabajar más y hacerse un hombre distinguido en la profesión no es un título asegurado para adelantar, y la ausencia completa de trabajo no perjudica en nada: la antigüedad, la cama- radería, las influencias de familia y la intriga, he ahí lo importante. No puede unaginarse un régimen más a propósito para desanimar la capacidad y animar lo contrario. Como ningún concurrente se presenta en una carrera cerrada, loa privilegiados se figuran sin dificultad que tienen la ciencia infusa. Separados des- de la adolescencia, por su entrada a la escuela, del resto de sus conciudadanos y aislados de la vida gene- ral, se impregnan profundamente con las preocupacio- nes profesionales y las conservan toda la vida. Es asi como se forma el espíritu mandarín, una de las enfer- medades sociales más peligrosas de todas las que exis- [121] JOSE PEDRO VARELA ten: es él quien mantiene a la China en la Larliarí* y opone en Francia los más serios obstáculos al pro- greso de la civilización. Puede uno convencerse de ello estudiando con alguna detención el carácter general de los alumnos de las escuelas privilegiadas, el espíritu de círculo estrecho y celoso que los anima, su suficien- cia ignorante, su desdén por el estudio, y su resistencia instintiva a todas las ideas, a todos los sentimientos de la sociedad moderna». «Es gracias a las escuelas privilegiadas <|ue han he- cho de él una corporación que el ejército francés no ha enrontrado contra la invasión del territorio nacio- nal ningún espíritu de recursos, que no ha naostrado ningún deseo serio de defenderse y que no ha sabido más que capitular. Y ha sido bien notable en esa guerra desastrosa que los servicios más insuficientea y los más abandonados han sido los que estaban en manos de los alumnos de la escuela politécnica, la intendencia mili- tar, la artillería, le génie, bin hablar del Estado Ma)'or en el que se encontraban muchos de los alumnos de esa escuela. Jamás el espíritu de rutina y el abandono que caracterizan al mandarinato han brillado con un reflejo más siniestro y más visible». Hemos citado in extenso las palabras de Courcelle Seneuil no sólo porque ellas expresan ideas, en su ma- yor parte igualmente aplicables a nuestro país que a la Francia, sino porque son emitidas por un escritor que es conocido y apreciado entre nosotros, aun entre los mismos miembros de la Universidad. Es, pues, una voz amiga para ellos la que llamamos en auxilio nues- tro. Veamos, sin embargo, cómo se manifiesta entre no- sotros ese espíritu extraviado de las universidades pri- vilegiadas, y laa causas inmediatas que lo engendran. [122] LA LEGISLACION SSCOLAR Necesario es reconocer que la instrucción que se recibe en los primeros años ejerce una influencia poderosa, ya que no absoluta, en la formación de las ideas que tenemos, y que sirven para determinar nuestra con- ducta. Si esta verdad no se reconoce, si se pretende que el seguir en las clases doctrinas erróneas y el aprender mal nada influye para la formación de nues- tras ideas, en ese caso, se considerarán desprovistas de fundamento nuestras observaciones; pero será nece- sario reconocer a la vez que la instrucción es comple- tamente inútil y que el estudio de nada sirve. No cree- mos, sin embargo, que tal opinión pueda sostenerse racionalmente, sobre todo por aquellos que se creen superiores a los demás, precisamente porque han reci- bido la instrucción que se comunica en las universi- dades. Partimos, pues, de la base de que, si no todos, al menos la gran mayoría de loa que siguen los cursos universitarios se sentirán dominados, por todo el resto de su vida, por lo que hemos llamado el espíritu de la Universidad. Habrá naturalmente excepciones a esa regla, pero serán tanto más escasas cuanto que es ne- cesario un carácter muy decidido y aun el auxilio de medios externos que rara vez se encuentran reunidos, para que el hombre, después de terminados sus estu- dios profesionales, consiga libertar su espíritu de toda influencia de escuela y formarse un criterio indepen- diente. Los inconvenientes señalados por Courcelle Seneuil con respecto a las instituciones de educación superior francesas, agrávanse entre nosotros y se hallan más concentrados por la misma razón de que no hay esta- blecida más que la Facultad de Derecho. Así, la sufi- ciencia, el orgullo de casta, el apego soberbio a los pri- vilegios abusivos, que se extienden allí a los médicos, [1231 B JOSE ps:dro VAR£LA ingenieros, abogados, literatos» etc., hállase concentra- do exclusivamente, entre nosotros, en los abogados. Los graduados universitarios, como casta, y hechas las excepciones que deben hacerse, creen representar entre nosotros la ciencia enciclopédica, la suma del saber humano. En el gobierno, en las asambleas, aun en la vida diaria lodos liemos podido verlos resolviendo con el mayor desparpajo y la más acabada suficiencia las cuestiones más extrañas a la abogacía, y aquellas en que racionalmente debe suponerse que menos conoci- mientos tengan. No hay por qué sorprenderse de esto cuando se sabe que es precepto corriente entre la masa de los graduados universitarios que el abogado debe entender de todo: y que el buen abogado es algo como una enciclopedia viva. Ksta pretensión, tan absurda como desprovista de base, se explica, sin embaxgo, entre nosotros, por la falta de otras instituciones de educación superior, fuera de la Universidad, y por la ignorancia que domina en la generalidad de la masa social. Los graduados universitarios, se dice por aque- llos que quieren explicar esa pretensión de casta, han hecho al menos estudios superiores, y en consecuencia, son más aptos para juzgar aun en cuestiones extrañas a la abogacía, que aquellos que no han recibido una instrucción superior. De ahí que hayamos visto a los graduados universitarios tratando con desenfado y su- ficiencía cuestiones de comercio, de agricultura o de industria, resolviéndolas a su antojo, y lo que es más, mirando con profundo desdén las opiniones de aque- llos que han dedicado su vida toda al comercio, a la agricultura o a la industria. Hanse consignado en nues- tras leyes comerciales disposiciones de detalle, cuya evidente impracticabilidad podría demostrar un sim- tl24] LA LEGISLACION ESCOLAR pie dependiente de Aduana: lo que no es de extrañar ya que se sabe que es la falta de sentido práctico lo que caracteriza a los graduado? universitarios. No es difícil demostrar la causa de aquella suíiciencia y de este empirismo. El programa universitario divide el plan completo de estudios en dos cursos, que se termina cada uno con un examen general, dando opción, si es satisfacto- rio, a la adquisición de un grado — el curso de Estu- dios Preparatorios con el que se adquiere el grado de bachiller, que está por averiguarse todavía para qué sirve y qué objeto tiene, y el curso de Derecho con el que se adquiere el título de Doctor. Los Estudios Pieparatorios comprenden las siguien- tes materias: Latín 19 y 29 año Matemáticas 19 » 29 » Filosofía 19 » 29 » Historia 19, 2? y 3« ano Geografía 1° y 29 año Física 19 . 29 > Química ^ 2^ » Botánica 1° * 29 . Zoología 1® > 29 » El curso de Esludios Preparatorios dura cuatro años, en los que deben estudiarse todas las materias enume- radas antes, pero sin que puedan estudiarse a la vez las'Malemábcas y la Filosofía. El grado de bachiller es obligatorio para poder em- pezar el curso de Derecho, que dura también cuatro años y comprende: [125] JOSE PEDRO VARELA Derecho Civil I"?, 2^ y 3^^ año. » Constitucional , 19 y 2^ año. » de Gentes 19 » 2' » » Penal 1° » 29 » Economía Política 19 » 2° » Por último, para tener el derecho de abogar y el título de abogado, hay que seguir un curso de Pro- cedimientos Judiciales que dura dos años, durante los cuales debe practicarse también en el estudio de un abogado de la matricula. Veamos ahora cómo se siguen esos cursos. Empe- cemos por el principio. En el año 1853, es decir, cuatro años después de estar funcionando la Universidad, el distinguido pro- fesor Amadeo Jacques que se hallaba entonces eitre nosotros, ofreció al Consejo Universitario y al Go- bierno un Gabinete de Física y un Laboratorio Quí- mico, que hubieran podido servil a la Universidad que carecía absolutamente Ó£ esos auxiliares indispensa- bles. Por falta de recursos resolvióse no tomarlos y la Física y la Química continuaron enseñándose, como base de los estudios superiores, sin más útiles que el texto y las explicaciones orales del maestro, hasta hace algunos años en que se introdujeron en la Universidad algunos aparatos que no serían bastantes para dotar ni siquiera a un mal colegio. Fácil es comprender lo que de Física y de Química aprenderían nuestros estu- diantes con un método que convierte en estudios es- peculativos los estudios más esencialmente experimen- tales. Lo más sensible es que a pesar de ser prosegui- dos de esa manera, los estudiantes al obtener el título de bachiller, obtienen implícitamente el certificado de que saben Física y Química. Tenemos la prueba de [126] LA LEGISLACION ISCOLAR ello: aunque ligeramente, hicimos obserraciones seme- jantes a estas en el capítulo XL de la Educación del Pueblo, lo que nos mereció una crítica desdeñosa y suficiente de parte de uno de los más inteligentes estu< diantes de nuestra Universidad, en un periódico re- dactado por graduados universitarios, y sin que a nin- guno le ocurriera reconocer la evidencia de la obser- vación que habíamos formulado» Aun cuando parece que una anomalía semejante no pudiera ser sobrepasada por ninguna otra, lo es, sin embargo, por la que presenta la Universidad en el or- den con que se siguen los estudios. Así en los Estudios Preparatorios, como en los de Derecho, todas las ma- terias ocupan dos años y algunas tres. No hay, sin embargo, más que un profesor en cada materia y éste dicta un año el curso de 1^' año, al siguiente el curso de 2° año, y en el que sigue el 3'^'' año, cuando se trata del Derecho Civil o de la Historia. Ahora bien: los estudiantes se matriculan según van presentáüdoae, de manera que si, en Filosofía por ejemplo, está dictán- dose el 2^ año, el alumno que ingrese recién en la clase empieza sus estudios por el 2? año, y al año siguiente estudia recién el 1°. Sucede lo mismo en todas las -'Otras materias, así es que periódicamente, se presenta el caso de estudiantes que ingresan a la clase y estu- dian primero el 3*' año de Derecho Civil, después el 19 y por último el 2°. Es ese un libro de saber que empieza a leerse por el índice. No deben ser muy sóli- das ni muy verdaderas las ideas que adquieran con respecto a la gradación y al método en loa estudios aquellos que se forman en una Universidad que de- muestra un escepticismo, vecino de la más crasa ig- norancia, al empezar indiferentemente los estudios por el fin o por el principio; y racionalmente no debe ser [127] JOSE PEDRO VABELA muy respetable una ciencia de la Lógica, que con tan poca lógica se enseña, o del derecho que tan torci- damente se hace aprender. Cuando se hace notar lo absurdo de un proceder semejante, lo explican los de- fensoies de la Universidad diciendo que, «como no hay más que un profesor para cada materia, tendría éste que dictar tres cursos en las asignaturas que du- ran tres años, y dos en las demás, si fuera a hacer que los estudiantes empezaran siempre por donde se debe: por el principio». £1 más insignificante maestro de una escuela primaria clasifica, sin embargo, sus dis- cípulos, y no le ocurre poner en la misma clase al que lee de corrido y al que todavía no conoce siquiera las primeras palabras del cartel. No negamos nosotros que clasificar los estudiantes y distribuirlos por el gra- do de adelanto, aumentaría el trabajo de los profeso- res, pero creemos que no hacerlo es sacrificar torpe- mente a la comodidad del preceptor, las exigencias más obvias del estudio y las necesidades más vitales del estudiante. £s eso, sin embargo, lo que desde su instalación se ha hecho y lo que se hace aún en nues- tra Universidad. ¿Puede haber nada que revele más desdén por el método, que es la condición indispensa- ble de todo estudio seno, más desprecio por la ver- dadera ciencia? Y sin embargo, las generaciones de graduados se han seguido unas a otras, y los que han empezado por el tercer año como los que han empeza- do por el primero, todos han salido satisfechos, y la Universidad ha seguido su curso inalterable. Además, como hemos visto por el programa, forma parte de los Estudios Preparatorios, que generalmente se siguen entre nosotros por jóvenes de doce a veinte años, el estudio de la Filosofía. No nos proponemos apreciar las doctrinas filosóficas que se enseñan en [1281 LA LEGISLACION ESCOLAR la ünivereidad, doctrinas que, en cuanto nosotros sa- bemos, están mandadas retirar del mundo de la cien- cia, por erróneas unas y por insuficientes otras, hace ya largo tiempo: no es ttunpoco nuestro objeto ocu- parnos del método que se aplica a esa enseñanza. Ha- remos notar sólo que, en dos años de estudios, jóvenes que están todavía en la adolescencia abordan y re- suelven, con ayuda del texto de clase y del catedrático, las cuestiones más trascendentales: el problema de la vida animal y el de la vida humana: la existencia o la no existencia de un mundo ulterior, y de una divini- dad soberana: los motivos de las acciones de los hom- bres, todo lo que en realidad, está aún en tela de juicio para los más grandes sabios y los más profundos pen- sadores, se lo aprenden y lo resuelven jóvenes de 16 años entre nosotros, con una certidumbre tal que con- sideran un ignorante o un torpe a todo el que no reco- noce la incuestionable verdad de las doctrinas por ellos sustentadas. El primer resultado del aprendizaje de la filosofía trascendental en esa edad y en esas condi- ciones, es acostumbrar el espíritu a sofismar, en vez de razonar, creando a la vez una presunción tanto más exagerada cuanto que se cree poseedora de la suprema sabiduría. £1 espíritu de secta filosófica ]y de qué secta! se eleva para los jóvenes estudiantes a la cate- goría de ciencia profunda, y poco a poco van pervir- tiéndose así los procederes mentales hasta el punto de que llega el caso de que sean incapaces de liber- tarse de la tiranía de la secta a que pertenecen. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿Es posible, acaso, que el espíritu no formado aún del adolescente, pueda abar- car en su vasto conjunto, o en sus importantes detalles, esa ciencia difícil, sutil, a menudo imperfecta, que es- tudia las causas de todo, y que exige, no sólo una inte- £12» 3 JOSE FEDBO VARELA ligencia madura, sino sólidos y detenidos estudios en las otras ciencias que con ella se relacionan? ¡Cuántos de nuestros jóvenes filósofos, que demuestran cómo tres y dos son cinco, que tenemos un alma y un cuerpo distintos en su esencia, etc., etc., están por saber toda- vía, cómo respira y cómo se nutre ese mismo cuerpo! ¡Cuántos de los que resuelven con la mayor sencillez la identidad del yo, están por saber todavía que no tie- nen hoy en su cuerpo un solo átomo tal vez de todos los que tenían hace veinte años! No es por cierto uno de los rasgos menos originales de nuestra enseñanza universitaria el que la filosofía trascendental se estu- dia y se aprende sin estudios previos de fisiología y de fisiología comparada. Los estudios de filosofía, pues, tales como se siguen entre nosotros, enseñan a ergoti* zar sobre lo que no se entiende, ni se sabe, y lo que es peor, con la pretensión de que se entiende y se sabe tanto, que sólo los ignorantes pueden opinar de otra manera. ¿Cómo no resolvería perentoria y sencilla- mente, un punto cualquiera, por difícil que sea, sobre la organización social, el que, con haber leído a Ge- rusez o a Jacques, se cree habilitado para resolver las más inabordables cuestiones metafísicas? Sería curioso que dudara en presencia de una cuestión de agricul- tura o de industria, y sintiese la necesidad de estudiar para resolverla, él que está habituado a no dudar, a afirmar perentoria e incuestionablemente desde la su- puesta existencia de ideas innatas, hasta la supuesta concepción de ideas absolutas! Agreguemos a esto que la regla general de nuestros estudiantes como lo saben todos aquellos que han po- dido observarlos, es estudiar sólo en los tres o cuatro últimos meses del año, concurriendo el resto del tiem- po a las clases lo bastante para no perder el curso. [130] LA LEGISIJLCION ISCOLAR El Club Universitario, compuesto en su gran mayoría de jóvenes estudiantes, vese obligado a suspender sus sesiones durante los meses de noviembre y diciembre, porque los estudiantes en esa época del año no pueden distraerse de su preparación para el examen: en ellos quieren ganar el tiempo perdido durante el año. Así, salvo excepciones que hay entre los estudiantes uni- versitarios como en todas las clases, la gran mayoría de los estudiantes aprende a prepararse para el exa- men, a ganar el curso, pero no a conocer las materias de estudio. Aun cuando el curso de latín dura dos años y en consecuencia se pasa por dos exámenes en esa materia, para recibir el grado de bachiller, son raros los abogados que saben el Latín: lo aprendieron mal, lo bastante apenas para el examen, no lo practican después y lo olvidan. En esto, como se trata de un idio- ma, es fácil constatar el hecho ; no sucede lo mismo en las otras materias; pero ¿no es racional supon» que debe producirse el mismo resultado desde que los ea< ludios se prosiguen de la misma manera, y desde que el mismo espíritu domina en todo? Así, pues, para adquirir un titulo que confiere un privilegio, y que en la opinión del que lo recibe es también un honor, lo necesario es, no estudiar ni saber, sino salir bien en el examen. Y el examen está lejos de ser temible: se trata de presentarse ante una mesa compuesta de cuatro o seis personas, todas salidas de la Universi* dad, de manera que por espíritu de cuerpo, ya que no por otra causa, están interesadas en no ser demasiado severas, y contestar durante veinte minutos. A veces los examinadores son no sólo estudiantes de años ante- riores, sino condiscípulos del mismo año. Y veinte mi- ñutos para verificar si un joven sabe Filosofía: para constatar que sabe o no Economía Política, Derecho Ci- [131] JOSE PSDHO VABBLA vil. Derecho Constitucional, etc., etc. Cualquiera diría que el examen se hace irónicamente! Debe ser así, al menos si juzgamos por el número de estudiantes que se reprueban al año, y si comparamos la aceptación de todos los que estudian con lo que cualquiera puede oir a los condiscípulos sobre la manera cómo estu- dian muchos jóvenes. No diremos que siempre suceda lo mismo, pero suelen presentarse casos, como éste, que hemos oído referir a un testigo presencial. Exami- nábase una de las clases de Derecho: uno de los exa- minadores preguntó a un joven estudiante: «¿De qué murió Sócrates?» El joven dudó, y uno de sus con- discípulos que se hallaba detrás de él, le sopló, como se dice en la jerga de escuela, esto: «De la cicuta». «De disgusto», repitió en alta voz el examinando, que había entendido mal, provocando la hilaridad de los presentes. No por eso dejó de ser aprobado y de ocu- par más tarde elevados puestos en la magistratura. Podrían citarse ejemplos semejantes, y es esto digno de notarse, no por lo que esos hechos aislados impor- tan, sino por la influencia que deben ejercer. No hay estímulo posible, ni se despierta el amor a la ciencia, cuando se sabe que para concluir la carrera y obtener los grados y privilegios que ella confiere, no se re- quiere más que tener la constancia necesaria para no perder los cursos: pero sin que haya diferencia, entre el que estudia afanosamente y el que no estudia entre el que trabaja para saber, y el que sólo se preocupa de recibir el grado. Es ese el mejor medio de rebajar el nivel de los estudios y de sacrificar la inteligencia y el amor al saber a la vulgaridad infatuada e igno- rante. Así, con un caudal más que escaso de conocimien- tos, y con la pretenciosa suficiencia que inspiran loi [132] LA LEGISLACION ESCOLAB estudios filosóficos, si se siguen como entre nosotros, llegan los estudiantes al curso superior y empiezan el aprendizaje de Derecho. Hasta hace muy pocos años, hasta que se sancionaron los actuales códigos, regía entre nosotros la legislación española, o más bien di- cho, la legislación romana, con sus apéndices de le- gislación española y de legislación colonial — estudiá- base, pues, el Derecho en sus relaciones con una legis- lación dictada para sociedades que no conocían siquie- ra las ideas que sirven de base a la sociedad moder- na. ^ Después de la promulgación de los códigos, los inconvenientes de ese estudio han disminuido en parte, pero hólo en parte, puesto que los códigos orientales no han hecho más que concentrar la legislación roma- na, siguiendo en esto las huellas de los otros pueblos latinos. Si. pues, la instrucción que se recibe ejerce influen- cia poderosa en la formación de nuestras ideas, hay que reconocer a priori que en au generalidad, loa gra- duados universitarios, después que terminan aus es- tudios, deben hallarse empapados en el espíritu de una legislación caduca, que no ha tenido ni ha podido tener en cuenta las ideas y aspiraciones que alimentan a la sociedad moderna. Antes de observar práctica- mente los efectos ulteriores de esa enseñanza, hagamos notar otro rasgo característico de las universidades, que h;i de darnos la clave de muchas opiniones difí- ciles de explicar de otra manera en nuestro estado ac- tual. Al recibir los grados de bachiller y de doctor, los estudiantes se hacen acompañar por un padrino, miem- bro también de la Universidad, y es de práctica que en ese acto se pronuncien discursea, en los que se trate 1. Véas* el Capitulo XII de La Educación del Pusble. [133] JOSE PEDRO VARELA de los deberes y de los trabajos del futuro abogado. Sin que hayamos encontrado hasta ahora una sola excepción, todos esos discursos, que se repiten a cada año, se apoyan en esta idea que desarrollan implícita o expresamente: «La abogacía es un sacerdocio que tiene por misión defender el derecho y la justicia, auxiliar al débil y libertar al oprimido». Es casi la tra- ducción de los propósitos de la caballería andante: desfacer entuertos y desaguisados. La verdad, sin em- bargo, es ésta: «La abogacía es un oficio que se ocupa de conocer las leyes y de defender pleitos, como medio de ganar dinero». Cuando el abogado, por excepción, defiende gratuitamente, no hace acto de abogado sino de filántropo: da su trabajo, como el almacenero su mercadería, cuando, por excepción, en vez de venderle el azúcar o la yerba al pobre, se la regala. El abogado, como clase, repite, sin embargo, a tuertas y derechas, lo que se dice en los discursos de las colaciones de grados, y de esa manera, de una carrera privilegiada que se sigue, como todas las carreras, como medio de crearse un modo de ser independiente en la vida, se hace, de palabra, un apostolado lleno de abnega- ción y de sacrificios. Se consagra uno a la defensa de los oprimidos, sin perjuicio de cobrar loa honora- rios: o se sacrifica sirviendo a su país, sin perjuicio de recibir los sueldos más elevados de la administra» ción. No hay por qué sorprenderse que el abogado, sea en su estudio o en un empleo público, exija una retribución por su trabajo: es la compensación legí- tima de un esfuerzo realizado; pero hay mucho por qué sorprenderse de que se pretenda dar condiciones excepcionales de abnegación y de sacrificio a una ta- rea que se realiza con el mismo propósito que tiene el agricultor o el comerciante al realizar la suya; con [134] LA LEGISLACION ESCOLAK la sola diferencia de que los abogados tienen privile- gios, de que no gozan log demás, lo que hace que, abu- sivamente, tengan mayores beneficios con menos tra- bajo que las otras ocupaciones a que los hombres se dedican. Como clase, los abogados no son mejores que las otras profesiones, ni más morales, ni más justos, ni más desprendidos, ni más patriotas; pero son más atrasados en sus ideas y más presuntuosos. Es este un rasgo genial de todas las casias o de todas las sectas privilegiadas. Como .prueba del atraso de ideas está ahí la legislación positiva, calcada en las doctrinas de sociedades atrasadas, y conservando engastadas, a ca- da paso, disposiciones que trascienden desde lejos al cesarismo romano, o al feudalismo de la edad media, como por ejemplo, entre millares de otras, las que se refieren a las venias maritales y al matrimonio. Gomo prueba de su presunción están los ejemplos que a cada momento se presentan cuando se ve a los abogados resolviendo cuestiones de comercio, de agricultura, de industria, y de todo, a pesar de ignorarlas o de cono- cerlas, como vulgarmente se dice, por el forro. Basta recordar lo que es la Administración de Justicia, y citar el viejo aforismo: «Vale más un mal arreglo que un buen pleito», para reconocer que, como clase, los abogados no son mejores, ni más desprendidos, ni más justos que las otras profesiones. Por otra parte, lodos saben que la legislación positiva y los procedi- mientos judiciales favorecen de tal manera la mala fe, el sofisma, la chicana, que, aun suponiendo completa rectitud en los jueces, cuesta largos años y mucho di- nero el hacer triunfar hasta el derecho más evidente. ¿Quién ignora que, aun teniendo toda la razón de su parte, un pleito es una calamidad? Así, el abogado en su tarea vive en una atmósfera de chicanas y de [135] JOSE P£DHO VASELA sofisinas que crea a su espíritu modalidades tales que, aun en los más ilustrados y los más rectos, se siente la influencia de esa atmósfera en que están habitua- dos a vivir. A cada momento, en las mismas conver- saciones dianas, puede constatarse la verdad de esta observación, cuando se trata, entre abogados, de cómo se demora un pleito o se introduce una articulación, etc., lo que quiere decir, sin medias palabras, cómo se hace uso de la chicana. Educados de esa manera en sus primeros anos, vi- viendo después en esa atmósfera de los pleitos que achica el espíritu y lo predispone al sofisma, y con todo esto, con la pretensión de suficiencia, y la creen- cia de que desempeñan una especie de sacerdocio que los coloca más arriba de lo<í demás hombres, ¿cuál es la influencia que pueden haber ejercido los abogados sobre la vida púbhca de un pueblo ignorante y anar- quizado? Haremos observar sólo algunos hechos generales. Es el más notable la invariable constancia con que, juz- gando superficialmente, atribuyen todos los males y bienes que se producen a las leyes que se dictan. Para las clases que están empapadas en el espíritu de nues- tra Universidad, todo consiste en tener lo que ellas entienden por una buena legislación. Si en medio siglo de vida independiente no hemos tenido hasta ahora una sola elección popular que no haya sido desnatu- ralizada por fraudes y abusos de todo género, lo nece- sario no es, como podria suponerse, combatir el espí- ritu que anima a los que cometen esos abusos, sino reformar las leyes de elecciones. En los abusos ante- riores todos han tenido parte, las autoridades y el pueblo, y aun hasta los mismos que dictan la nueva ley; pero, sin embargo, se cree que algunas palabras. [1S6] LA LEGISLACION ESCOLAR trazadas en fonna de ley sobre un papel, bastarán para quitarme a mi y a usted, y al ciudadano de en- frente y a todos, el hábito que tenemos hace cincuenta años de falsificar los Registros y las votaciones, y de cometer todos los abusos que puedan favorecer el triun- fo de nuestros candidatos. Tenemos la prueba en la Constitución de la República, el «código sagrado de nuestros derechos», como se dice con énfasis. No se ha cumplido nunca, ni siquiera se ha tenido el deseo verdadero de cumplir con ella: está lejos de ser muy avanzada y tiene cosas que no satisfarían los senti- mientos patrióticos de ningún pueblo que apreciara su independencia; y sin embargo, se ha declamado y se declama hasta el fastidio tratándose de ella, y se hace gala de respetar sus formas, aun cuando no se cumplan sus preceptos ni buenos ni malos. Si eso su- cede con ia Constitución, que es la ley de las leyes, ¿qué sucederá con la legislación ordinaria? Haremos notar, aunque de paso, una observación que confirma nuestros juicios sobre la influencia que ejerce la educación que recibimos para determinar nuestra conducta. En la masa general de los gradua- dos universitarios, los jóvenes, que conservan frescas aún las impresiones del aula de filosofía, hacen gala de un liberalismo empírico, pero que no excluye la so- berbia del que se conceptúa superior a los demás; mientras que, en regla general también, el abogado que tiene ya algunos años de práctica y de madurez, es esencialmente formalista y apegado a sus privile- gios. Basta indicar estos hechos para que cada uno pueda observarlos por si mismo y constatar su exacti- tud. Si del conocimiento de los fenómenos sociales y del criterio legal pasamos a la habilidad práctica, encon- [1371 JOSE P£DRO VABELA trareraos que los abogados, como clase, hacen gala de no ser hombres prácticos, y en la confección de las leyes y en el gobierno de la sociedad demuestran que a ese respecto sus pretensiones son bien fundadas. Ya Montaigne, sin embargo, había dicho: «Se filosofa metafísic amenté, pero se obra prácticamente». Elevándonos a cuestiones de un orden superior, ve- mos el espíritu universitario con su empirismo ciego y su falta de conocimiento de la sociedad moderna, turbando los procederes de las más bellas inteligen- cias. Veamos un ejemplo, Al subir al poder el gobier- no del doctor Ellauri, creyó necesario ocuparse de la reforma de la legislación penal, y al efecto nombró una Comisión compuesta de varios ciudadanos para que informase sobre la materia: excusado es decir que todos eran graduados universitarios, ya que se supone que en cuestiones de derecho no pueden entender sino los que han seguido las clases de la Universidad. La Comisión, después de reunirse varias veces, presentó su informe al Gobierno, acompañando un Proyecto de Código Criminal. Ambos documentos fueron publica* dos, y bastará decir que ocupaban apenas la primera página de un diario, para que se comprenda que in- troducían una verdadera revolución en la legislación criminal. La fastidiosa y a menudo torpe enumera- ción de los crímenes y delitos estaba suprimida, y, así en el fondo como en la forma, se daba un vuelco com- pleto, no sólo a nuestra legislación penal, sino a la legislación penal que está en vigencia en todos los pue- blos civilizados. Considerado a primera vista, el pen- samiento es grande y parece verdadero; desenvuelto en una obra sobre la materia, habría hecho honor a BUS autores, e, indudablemente, habría abierto nuevos y vastos horizontes al estudio de la legislación penal; [138] LA LEGISLACION ESCOLAR pero, presentado como proyecto de ley, que debiera sancionarse en breve para ser puesto en aplicación, debía caer en medio a nuestra sociedad, en su estado actual, como un verdadero aerolito. Puede asegurarse que, si en un rapto de locura le ocurriera un día al emperador de la China proclamar la Constitución de Estados Unidos para su país, ésta no causaría mayor asombro entre los hijos del Celeste Imperio, ni sería más ineficaz en sus resultados, que el que causaría entre nosotros la promulgación, actualmente, del Códi- go Penal proyectado por la Comisión de que nog ocu- pamos. Efectivamente, para ponerlo en vigencia sería necesario rehacer el orden de ideas en que vive nues- tra sociedad, elevando el nivel intelectual de las cla- ses ignorantes, y transformando completamente el espí- ritu de las clases ilustradas. Ahora bien: es más posi- ble decretar la victoria, como la Convención Francesa, que decretar la República verdadera como han pre- tendido hacerlo la Francia y las repúblicas sudameri- cana$), o que imponer, con una ley, una transforma- ción radical al espíritu de una sociedad cualquiera. Esa falta de espíritu práctico que se nota aún entre las más bellas inteligencias de los graduados univer- sitarios, por una parte, y por la otra la suficiencia pretenciosa que caracteriza a todos los privilegiados con respecto a la cultura intelectual, y que es causa de que no sientan la necesidad de profundizar estu- dios siempre que abordan una cuestión, es la que explica el carácter aproximado, digámoslo así, de nuestra legislación patria. Se dictan las leyes para res- ponder a estas o aquellas exigencias que se supone deben existir, o más bien dicho, que se afirma exis- ten, aunque sin saberlo. Asi, estamos por averiguar todavía, puesto que recién hace un ano tenemos una tl39] JOSE PEDRO VAHELA Mesa de Estadística, cuáles son los recursos y los ele- mentos de que podemos disponer, cuáles nuestras ne- cesidades: calculamos desde nuestra poblarión hasta la extensión de nuestro territorio, y todo lo que en él se halla, y por cálculos es que procedemo<í. De ahí resulta que las leyes se dictan al acaso, por más que suelan discutirse mucho, y que se ignora si sus resul- tados son benéficos o nocivos, salvo en los casos en que por la exageración del mal el error se hace evi- dente. De ahí también el poco respeto por la ley que hay entre nosotros; se legisla sin criterio y se legisla deniaí eleva así a la cate- goría de axioma político. Agreguemos a esto el error de crear privilegios en favoi del empleado público, haciendo del empleo una propiedad de la que no puede despojársele sin una causa bastante grave para dar mérito a un juicio. De esa manera las nulidades y las ineptitudes que sucesi- vamente van injertándose en la administración, conti- núan siempre en ella, pesando como una grave carga ri44] LA LEGISLACION ESCOLAR sobre la Nación, y debilitando la responsabilidad de los funcionarios superiores, que ae escudan, hasla cier- to punto, tras de la valla que opone a sus propósitos de moralización y de mejora la disposición constitu- cional que hace inamovible al empleado público. Fue- ra desconocer absolutamente la realidad, atribuir a esa causa la falta de moralidad en la administración pública, y los males que de ella resultan, pero no por eso debe desconocerse que arrastra en pos de sí infi- nitos abusos, y que no siendo obstáculo para los peores gobierno», lo es para los que, menos malos, quieren corregir algo los abusos inveterados de la administra- ciÓD. Notemos también los graves males que resultan de la aplicación de un principio de errónea filantropía a la organización de la administración pública. Es, efectivamente, respondiendo a un principio de tutelaje filantrópico que se ha establecido el descuento de Montepio a los empleados y derivádose de ahí las ju- bilaciones y las viudedades. El Estado, atribuyéndose funciones que no le corresponden, y queriéndose mos- trar previsor hasta para aquellos de sus empleados que no lo serían, les obliga a ahorrar mensualmente una parte de su sueldo, como medio de asegurarles la sub- sistencia para su vejez, o en caso de muerte para sus familias. En ese caso, el Estado hace las veces de una caja de ahorros, obligatoriamente impuesta al emplea- do público. El mal de un proceder semejante está en que el Estado usurpa atribuciones que no son suyas, puesto que se propone ser previsor por cuenta ajena, y comete un abuso al obligar a hacer un ahorro de- terminado a cada uno de sus empleados. £1 proceder natural y regular sería pagar al empleado su sueldo íntegro, f que éste procediera a su antojo, como pro- [145] JOSS ProRO VARSLA ceden todos los demás hombres en la vida. Así los que hubieran sido previsores y hubieran ahorrado ten- drían cómo vivir de rentas en su vejez o dejarían algo a sua familias al morir: y loa que no lo hubieran sido sufrirían la pena que alcanza en la vida a todos aque- llos que no se acuerdan más que del momento pre- sente. Hacer lo contrario, establecer el Montepío para obligar a ahorrar al empleado público, es suponer que el Estado conoce mejor que el individuo empleado lo que a éste le conviene: o, lo que es lo mismo, es des- conocer la eficacia del criterio mdividual para regu- lar la conducta de los hombres. Suponiendo una com- pleta regularidad en los procederes, ese sistema sería siempre inadmisible, puesto que olvida la diversidad de las circunstancias de la vida del hombre, y somete a todos a una regla uniforme, que en muchos casos será cruel y que en todos será ciega. Pero desde el punto de vista de las conveniencias financieras, el mal de un sistema semejante está en que abre ancha puerta a una infinidad de abusos, que vienen a giavar a la Nación. Así, vemos entre nosotros hombres en el vigor de la edad y la salud, gozando de fuertes jubilaciones; otros que han servido a la Nación algunos pocos años y que, sin embargo, han sido ju- bilados, contándoseles como años de servicio los que habían pasado en el extranjero o en otras ocupaciones, so pretexto de que, en alguna época, fueron indebida- mente separados de los empleos que desempeñaban. Las viudas se reproducen con asombrosa fertilidad, y se diría que es regla invariable de todo empleado de la Nación el ser casado: los menores se conservan en una perpetua infancia: y de esa manera resulta que el sistema del Montepío y de las jubilaciones y viudeda- des cuesta a la Nación millares de pesos, que sin él [146] LA LEGISLACION ESCOLAH no hubiera gastado — es la puerta de entrada de una especie de comunismo disfrazado, cuyos efectos sobre la moralidad social son incalculables. Son estas, sin embargo, simples causas concurrentes de nuestra interminable crisis financiera: las causas reales, eficientes, son las mismas que explican las cri- sis económica y política. Hay exceso de consumos en el Estado, como lo hay en la sociedad: hay error, abu- so y mal en las finanzas como los hay en la política. Un célebre ministro francés decía: «Dadme buena po- lítica y yo os daré buenas finanzas»; y esto, que es una verdad para nosotros como para la Francia, ex- plica nuestra permanente crisis financiera: en realidad^ no es más que una permanente crisis política. CAPITULO VI Amenazas para el porvenir Que son graves los peligros que amenazan nuestro porvenir si continuamos como hasta ahora, es una observación que todos alcanzan y que se formula muy a menudo, aunque se proceda siempre como si no se creyera lo que se dice. Las amenazas son, sin embargo, reales, y tanto más temibles cuanto se comprenden las que pueden interesar a los que sólo se preocupan de lo que está cerca, y las que interesan también a aquellos que siguen las evoluciones de los pueblos al través de los tiempos, y que quisieran que ni mañana ni más tarde desapareciera su país de la faz de la tierra. Los peligros inmediatos, que pesan exclusivamente ■obre nosotros como pueblo independiente, se refieren [147] JOSE PEDRO VARELA a la nacionalidad: los lejanos, que alcanzan igualmente a todos los que hablan nuestro idioma y de los que parlicipamos nosotros como miembros de una nume- rosa íamiJia. se refieren al idioma, a la religión, a las costumbres, a todo, en fin, lo que presta a los pue- blos eiipañoles e hispano-americanos una fisonomía propia. Como lo consigna la misma Constitución política que nos rige, la independencia de la República Orien- tal fue resultado del acuerdo realizado entre el Brasil y la República Argentina al terminar la guerra del año 28. Eg porque ambos rivales se reconocieron impo- tentes para vencerse el uno al otro que aceptaron, como término de conciliación, la fundación de una nacionalidad mdependiente, pero débil y pequeña, que sirviese, más bien que para resolver, para aplazar la solución del conflicto que entre españoles portugue- ses primero, y entre argentinos y brasileños después, viene prolongándose desde hace siglos. Ambos aspiran al dominio de esta margen del Plata: la República Argentina como medio de dominar absolutamente el Grande Estuario y sus afluentes ; el Brasil como medio de compartir con su vecino el dominio del Plata, y de asegurarse una entrada libre para sus vastos territorios del Alio Uruguay, Era, pues, evidente que la indepen- dencia efectiva y constante de la República Oriental seria contrariada, más o menos abiertamente, por sus limítrofes, y que dependería casi exclusivamente de los esfuerzos realizados por los hijos de este país para variar las primitivas condiciones. Si hubiésemos per- manecido en paz, y hubiéramos desarrollado por la educación las fuerzas vivas del país, habríamos conso- lidado nuestra nacionalidad, aminorando la distancia que nos separa, como poder, de nuestros limítrofes, [148] LA LEGISLACION ESCOLAR rivales entre sí. En vez de eso, mientras que el Brasil ha permanecido constantemente en paz, y ha seguido una marcha de envidiables progresos, y mientras que la República Argentina ha ido tranquilizándose más y más, y desarrollando su poder, nosotros hemos vivi- do en una anarquía permanente, juguetes hoy de aqué- llos y mañana de éstos, debilitándonos, empobrecién- donos, aniquilándonos cada vez más. y en consecuencia, haciendo cada vez menos viable nuestra nacionalidad. En la hora actual, el Brasil, después de continuados y pacientes esfuerzos, domina con sus súbditos, que son propietarios del suelo, casi todo el Norte de la República: en toda esa zona, hasta el idioma nacional casi se ha perdido ya, puesto que es el portugués el que se habla con má*^ generalidad. De ahí que en nuestras luchas civiles hayamos visto a los partidos orientales necesitando del concurso de jefes brasileños para poner en movimiento a fuertes divisiones del Norte de la República, compuestas en realidad, no de orientales, sino de brasileños, que, aun cuando hayan nacido en nuestro territorio, conservan el idioma, las costumbres y el amor a la patria de sus padres, que es la suya también, aunque no hayan nacido en ella, ya que para conservarles hasta la nacionalidad, han ido a bautizarlos en las parroquias brasileñas de la fron- tera. £n esas condiciones, que se produzca un confhcto armado entre el Brasil y la República Argentina, en el que forzosamente tendremos que tomar parte, y el Norte de la República será brasileño de hecho, por más esfuerzos que hagamos para impedirlo. La con- quista pacífica de esa zona de la Repúbhca, realizada por medio del capital y del trabajo, ha venido operán- dose desde hace tiempo, sin que ni las autoridades ni el pueblo oriental hayan sabido impedirla. [149] JOSE PXDSO VARELA Por Otra parte, las nacionalidades débiles y peque- ñas tienen que reposar, para la conservación de su independencia, en el respeto que inspiren por la re- gularidad de sus procederes. En el estado actual de las sociedades humanas no hay más que dos medios para las naciones, de hacerse respetar: uno, la fuerza; el otro, la estimación que sepan conquistarse en el mundo por su industria, por su inleligrencia, por su moralidad. A nuestro juicio, la tendencia de la época moderna es reunir ambas condiciones en cada nación, de manera que las pequeñas nacionalidades vayan fun- diéndose en grandes confederaciones, capaces de ha- cerse respetar por la fuerza, cuando la regularidad de los procederes no baste a asegurarles el respeto de los demás: pero, cualesquiera que sean las opiniones que se tengan a ese respecto, nadie negará que es con- trario a la razón pretender que se puede ser débil y turbulento y anárquico, y a la vez propiciarse las sim- patías de los fuertes, lo bastante para que ellas nos sirvan de protección. No hay que olvidar tampoco que una tercera parte, a lo menos, de nuestra población es extranjera; extra- ña en consecuencia a la nacionalidad, y que sólo aspi* ra a gozar de tranquilidad y garantías bastantes para que su industria y su trabajo puedan ejercitarse libre- mente. ¿Hay algún espíritu serio que dude siquiera, de que esa tercera parte de nuestra población, lejos de contrariarla vería con guato la desaparición de nuestra nacionalidad, si ella había de traer consigo la desaparición de nuestra interminable anarquía? Y pese al desdén con que por muchos de los hijos de este país se miran las opiniones del núcleo extranjero, son ellas, sin embargo, las que sirven principalmente para que las demás naciones formen su juicio con [150] LA LEGISLACION ESCOLAR respecto a nosotros y a nuestra nacionalidad. Hay más aún: «La Inglaterra, la Francia y la Italia, dice Mr. Daíreaux, autorizando a los Estados sudamericanos a mantener en bus territorios agentes de inmigración sin vigilancia, no trabando en nada en sus mercados fi- nancieros los empréstitos, que son el recurso ordinario de sus gobiernos, son, por el hecho, partes contratantes de una convención tácita que obliga a esos Estados transoceánicos a responder de la seguridad de los in- dividuos que en provecho suyo han separado de la madre patria, y a no comprometer en empresas locas los capitales tomados en préstamo para obras de pro- greso. Kse contrato el día en que deje de ser fielmente ejecutado, impone a los viejos Estados que han engen- drado esas jóvenes repúblicas, el deber de intervenir y de impedir nefastos conflictos, por su influencia mo- ral y la autoridad que les confiere su grandeza mate- nal», ^ Esas ideas que empiezan a germinar en Europa y que han de ir acentuándose a medida que sea mayor el número de individuos y de capitales extranjeros que se hallen comprometidos en la suerte de los pueblos sudamericanos, aumentan los peligros que para núes- tra nacionalidad entraña el porvenir, si persistimos en la funesta vía que hemos seguido desde que nos hici- mos independientes. Dominan, sin embargo, errores al tratar entre no- sotros esta cuestión, que es conveniente poner a dea> cubierto. No es raro encontrar personas que recono- ciendo la verdad de observaciones semejantes a las que acabamos de formular, creen, sin embargo, que la desaparición de nuestra nacionalidad es un hecho casi imposible, porque el tiempo la ha consagrado ya 1. Revue lie» Deux Mondet, 19 de octübr« d» 1875. [131] JOSE PEDRO VARELA bastante para hacerla indestructible por una parte, y por la otra, porque en relación a la de aquellos que pudieran aTrebatámosla, nuestra fuerza es bastante para que pudiéramos defenderla con éxito: tanto más cuanto que lejos de aumentarla, el porvenir disminuirá la diferencia de poder que hay entre nuestros vecinos y nosotros. La primera observación carece absolutamente de fundamento. Cincuenta años de una vida enfermiza, en la que a cada paso se han producido hechos, que lejos de servir para robustecerlo, han servido para relajar el sentimiento patrio, no son bastantes a con- sagrar por el tiempo la vida de una nación indepen- diente. Sin necesidad de remontarse a tiempos más le- janos, en los que se han visto ir desapareciendo suce- sivamente todas las pequeñas nacionalidades que cons- tituyeron antes lo que son hoy las grandes naciones europeas, hemos visto en nuestros días a la Italia re- construí endose en una sola nación después que las pequeñas nacionalidades italianas se habían conser- vado independientes durante largos siglos: el mismo fenómeno se ha producido en la Alemania. ¿Por qué suponer entonces que sería imposible, a causa del tiem- po transcurrido, que se produjera en estos países un hecho semejante? En cuanto a que tenemos fuerza bastante para ha- cernos respetar por nosotros mismos, para creerlo es necesario ser de aquellos que se figuran que los orien- tales son los hombres más valientes que hay &ohre la superficie de la tierra: y para hacer innecesario hasta el entrar en apreciaciones a ese respecto, es sabido que con los progresos realÍ2ados, especialmente en los últimos tiempos, la guerra no es ya cuestión de valor, sino de dmero y de inteligencia. Las celebérrimas lan- [152] LA LEGISLACION ESCOLAS zas de Ituzaingó de nada servirían ahora con los fusi- les Remington y los cañones Krupp. Por último, nada hay que autorice a suponer tam- poco que nuestro progreso será más rápido que el de nuestros vecinos. No ofrecemos al inmigrante que Ue- gSL a nuestras playas ni un clima más agradable, ni un suelo más fértil, ni más variedad en las produc- ciones que las que le ofrecen el Brasil y la República Argentina; por el contrarío, ambos países tienen en su dilatada extensión mayores beneficios naturales que aquellos de que nosotros gozamos, y la tranquilidad no alterada del Brasil y mucho más estable en la Re- piíblica Argentina que entre nosotros, autoriza a creer que nuestro crecimiento será, como hasta ahora, cuan- do más rápido como el de nuestros vecinos. Si, pues, continuásemos como hasta aquí en una anarquía constante, debe suponerse y esperarse que, asi por interés propio, como por satisfacer ambiciones mal dormidas aún, nuestros vecinos, relativamente po- derosos, han de hacer esfuerzos para atentar contra nuestra nacionalidad, mientras que las naciones eu- ropeas, a quienes nos ligan estrechas relaciones comer- ciales, verán con satisfacción, en vez de contrariarla, la desaparición de una nacionalidad enfermiza que compromete a cada paso la fortuna y eí bienestar de aquellos de sus hijos que vienen a nuestras playas o que mantienen relaciones con nosotros. En cuanto a loa peligros que nos amenazan en común con los demás pueblos que hablan nuestro idioma, no por ser remotos son menos efectivos, ni deben alarmar menos a todo el que sepa apreciar las relaciones inva- riables que ligan a los efectos con las causas que los producen. Kstas existen, obrando activamente, y aun cuando sus efectos se produzcan con relativa lentitud. JOSE P£DIlO VARELA no por eso dejan de producirse y continuarán pro- duciéndose mientras subsistan las causas generadoras. La necesidad de que los pueblos de habla castellana salgan del marasmo en que viven, P^^^ evitar que Ies toque la suerte de la Grecia, es tan evidente que, casi no necesita demostrarse; pero llevando la mirada más allá de ese mal existente y del que nos hemos ocupado ya en el capítulo XXIX de La Educación del Pueblo, vamos a indicar ima cuestión de la mayor gravedad, sin pretender resolverla, reaccionando, sin embargo, al hacerlo, contra errores bastante arraigados para que hayan sido elevados a la categoría de incontestables verdades. Partiendo de bases falsas y formulando afirmaciones sin fundamento, hase creído y créese aún generalmente entre nosotros en la perfecta igualdad de las razas humanas y como consecuencia, en su igualdad de ap- titudes para seguir con el mismo vigor todas las eta- pas del progreso. La falsedad de esa afirmación y de esa doctrina, ha podido demostrarse con cifras res- pecto a los indios. El hecho es bastante curioso y no- table para que, a pesar de su extensión, creamos con- veniente traducir los siguientes informes: «Es sólo por efecto de una ley general de la natu- raleza, dice Mr. Simonin, ^ que los salvajes de las pra- deras se extinguen ante la invasión del hombre civi- lizado. Este no lleva a ellas muy a menudo ningún espíritu de dominación, de sometimiento, de crueldad. No quiero inocentar a nadie: sé que la colonización no siempre se ha hecho de una manera pacífica por el anglo- americano: el francés, el español, sobre todo en los primeros tiempos de la conquista, no han sido más 1. Les demier* Peavx-ronígea, Paria 1B79. [154] LA LEGISLACION ESCOLAB dulces que aquél. Puede leerse lo que Charlevoix y otros antiguos autores han escrito sobre nuestra colo- nización en tomo de los grandes lagos, y a lo largo del San Lorenzo y del Mississipi. En cuanto a los espa- ñoles, sus historiadores nos han contado lo que ellos hicieron en Méjico y el Perú; y las crueldades que acompañaron la muerte de Atahualpa y de Motezuma, eterno oprobio del nombre de Fizarro y de Cortés, no han sido igualadas por ninguna otra raza de coloni- zadores. Sin embargo, esos no son más, en cierto modo, que actos de salvajismo individual, que pueden opo- nerse a los de los indios mismos. £s necesario btiscai en otra parte la causa de la desaparición gradual de los Pieles Rojas, y esa causa no puede ser sino la lucha por la existencia, que en el mismo medio hace desapa- recer fatalmente la especie más débil ante la especie mejor dotada, la especie que no trabaja, ante aquella que trabaja, la especie, en fin, que tiene necesidad para vivir de una extensión demasiado grande de terri- torio, ante aquella a la que le basta una extensión re- ducida al minimum «£1 territorio indio que el Presidente Grant, y antes que él los Presidentes Lincoln y Johnson, han escogido como lugar de acantonamiento de los salvajes de las praderas, está ocupado en parte, desde hace cuarenta años, por otras tribus que podrían llamarse las tribus mississipianas o apaches, y que en otro tiempo vivían principalmente en las partes de la América del Norte, donde están hoy los Estados de las Carolinas, Alaba- ma, Florida, Georgia, Mississipi, Misourí. Esas tribus se han plegado tal vez con más buena voluntad que otras al acantonamiento. Los Cherokees y varias otras tribus se han civihzado poco a poco, o al menos se han amoldado a la vida sedentaria en ese vasto cua- [155] JOSS PEDRO VARELA dro en el que cada tribu distinta tiene su reserv^a. Los Cherokees y los Creeks se han hecho notar sobre todo, en este pasaje gradual de la vida salvaje a la vida policiada. Habitan casas cubiertas, cultivan el suelo, ejercen varios oficios, son dóciles a la enseñanza del maestro de escuela y del pastor. Un gran número de entre ellos sabe leer y escribir. Tienen una imprenta, publican libros y un diario. Los Cherokees escriben su lengua con caracteres particulares, silábicos o foné- ticos, es decir, representando cada uno un sonido com- pleto, y que fueron inventados por uno de ellos en 1830: esos caracteres son en número de setenta y siete. Los Cherokees escriben su lengua con los caracteres europeos ordinarios: las letras son en número de die- cinueve. Los Cherokees y los Creeks han volado cons- tituciones calcadas en la de los Kstados Unidos: tienen una cámara alta y una cámara baja, la cámara de los reyes y la de los guerreros, como dicen los Creeks. En fin, esas tribus envían cada año, lo mismo que los otros territorios que aún no han sido reconocidos como Estados, un delegado a Washington para representar su tribu cerca del Congreso y del Gobierno Federal. . . Algunos de los Cherokees y de los Creeks han recibido una educación completa en San Luis, en Nueva Or- leans y en Nueva York; varios son además ricos pro- pietarios territoriales y poseen un número de hectá- reas cultivadas y de cabezas de ganado que envidia» rían muchos de nuestros agricultores. Antes de la gue- rra de secesión los Creeks, los Cherokees, los Chactas, tenían esclavos negros, como los americanos; se pre- tende que fraudulentamente han conservado algunos. Este rasgo indica mejor aún que cualquier otro el estado de civilización a que han llegado, pero los otros Pieles Rojas acantonados en el Territorio Indio no [1561 LEGISLACION ESCOLAR parecen absolutamente querer seguir las huellas de sus inteligentes predecesores. En 1866 la población del te- rritorio indio era estimada en 53.500 individuos... Que los indios se resignen a estar acantonados en re- ducciones, aun a vivir en medio de los blancos, o que persistan obstinadamente en permanecer en el estado nómade, el mismo fenómeno tiene lugar: se les ve des- aparecer gradualmente. Sin duda las enfermedades, principalmente la viruela y la sífilis, el hambre, el abuso de los licores fuertes^ del aguardiente, del whisky que los salvajes llaman «el agua del Diablo», entran por algo en esa desaparición: pero la razón principal es siempre esa gran ley natural de la lucha por la exis- tencia. Las dos razas, la roja y la blanca, no sabrían coexistir la una al lado de la otra: la una, se ha dicho, se desarrolla trabajando el suelo, la otra es destruida por no querer plegarse a esa cultura. Las cifras que marcan la disminución progresiva de la población co- briza, hablan por sí solas. En 1866, según un cuadro formado por el comisario de los negocios indios en Washington, el número de todos los indios que había en los Estados Unidos, no comprendiendo a los indios ciudadanos de la Unión, o que vivían bajo la protec- ción de ciertos Estados, era de 306.475. El mismo nú- mero era en 1865 de 307.842. lo que indicaba una di- ferencia en menos de 1.367 individuos en un año : pero la disminución es aún más rápida. En 1870 el número de los indios nómades acantonados había descendido a 287.981: comparando esa cifra con la de 1865 se nota una pérdida de 19.861 indios en cinco años: sea cerca de 4.000 por año. De cualquier modo que se agrupen las cifras, esa ley de la disminución progre- siva se verifica, aun entre los indios que viven libre- mente en medio de los blancos. Asi, en 1860 el número [157] JOSE PEDRO VABELA de indios civilizados se estimaba en 44.201 y en 1865 había descendido a 39.898; en 1870 no era más que de 25.731, lo que indicaba una disminución de 18.470 indios en diez años, o más de 1.800 por año. En ningún Estado, en ningún territorio, por clemente que sea el cielo, los indios están al abrigo de esa implacable mortalidad que los hiere. Ninguna parte de América goza de un clima tan saludable como la California. En 1852 se estimaba en 32.266 el número de indios civi- lizados de ese Estado; en 1860 no era más que de 17.798; en 1870 de 7.241, disminuyendo así más de 50 por 100 en cada década : es decir, que a la conclu< sión del siglo no habrá en California más que algunos centenares dé indios civilizados y, acaso, ya no habrá indios nómades. En 1870 el número total de indios de California era de 29.025; eia cerca del doble en 1860. «Ese fenómeno va verificándose por todas partes desde que los blancos pusieron el pie en América . . . Al principio del siglo XVII se estimaba en 2.000.000 el número de indios esparcidos en toda la superficie ocupada hoy por los Estados Unidos; al fin del siglo XVIII ese número había descendido ya las tres cuar- tas partes, es decir, que no era más de 500.000. Se ha visto que había bajado a cerca de 300.000 en 1866 y a 288.000 en 1870. E&ta disminución progresiva de los Pieles Rojas es, pues, en adelante un hecho histó- rico que se realiza siguiendo una ley fatal, irresisti- ble. . . Algunos han hablado de asimilación, de absor- ción lenta, que permitiría al indio fundirse con el blanco. Los hechos también son contrarios a esa teo* lía. ¿Cuántos Pieles Rojas hemos encontrado en me- dio de los blancos en 1870? Ni aun 26.000 y el número va disminuyendo de año en año. Hace tres siglos y más [158] LA LBGISLACION ESCOLIAR que los indios asisten a la colonización de su país por Io9 europeos; y ninguno se ha aproximado realmente al hombre civilizado. Hay entre las dos razas algo como una repulsión instintiva^ como una antipatía na- tural, que no permite a la una unirse fraternalmente a la otra. En toda la extensión de los Estados Unidos no se puede citar más que a un solo indio verdadera- mente civilizado, es el general Parker, y aún éste es mestizo. Lo que sucede con el Piel Roja, tiene también lugar con el negro. En todos nuestros viajes no hemos oído citar más que un negro realmente instruido, que hablara y escriliiera bien: es Leslet Geoffroy, que varios criollos vivos aún han conocido. Era de la isla de Mauricio, mulato, aunque tuviera la piel y pelo negro: entendía en ciencias físicas y naturales, en topo- grafía, y fue nombrado miembro corresponsal de la Academia de Ciencias de París. Este ejemplo es el único de ese género con que pueda argüirae y aún nada prueba, puesto que el sujeto era de sangre mez- clada. Un sueño tan quimérico como ese de la fusión de las razas, es la civilización gradual de los Pieles Rojas por el acantonamiento, por la cultura del suelo. ¿Cuántos de esos Pieles Rojas que han aceptado real- mente las reducciones han prosperado algo en ellas? Sólo los primeros que se acantonaron hace cuarenta años en el territorio indio. Eran entonces tal vez 100.000; ¿cuántos son hoy? Un poco más de 50.000. Todos los otros indios no quieren oír hablar de acan- tonamiento . . . Las numerosas pruebas que hemos dado sobre el anonadamiento fatal de los Pieles Rojas en un límite de tiempo bastante aproximado, son ¡ay! fuera de toda duda. Sea que el indio vaya a confinarse en los reductos que el hombre blanco le indica, y donde encuentra siempre más protección, más abrigo [159] JOSE PSDRO VARELA que en el aislamiento del desierto — sea que persista en vivir en el estado nómade, en las praderas, en los grandes llanos, en las mesetas elevadas de Utah, de Nevada, o de las Montañas Rocallosas — sea en fin que viniendo a perderse en medio de los blancos se resigne a vivir la vida del hombre civilizado, la ley- de su desaparición gradual es por todas partes la mis- ma, y todas las etapas que puede tratar de hacer hoy hacia otro género de vida, no lo salvarán: es dema» eiado tarde». Resulta, pues, que allí donde se han recogido infor- mes bastantes para poder formar juicio, queda demos- trado que esa disminución progresiva de los Pieles Rojas es, como lo dice Mr. Simonin, un hecho histó' rico que se cumple a despecho de la pretendida iden- tidad de las razas humanas. Es, si mal no recordamos, Darwin, en la Descen- dencia del HombrCy quien afirma que un hecho seme> jante ha podido constatarse en los indios de la Poli- nesia, entre los que vense poblaciones enteras que des- aparecen sin causa aparente, como si la tierra, en sus condiciones actuales, no les ofreciera un medio apro- piado para su especie. En los indios de la América del Norte el hecho se produce con caracteres bastante resaltantes para que no deje lugar a dudas. ¿Sería absurdo suponer que pudiera reproducirse, aunque con caracteres menos pronunciados, por causas semejantes, pero no tan ac- tivas, entre los pueblos más atrasados de la raza blanca? cesidad de desarrollar por medio de ella los poderes y facultades naturales del hombre. La doctrina y la práctica se armonizan de una manera elocuentísima para demostrar que, precisamente los hombres y los pueblos más ilustrados son los que más se afanan para educar a aus hijos; el celo por la educación cre- ce en proporción directa de la ilustración que se tiene. Entre los hombres completamente ignorantes no es raro encontrar padres de familia que no quieren enviar sus hijos a la escueta, fundándose en que para nada les servirá el aprender a leer y escribir. ¿Dónde, quién ha visto a un hombre ilustrado aplicando esas ideas bárbaras a su prole? Estas ligeras observaciones, que no ampliamos más porque son demasiado conocidas de todos, prueban que si la abstención completa del Estado en materias de educación puede sostenerse juiciosamente y acep- tarse, es sólo como coronamiento de la obra. Acaso en una sociedad cuyos miembros sean todos ilustrados, la educación del pueblo podrá dejarse confiada exclusi- vamente a la iniciativa individual, ya que entonces puede suponerse que todos sabrán apreciar las venta- jas y beneficios de la educación, y que todos se esfor- zarán igualmente para hacer que alcance a todos loa niños. Pero semejante estado de sociedad sólo se encuentra en las repúblicas ideales forjadas por los soñadores, y no hay para qué seguir en su curso las divagaciones estériles que a nada conducen, si no es a extraviar los espíritus, haciéndolos perseguir afano- samente la realización de irrealizables quimeras. En los últimos tiempos, en algunos de los pueblos euro- peos, precisamente de aquellos que más imitados son por las repúblicas sudamericaDas, el romanticismo ha [193] JOSE PEDRO VABELA pasado del campo de la liteiatura amena al de las ciencias morales y políticas, dando origen a esos siS' temas monstruosos que se ofrecen como lenitivo a los sufrimientos de la miseria, y al quijotesco empirismo que nos lleva tan a menudo a soñar con perfecciones imposibles, con leyes absolutas que no comprendemos, o con doctrinas extremas que, en definitiva, dejan a nuestras desgraciadas poblaciones en el abandono de la ignorancia, en la impotencia de la rutina, y con el alma llena de deseos vagos, de aspiraciones quiméri- cas, de vaciedades, que se traducen al fin en desenga- ños, en BUÍrimientos y en miserias. No tenemos para qué ocupamos, pues, de la manera cómo deberán or- ganizarse los sistemas de educación pública en socie- dades que tengan condiciones distintas de las que se hallan en las que pueblan actualmente la Tierra: y en la organización actual de las sociedades humanas la ignorancia se encontrará siempre, en más o menos grande escala. La razón demuestra que, aun supo- niendo que un pueblo llegase a educar a todos sus hi- jos, todavía tendría que luchar con los males, resul- tado de la ignorancia de algunos de loa ratranjeros que en él fueren a establecerse; para hacer, pues, que la ignorancia desaparezca totabnente de una nación, sería necesario que hubiese desaparecido de entre to- dos los habitantes de la Tierra: de otro modo se pro- ducirá siempre el hecho que se produce hoy en los Es- tados de la Nueva Inglaterra, donde se cuentan por millares los ignorantes, aun cuando no hay, acaso, uno solo de los hijos de esos Estados que deje de recibir educación, y aun cuando la reciben también los hijos de los inmigrantes que llegan a ellos, y aun muchos de loa mismos inmigrantes: entre esa inmigración que- da siempre un residuo de ignorancia, que se mezcla [194] LA LEGISLACION ESCOLAR constantemente al núcleo primitivo, y que hace impo- sible la conquista del anhelado desiderátum. El mismo fenómeno cíe producirá en todas partes mientras haya ignorantes en la Tierra, y especialmente en los países jóvenes: la ley de la solidaridad humana, que no deja de cumplirse por más que muy a menudo se desconozca, hará que se encuentre siempre algún número de igno- rantes, aun entre las más ilustradas de las sociedades humanas, mientras que la ignorancia no haya sido to- talmente proscrita de la Tierra. Pero, aun sin esto, la idea de ilustración, como la de barbarie, es relativa, y a medida que el caudal de luces se extienda en la masa general de ios hombres, se elevará también el nivel a que todos necesiten alcanzar para poder con- servar su puesto en la batalla de la vida. No hay pa- radoja alguna en afirmar que, llegará un tiempo en el que lo que llamamos hoy estudios secundarios sea el mínimum de instrucción que pueda tener un hom- bre para no ser completamente iletrado: los estudios secundarios de hoy serán los estudios primarios de mañana, como los estudios primarios de hoy eran con- siderados hace apenas algunos siglos como un grado bastante avanzado de instrucción. Pero de éstos y de aquellos tiempos estamos lejos: ya sabrán lo que Ies convenga y lo que deban hacer las generaciones que dentro de algunos siglos habiten lo que es hoy nues- tro país: por ahora, y considerando el estado actual de las sociedades humanas, y especialmente el de la República Oriental, hay que tomar grandemente en cuenta la ignorancia de una parte de sus habitantes al organizar el sistema de educación que debe regirnos. Si el Estado no interviene en la educación pública para obligar a los habitantes todos a que concurran, por medio de la contribución, al sostenimiento de las 1195 3 JD9S PEDRO VABELA escuelas, y a que envíen sus hijos a ellas» es fuera de toda duda que los ignorantes dejarán que sus hijos crezcan en la ignorancia y, asi, ésta irá perpetuándose, dando origen a que se forme una nueva aristocracia, que no funde sus títulos en la sangre sino en la ilus- tración, y que, acaso, no ha dejado ya de hacerse sen- tir en la República. Los ricos y los ilustrados educa- rán a sus hijos, mientras que los pobres y los igno- rantes dejarán que los suyos crezcan en la ignorancia, y así irá incubándose paulatinamente ese antagonismo de la ignorancia y la ilustración, que se traduce al fin en antagonismo de la fortuna y la pobreza, del capital y del trabajo, y que forma ya en el seno de algunas sociedades europeas un cáncer devorador. Por otra parte, el abandonar a la sola iniciativa individual la tarea de la educación pública hace estériles, por la dispersión, fuerzas que reunidas serían poderosas, ha- ciendo imposible la asociación en grande escala, que es uno de los más fuertes motores de las grandes em- presas. La organización de un sistema de educación pública es relativamente cara, demanda ingentes sumas, gastos que parecen enormes a los espíritus superficia- les, ya que no son apremiantes, físicamente, ni mate- rialmente palpables, las exigencias y las ventajas de la educación, aunque sean mucho mayores que las de otros ramos del servicio público a los que el Estado consagra grandes cantidades, sin sorpresa para nadie y con la resistencia de muy pocos. Asij se puede afir- mar sin temor de equivocarse que la masa ignorante de la población no contribuirá voluntariamente al sos- tenimiento de las escuelas; el Estado tiene que impo- nerle la contribución y el deber de educar a sus hijos para que esa masa ignorante cumpla con él. La san- ción moral no es bastante a ese respecto para los ea- 1196] LA LSGISLACION XSCOLAB pirítus ignorantes: es necesario para que se resuelvan a obrar, la acción coercitiva del Estado. Pero aun cuando en una gran parte de la población se hallen dormidas y sea necesario estimularlas por el Estado, las grandes fuerzas residen en el pueblo, y una vez que el poder público ha dado el impulso, éste no se continúa sino cuando el pueblo hace suya la obra, la vigoriza con su entusiasmo y la robustece con su vi- gor. La sabiduría y la eficacia de un buen sistema de educación pública está en armonizar la acción del Es- tado, obrando como poder director general que tutele a los que necesiten tutelaje, y la acción libre del indi- viduo^ obrando como parte interesada, como actividad que por su misma multiplicidad no se fatiga nunca, y aun como inteligencia que por su misma variedad no se agola jamás. Es eso lo que hemos tratado de hacer en el Proyecto de Ley que presentamos, adoptando asi de los tres sistemas que hemos indicado, el que nos ha parecido reúne mayores ventajas y el que puesto en práctica ha dado mejores resultados. £1 primero de esos sistemas que hemos considerado, el de la dirección absoluta de la educación pública por el Estado, ha sido puesto en práctica durante muchos años por toda la Alemania y especialmente por la Pru- sia, y auxiliado por la más hábil y la más inteligente de las administraciones públicas, ha dado resultados educadores bastante satisfactorios, pero ejerciendo una influencia nociva con respecto al sentimiento y a las ideas democráticas. Se acusa al sistema prusiano, no tal vez sin fundamento, de que sacrifica el individuo al Estado, de que convierte la Nación en un ejército, 7 de que hace de la escuela un reflejo del cuartel, aun [187] JOSE PEDRO VABELA cuando aplique en ella los métodos pedagógicos más adelantados y más perfectos. El segundo sistema, que abandona la instrucción pú- blica a la sola acción de la iniciativa individual, ha sido ensayado hasta hace muy pocos años por la In- glaterra. Es conocida la perseverancia que distingue a los ingleses: su resistencia a aceptar innovaciones sin estar bien convencidos de su utilidad, y a abandonar lo que una vez han puesto en práctica mientras que la experiencia que adquieren no les demuestra la inefica- cia de los esfuerzos. ¡Y bien! a pesar de haberse orga- nizado desde hace largo tiempo grandes sociedades con el objeto de difundir la educación en el pueblo; a pesar de los generosos esfuerzos hechos por una in- teligente filantropía, y a pesar de que el espíritu de propaganda religiosa, tan activo en los pueblos anglo- sajones, unió sus esfuerzos a los de los amigos de la educación para instruir al pueblo, la Inglaterra ha abandonado en 1870 su sistema de no intervención del Estado, por su ineficacia, y ha dictado una ley que se apoya en los mismos principios que nos sirven de base. Con modificaciones más o menos importantes, el sis- tema que nos hemos permitido llamar Mixto, es el que rige en todos los Estados de la Unión Americana, ha- biendo tenido origen en el Estado de Massachussetts. En la práctica los resultados que ha producido no pue- den ser más satisfactorios. Lo han adoptado también, la Australia y el Canadá, siendo de notarse que en el Bajo Canadá, cuya población es casi en su totalidad francesa y católica, ha producido también, en pocos años, resultados brillantes. Hasta cierto punto al me- nos la cuestión de la educación del pueblo no e?, pues, cuestión de razas, sino de sistema, de organización y LA LEGISLACION ESCOLAR de voluntad. A este respecto, y en cualquier nación de la Tierra, puede repetirse con entera verdad el viejo aforismo: «Querer es poder». CAPITULO IX Reglas generales establecidas por el Estado Aceptado el principio de que, para obtener resulta- dos completamente satisfactorios en la difusión de la enseñanza, es necesario combinar la acción del Estado con la de los particulares, veamos cuál es el limite a que deben llegar una y otra, en una ley que se dicte actualmente para la República Oriental del Uruguay, teniendo en cuenta los resultados que se desean obte- ner, los elementos que han de concurrir a esa obra, y los medios de que podría disponerse. Aunque natural- mente tienen que armonizarse las reglas generales que establezca el Estado con respecto a la organización ge- neral de la educación y las que establezca respecto a los medios de mantener esa organización, dejaremos para un capítulo especial lo que a las rentas se refiere y nos ocuparemos en éste de la educación y la escuela propiamente dichas. £n primer lugar el Estado, por medio de la ley, declara la instrucción obligatoria y gratuita, y como consecuencia señala el mínimurd de instrucción que es obligatorio, y la edad eu que esa instrucción debe ad- quirirse. No nos detendremos a sostener aquí la legitimidad del principio de la instrucción obligatoria, reprodu- ciendo los argumentos que hemos aducido en su favor [199] JOSE PEDRO VARKLA en el Capítulo IX de La Educación del Pueblo, ^ ni dilucidaremos tampoco lo que a las ventajas de la edu- cación gratuita se refiere, ya que lieraog tratado tam- bién esa cuestión en el Capítulo X de la misma obra. Estableceremos, sin embargo, las razones fundamen- tales. La libertad del hombre, y sobre todo del hombre en sociedad, no es ilimitada. Desde que se reconoce que ciertas acciones son malas, forzoso es reconocer como consecuencia que nadie tiene el derecho de prac- ticarlas. Así, la libertad propia, tiene por límite la libertad ajena. Mientras que una acción no daña a nadie, o daña sólo al que la practica, el individuo es libre de hacerla; pero cuando con ella causa perjuicio a otros, comete un abuso que el Poder público debe reprimir, como encargado de garantir a todos los miem- bros de la comunidad el pleno goce de su libertad y su derecho. Todo el que comete un acto injusto o per- judicial, cae bajo la acción de la justicia; el Poder público reprime el abuso ya que no lo prevenga. Estos principios que sirven de base a la sociedad son apli- cables lo mismo a la educación de los niños, que a to- dos los actos de los hombres. Si el Estado exige cier- tas condiciones para el ejercicio de la ciudadanía, que sólo pueden adquirirse por medio de la educación, el padre que priva a su hijo de esa educación comete un abuso que el Poder público debe impedir, por una parte en defensa de los derechos del menor que son desconocidos, por la otra en salvaguardia de la socie- dad que es atacada en sus fundamentos con la conser- vación y propagación de la ignorancia; ya que es ésta 1. Véase La Educación del Pueblo por José Pedro Várela. Montevideo, IS74. 2 volúmenes en 8 mayor. [200] LA LEGISLACION ESCOLAR una fuente de vicios y de crímenes que la sociedad ae ve obligada a reprimir y castigar imponiéndose para esto sacrificios enormes, que serían innecesarios en su casi totalidad, sin la conservación de la ignorancia. La ignorancia no es un derecho, es un abuso, y allí donde existe un abuso, el Poder público, interviniendo, no extralimita su9 facultades. En cuanto a la gratuidad de la enseñanza, desde que ésta deba alcanzar a todos, no es más que una mejor organización de los gastos que la educación demanda. Desde que es el pueblo quien la paga y el pueblo quien la recibe, claro es que la educación no es gratuita para él: y si asi se la llama es sólo signifi- cando que la contribución que es necesaria para el sos- tenimiento de la escuela, no debe recaudarse cobrando a cada discípulo una cuota mensual o anual, lo que distribuiría mal el impuesto, haciéndolo pesar exclu- sivamente sobre los padres de familia, y levantaría a la vez constantes resistencias en aquellos que, ain tener criterio bastante para apreciar las ventajas y necesi- dad de la educación, debieran pagarlo en cumplimien- to de la ley. Las sumas necesarias se obtendrán por medio de una contribución directa sobre el valor de la propiedad, de manera que alcance a todos, ya que si la educación beneficia principalmente al que la reci* be, beneficia también a la sociedad, puesto que con- vierte en seres morales y ciudadanos útiles, a muchos que sin la educación habrían seguido el camino de los vicios, y que, en todos los casos, habilita a loa miem- bros de la comunidad para obrar con conciencia, dis- minuyendo agí en grado enorme los males que causa a las naciones, democráticamente organizadas, la in- tervención que tienen en la dirección de los negocios públicos los que se conservan en la ignorancia. No hay. [2011 JOSE PEDRO VABELA puea, en realidad instrucción gratuita: hay escuelas sostenidas por la contribución de todos, a las que pue- den concurrir igualmente todos los niños sin pagar pupilaje alguno. Además, la escuela gratuita para to- tos los niños responde con fidelidad a las exigencias de la organización democrática: estableciendo el pu- pilaje hay que eximir de él al hijo del pobre, quedando confiada la decisión en cada caso a la administración local, y estableciendo así desde los bancos de la es- cuela una diferencia entre el que posee bienes de for- tuna y el que carece de ellos, que produce más tarde funestísimos resultados. Hecha gratuita la escuela, to- dos concurren a ella con el mismo derecho, y agí se es- tablece para más tarde el fundamento sólido e indes- tructible del sentimiento democrático. El establecimiento de la instrucción obligatoria su- pone la fijación de un límite de instrucción, ya que no puede dejarse librado al criterio de cada Comisión local el grado de instrucción que el Estado exige. Na- turalmente, ese mínimum de instrucción tiene que ser variable, según el grado de cultura de cada pueblo y las exigencias de cada época. Nuestros constituyentes creyeron deber fijarlo, el año 30, en la simple lectura y escritura, ya que la fijación de un mínimum de instrucción, moralmente obligatoria, es lo que importa el artículo constitucional que suspende en la ciudada- nía al que no saber leer y escribir. Simples medios para la adquisición del saber, la lectura y escritura son, sin embargo, medios indispensables, y a la vez, conocimientos cuya posesión o carencia es fácil de constatar en cualquier momento. Eso explica por qué a esas dos únicas materias se han limitado en nuestra constitución, como se limitan en la mayor parte de las constituciones de los pueblos civilizados, los cono- [202] / LA LEGISLACION ESCOLAS cimientos indispensables para el ejercicio de la ciuda- danía: pero, tratándose de organizar un sistema de educación común, parece natural extender el número de materias, en la designación de las que deben ser obligatorias, al menos hasta -aquellas que son indis- pensables para dar al hombre el gobierno consciente de su propia personalidad fisica y moral. Así, nosotros hemos establecido como mínimum de instrucción obli- gatoria las siguientes materias ( Art. 57) : «Lectura — Escritura — Ortografía — Composi- ción — Aritmética — Principios generales de moral y religión natural — Elementos de Historia Nacional y de Constitución de la República — Elementos de Fisio- logía e Higiene — Ejercicios físicos o gimnasia de salóni^. La Lectura, la Escritura, la Aritmética, pueden lla- marse con la feli2 expresión de Madame Necker de Saussure, instrucción de derecho naturaL «Hay, dice en su célebre obra, ^ un primer grado de instrucción que es de derecho natural para todo ser y del que no es permitido privar a ningún niño. Para un cristiano no poder leer esa ley divina que cree no poder violar sin poner en peligro su salud: para un hombre, sujeto a ser conducido ante los tribunales, no saber leer las leyes humanas que pueden condenarlo a muerte: para el que da o recibe compromisos, no hallarse en estado de darles fijeza por medio de la escritura: para el que subsiste de su salario no ser capaz de calcular lo que tiene derecho de reclamar, es ignorar las condiciones a que está ligada la existencia, es hallarse privado a veces de los medios de llenarlas». 1. VEdwxHUm progrgisioe, par liad. Nsckw de Sauaiuit. [2031 14 JOBE PEDRO VABELA ^ Las demás materias que hemos establecido sirven, o bien de complemento a algunas de las indicadas, o bien responden a necesidades sociales y de nuwtra condición pectiliar. La Ortografía y la Composición complementan la Lectura y la Escritura. No se aprende a escribir para saber trazar mecánicamente algunos signos, sino para valerse de la escritura: de otro modo el saber escribir se reduce, a menudo, a la farsa indigna que tantas veces se presenta entre nosotros cuando se dice que sabe escribir el que no sabe más que trazar su finna al pie de un escrito, que no ha sabido ni podido leer. ¿Qué diferencia esencial hay entre poner una firma al pie de un escrito, y poner algunos signos combina- dos que el mismo que los traza no tiene seguridad de que expresen nombre alguno? Hemos establecido, pues, la Composición como el medio usual de utilizar la es- critura, ya que por escritura debe entenderse, no la facultad de trazar algunos signos sobre el papel, sino la capacidad de confiarle lo que nosotros pensamos, o lo que otros piensan, y queremos conservar o hacer conocer a otros. Los principios generales de moral y religión natu- ral, responden a exigencias esenciales de la persona- lidad humana en nuestra época y en nuestro país. Lo que llamamos principios generales de moral y religión natural, son esas ideas morales, de carácter universal, que reconocen como verdaderas, en nuestra época, to- das las religiones y todas las escuelas filosóficas, que se aceptan como racionales: y no la serie de reglas a que una escuela filosófica ha dado una acepción con- creta, llamándole Moral Natural. Con más o menos latitud, y asignándoles una importancia más o menos grande, todas las religiones y todas las escuelas íilosó- [204] I*A LEGISLACION ESCOLAR ficas reconocen que hay algunos piincipios esenciales para regular la conducta de los hombres en sociedad: justicia, veracidad, industria, temperancia, castidad, economía, beneficencia, amor a la verdad y al orden, respeto a la conciencia, deberes para con log padres y los hijos, con los hermanos y hermanas, con los demás hombres, con el Estado, con la causa de la luz, de la libertad y del amor. Acaso ninguna de las religiones positivas, ni ninguna de las escuelas filosóficas que se disputan el gobierno del mundo moral, aceptarían co- mo bastantes esas reglas generales; pero ninguna tam- poco se sentirá herida por su proclamación: ellas pue- den servir y sirven de base común al mundo moral, y es después, al aplicarlas, al desarrollarlas y desenvol- verlas, que cada religión o cada escuela filosófica las complementa 7 explica, con arreglo al criterio filosó- fico o dogmático que le sirve de guia. Hasta ese limite puede y debe llegar, pues, la escuela pública y la ins- trucción obligatoria, sin herir la soberanía de la con- ciencia, ni desconocer los derechos del fuero interno individual, aunque sin satisfacer tampoco las aspira- ciones de predominio de las diversas creencias que dividen a los hombres. Si olvidándonos de las exigencias peculiares de la so- ciedad en que vivimos y para la cual formulamos nues- tro Proyecto de Ley de Educación Común, nos hubié- semos concretado a establecer la enseñanza de los prin- cipios generales de moral y religión natural, proscri- biendo de la escuela toda otra enseñanza religiosa, habríamos sublevado el sentimiento de la gran mayo- ría de nuestra población que cree indispensable la en- señanza, en la escuela, de la religión que esa misma mayoría profesa. Pero, respondiendo a esa exigencia particular del estado actual de la República ea que [205] JOSE PEDRO VARELA hemos establecido el artículo 59. El Estado, como en- cargado de garantir a todos los miembros de la co- munidad el pleno goce de su libertad y su derecho, interviene para impedir que se viole en la escuela el derecho del disidente; y establece que la enseñanza de la religión católica sólo pueda darse fuera de la hora de clase, y a los niños cuyos padres quieran que concurran a ella, siempre que cualquiera de los padres de los niños que asisten a la escuela solicite de la Co- misión de Distrito que no se dé en aquélla enseñanza de la Religión Católica; pero, cuando esto no suceda, cuando todos los padres de los niños del Distrito quie- ran que en la escuela se enseñe la Religión Católica, la Comisión está autorizada para agregar esa materia al programa sin que, sin embargo, pueda por eso des- cuidarse o abandonarse la enseñanza de las otras ma- terias que son obligatorias. Asi se salvaguardan los derechos de los disidentes y se da satisfacción, hasta donde es posible, a las aspiraciones de la mayoría ca- tólica. Imponer la enseñanza de la Religión Católica, aun a despecho de la voluntad de los disidentes, es desnaturalizar la escuela común y hacerla imposilile; y por el contrario, proscribir absolutamente la ense- ñanza de la Religión Católica en las escuelas de un pueblo, en su mayoría católico y en su mayoría dis- puesto a creer que la religión positiva debe enseñarse en las escuelas — y esto cuando en cualquier distrito pueden ser católicos lodos los padres de los niños que asistan a la escuela— es imponer por medio de la coacción, ejercida por el Estado, doctrinas y opinio- nes sobre la tolerancia religiosa y sobre la religión en las escuelas, — que no tendrán raíces ni serán efica- ces mientras no formen parte del convencimiento pro- pio de cada uno. Nuestras opiniones individualei con [206] LA LEGISLACION ESCOLAR respecto a la enseñanza de la religión, positiva en las escuelas las hemos expuesto con algún detenimiento en el capítulo XI de La Educación del Pueblo; pero ellas no obstan a que reconozcamos que esas opiniones no son las que predominan en la mayoría de los habitan- tes del país; y es necesario no olvidar que las leyes se dictan para todo el país y no para noaotros o para los que como nosotros piensan. La transacción que presentamos en el artículo 59, parécenos que debe dar satisfacción a las aspiraciones de todos, al menos hasta donde esto es posible, en el terreno de los hechos prác- ticos. La cuestión de la enseñanza de la Religión Ca- tólica o del catecismo en la escuela no se resuelve con disposiciones generales, sino que queda para ser re- suelta, en cada caso que se presente, por la Comisión de Distrito, con ciertas limitaciones establecidas de an- temano por el Estado y que son indispensables para salvaguardar los derechos de los disidentes. Así, pues, en los distritos donde no haya más que católicos, la Comisión del Distrito podrá establecer que se enseñe el catecismo; pero en los distritos en que haya disi- dentes que a ello se opongan, la enseñanza religiosa sólo podrá darse fuera de las horas de clase y a aque- llos niños cuyos padres presten su consentimiento vo- luntariamente. De esa manera no sólo se hace desaparecer uno de los grandes obstáculos que podrán presentarse para la organización de un sistema de educación común en la República, sino que se lleva la cuestión de la ense- ñanza dogmática en la escuela a ser resuelta por el pueblo mismo, en vez de que la resuelva autoritaria- mente un grupo de ciudadanos, más o menos autori- zados para hacerlo. En cuanto a los resultados, serán más lentos pero más seguros también. Si, como noao« [207] JOSE PEDRO VARELA tros lo creemos, la buena doctrina es la que aconseja no dar raiaeñanza dogmática en la escuela, esa buena doctrina triunfará por medio del convencimiento, a medida que se esparzan las luces en el pueblo. La ig- norancia puede permanecer constantemente en el error; pero la verdad triunfa al fin en toda colectividad ilus- trada, y el triunfo de la verdad se habrá obtenido, no cuando la ley la proclame autoritariamente, a pe- sar de que la desconozca el convencimiento propio de la gran mayoría, sino cuando ella se incorpore, como verdad reconocida, al caudal de conocimientos propios de cada inteligencia y de cada conciencia. Si la imposición de la enseñanza de principios ge- nerales de moral y religión natural responde a exi- gencias que se reconocen como esenciales, en nuestra época, para todos los seres humanos, la imposición de la enseñanza de elementos de Historia Nacional y de Constitución de la República responde a exigencias perentorias de la organización democrático-republicana que rige en nuestro país. No todos los miembros de la comunidad son ciudadanos ; la ciudadanía y su ejer- cicio exigen determinadas condiciones. Entre éstag, ¿no debiera figurar en primera línea el conocimiento, siquiera rudimental, de la Historia patria y de la Cons- titución de la República? Que conozcan los elementos de la Historia nacional, y de la Constitución de la República, es quizás la menor exigencia que puede tener el Estado para con aquellos que con el voto, con el jurado, con el desempeño de todas las fun- ciones públicas que pueden ser llamados a cumplir, van a decidir los destinos de la patria. En cuanto a los elementos de Fisiología e Higiene, y los ejercicios físicos o gimnasia de salón, responden a exigencias primordiales del ser social y de la perso- [208] LA LEGISLACION ESCOLAR nalidad humana en su aspecto físico. Los ejercicios físicos o gimnasia de galón ya que no se tengan ver- daderos ejercicios gimnásticos, son indispensables en la escuela. para el desarrollo físico del niño: imponer- los, como materia obligatoria, es sólo imponer a los padres y encargados de la educación, el deber de no contrariar el desarrollo natural de la criatura humana en la parte física. La coloración viva, la elevada esta- tura, el pecho levantado, y el vigor y la robustez de loa alemanes y anglo-sajones son, en gran parte, re- sultado de los ejercicios físicos en la escuela: y en no pequeña escala debe atribuirse también a la falíta de esos mismos ejercicios en el salón de clase, el color cadavérico, el pecho hundido y las naturalezas débiles y enfermizas que tan a menudo se encuentran entre nosotros. Los elementos de Fisiología e Higiene dan satisfac- ción a las exigencias del ser social y del futuro padre o madre de familia que se incuba en cada niño. Na- die niega al Poder público la facultad de limitar las libertades individuales en los casos de epidemia, para salvar a toda la nación o a una localidad determinada, de los peligros del contagio: el mal se presenta enton- ces con caracteres palpables y causas fáciles de cono- cer por todos: por esa razón todos claman por el re- medio inmediato y a nadie le ocurre que deba sacri- ficarse la vida de millares de habitantes para respetar, hasta en sus últimas consecuencias, la libertad de que gozan los miembros de la comunidad. Y, sin embargo, la estadística de todos los países está ahí para probar con fúnebres y elocuentes cifras, que no hay epidemia alguna, por cruel que sea, que cause más víctimas y arrebate más vidas que la ignorancia de los principios fundamentales de la fisiología y de la higiene. <£n las [209] JOSE PSDRO VARELA comunidades civilizadas, donde las tablas de mortali- dad se han hecho ciencia estadística, se encuentra que más de un quinto^ casi una cuarta parte de la raza humana muere antes de llegar a la edad de un año, y antes de llegar a los cinco años más de la tercera parte de los que nacen han muerto. Sin embargo, des- pués de la edad de dos años, la proporción anual de las muertes disminuye rápidamente. Aquellos niños que han heredado de sus padres constituciones débiles, han desaparecido: y el resto ha escapada a la terrible ma- tanza de la ignorancia que preside a la crianza. La naturaleza parece tomarlos entonces bajo su cuidado; los induce a la actividad y aun les aconseja la desobe* diencia y las estratagemas para conseguir el bálsamo, que tan a menudo se les prohibe, del ejercicio y el aire libre. Pero, aún una gran mayoría de la raza bu- mana muere antes de llegar a la mitad de la edad en que las facultades del cuerpo y de la mente alcanzan su mayor desarrollo. Se supone que antes de la edad de veinte años han muerto la mitad de los hombres: y no es esto todo, ni lo peor, porque una gran porción de los que sobreviven, sufren penas que causan horror con sólo recordarlas. Los enfermos y loa valetudina- rios, en vez de ser aquí y allí un individuo, son hués- pedes innumerables: y es raro encontrar una persona completamente libre de toda lesión orgánica o de las funciones. «En lugar de contribuir con su parte a aquellas pro- ducciones y mejoras con que se sostiene la vida y se alimentan las artes y las fuentes del bienestar, esas cla- ses pesan rudamente sobre sus amigos o sobre la socie- dad. La prosperidad mundana de millares de familias es destruida por la enfermedad o los males de una, cuando no de las dos cabezas de ellas. Los niños se [2101 LA LEGISLACION ESCOLAB hacen huérfanos o se ven privados grandemente de la nutrición y de la vigilancia paternal; y por otra parte, los hijos son arrebatados a sus padres. Y ade- más, aun cuando es cierto que la calamidad de las en- fermedades y aun de la muerte ea nada comparado con el crimen, es cierto también, sin embargo, que las en- fermedades conducen a la pobreza, y que ésta es uno - de los tentadores del crimen; el desarreglo permanente del sistema físico conduce a menudo a satisfacciones viciosas y destructoras, por los apetitos antinaturales que genera, y así la mala salud se hace padre del mal, lo mismo que de las penas físicas. . . . I^os hombres ven su comunidad de interés con bastante claridad cuando la enfermedad se les presenta en la forma de una epid^ia y diezma y vuelve a diezmar una ciudad, deteniendo la corriente de los negocios, distribuyendo a los sanos en torno al lecho de los enfermos o de los moribundos, o arrojándolos aterrados fuera del lugar infestado. Pero en el total de sus periodos de enfer- medad y en el número de sus víctimas, la plaga misma es menos destructora de la vida humana que las ordi« narias y estereotipadas causas de mortalidad cuyo te- mor desaparece por lo familiarizados que estamos con ellas. Es la concentración de los males lo que hace terroríficas las epidemias. Esa concentración pueden percibirla los sentidos del hombre y por eso se sienten aterrados. Pero para los ojos de la razón, es más alar- mante lo que causa mayores males: y es con esos ojos con los que deben mirar el hombre de Estado y el fi- lósofo cuando se detienen a contemplar loa intereses humanos. . . . Ahora bien, nada ha hecho más cierto la ciencia moderna que, el que, ambas, la buena y la mala salud, son resultado directo de causas que están principalmente bajo nuestro controL En otras pala- tal! ] JOSS PEDRO VARELA bras: la salud de la raza depende de la conducta de la raza. La salud del individuo es determinada primera- mente por sus padres y segundamente por él mismo. El crecimiento vigoroso del cuerpo, 8U robustez y su actividad, su poder de resistencia y el largo de la vida, por una parte; y la debilidad, el raquitismo, las enfer- medades y la muerte prematura por la otra; todo está sometido a leyes invariables. Esas leyes son dictadas por la Naturaleza, pero su conocimiento se ha dejado a nuestra diligencia y su observancia a nuestra libre actividad. Esas leyes son muy pocas, y tan simples, que todos pueden comprenderlas, y tan bellas que el placer de contemplarlas, independientemente de su uti- lidad, compensa con usura el trabajo de adquirirlas. Las leyes, repito, son pocas. Sin embargo, las circuns- tancias en que deben aplicarse son excesivamente va- riadas y complicadas. Esas circunstancias abrazan casi toda la infinita variedad de nuestra vida diaria: comer, beber y abstenerse; las afecciones y las pasiones; el exponerse a los cambios de temperatura, a la seque- dad y a la humedad, a los efluvios y a las emana- clones de los animales muertos o de las materias vege- tales que decaen; en fin, abrazan todos los casos eu que los excesos, las indiscreciones o los peligros pue- den producir enfermedades, o en que el ejercicio, la temperancia, la limpieza o el aire puro pueden pre- venirlas. Así, sería completamente imposible escribir un código de reglas y disposiciones aplicables a todos los casos. Así, también, las ocasiones de aplicar las leyea a nuevas circunstancias ocurren ton continuadamente que ningún hombre puede tener un mentor a su lado, en la forma de un médico, o de un fisiólogo, que dirija su conducta en las sucesivas emergencias. Aun el indi- viduo más favorecido, de cien eu noventa casos tiene [2123 LA liEGISLACION' ESCOLAR que prescribir por sí mismo. Y de aquí la impresciii' dible necesidad de que todos los niños sean instruidos en esas leyes, y no sólo instruidos sino que reciban una educación durante el curso del pupilaje, que coló- que las poderosas fuerzas del hábito al lado de la obe- diencia: y que su juicio también se desarrolle y ma> dure bastante para que sean capaces de distinguir en- tre las diferentes combinaciones de circunstancias y adaptar, en cada caso, el régimen a la exigencia». Na- da tenemos que agregar a estas juiciosas y sabias ob- servaciones de Horacio Mann, para justificar la adop- ción de los elementos de Fisiología e Higiene en el programa obligatorio de las escuelas. Establecemos, pues, en ese programa los elementos indispensables para la adquisición de conocimientos, y los conocimientos rudimentales necesarios para dar siquiera la satisfacción más imprescindible a las exi- gencias del ser moral, del ser social y del ciudadano; pero, estableciendo ese mínimum de instrucción, obli- gatoria para todos los niños de la comunidad, la ley deja amplias facultades a las Comisiones de Distrito para formar, sobre esa base, el verdadero programa de cada escuela, ajustándose a las exigencias y respon- diendo a las necesidades y a los medios de que dis- ponga cada locaKdad. El establecimiento de la instrucción obligatoria trae, como natural consecuencia, la fijación de un mínimum de instrucción, y éste exige a su vez que se determine la edad en que ese mínimum de instrucción debe ad- quirirse. De otro modo quedaría ima puerta abierta constantemente al abuso de la ignorancia o del mal proceder intencional, ya que la obligación impuesta por el Estado sería efímera, puesto que podría eludirse siempie su cumplimiento con sólo declarar que se abri- [213] JOSE PEDBO VAREIA gaba la intención de cumplir más tarde con ella. He- mos establecido, pues, la edad de 5 a 15 años para que las autoridades escolares encargadas de hacerlo, hagan cumplir la obligación impuesta por la ley. Fácil es comprender, sin embargo, que el aprendizaje del re- ducido número de materias declaradas obligatorias, está muy lejos de absorber el largo período de diez años que hemos establecido como edad de escuela; y que la obligación impuesta a los niños de recibir ins- trucción, cesa en cuanto hayan adquirido las materias designadas por el poder público; más allá no resta para los padres sino el deber moral, que hablará más o menos alto y con más o menos vigor al espíritu de los individuos y de las localidades, según el grado de ilus- tración y de cultura a que hayan alcanzado. Correlativa de la obligación impuesta a los padres y a los tutores o guardianes de los niños de hacerles aprender, cuando menos, el mínimum de la instruc- ción establecido por el Estado, es la obligación im- puesta a cada localidad de establecer y mantener la escuela en que, cuando menos, se dé a todos los niños que lo soliciten ese mínimum de instrucción. Y de ahí también que sea el Estado quien fije el sistema general de la organización escolar, y establezca cier- tas limitaciones respecto al nombramiento del maestro. Así^ cada localidad puede extender libremente el pro- grama de estudios, y si tiene los medios y lo concep- túa conveniente, puede fundar escuelas de grados su- periores a las estrictamente primarias: pero, esa fa- cultad sólo puede hacerse efectiva después que se haya dado satisfacción a todas las exigencias de enseñanza primaria, derivadas del mínimum de instrucción im- puesto por el Estado. [214] LA LEGISLACION ESCOLAR De Otro modo, si el Estado no estableciera esa limi- tación en las facultades de cada localidad, podría pre* sentarse, y se presentaría el caso de que se extendieran y perfeccionaran los estudios para algunos de los ni- ños, mientras que se dejaría a los demás sin escuela donde adquirir gratuitamente la instrucción primaría. Y asi como se establece para cada localidad la obliga- ción de sostener, cuando menos, la escuela primaria de primer grado, se establece también el mínimum de tiempo que durante cada año debe permanecer abierta la escuela, y cómo deben graduarse las escuelas cuan- do se extienda el programa de los estudios. La facultad de imponer contribuciones para el sos- tenimiento de las instituciones de interés común, resi> de originariamente en la mayoría de los habitantes del Estado, que la ejercen, delegándola, por medio de sus representantes. Así, pues, cuando se autoriza a las mayorías parciales de cada localidad a imponer con- tribuciones para el sostenimiento de la educación, el Estado las arma con un poder que no les pertenece, que pertenece al Estado mismo: es, pues, una conce- sión que hace el poder público, y toda concesión pue- de hacerse con determinadas limitaciones. Las que en este caso establece el Estado son, que las escuelas pri- marias se gradúen para su mejor oi^anización, y que los colegios o escuelas de enseñanza secundaria sólo puedan establecerse por el voto, no de las mayorías de distrito, sino de las mayorías de departamento. En realidad, el Estado no la autoriza para hacerlo, la mayoría de un distrito cualquiera no tendría facultad para imponer a todo el distrito una contribución para el sostén de las escuelas: justo es, pues, ya que se con- cede tan vasto poder a las mayorías locales, que se es- tablezcan ciertas limitaciones en su ejercicio, y esas [215] JOSE PEDRO VARELA limitación^ deben tener por objetivo el que no se impongan contribuciones para el sostén de escuelas que no deban servir a todos. Y por su misma natura- leza la enseñanza secundaria no será nunca popular; ya que cualquiera que sea el nivel a que se elevan los conocimientos generales, se llamará siempre enseñanza secundaria a aquella instrucción que no todos posean. Así, pues, la facultad de imponer contribuciones para el sostén de la escuela se confiere a las mayorías loca- les con estas limitaciones; 1^ Que se mantenga la es- cuela primaria de primer grado, de modo que puedan adquirir la instru(M;i6n obligatoria todos los niños; 2*? Que extendiendo el programa se gradúen las escue- las primarias dividiéndolas, para su mejor organiza- ción, en escuelas primarías, escuelas de gramática y escuelas primarías superíores, o escuelas primarias de primero, segundo y tercer grado; 3* Que el estableci- miento de colegios, o escuelas de enseñanza secunda- ria, sea facultad de las mayorías de departamento, y que para el sostenimiento de colegios, las mayorías locales sólo puedan imponer contribuciones después que la mayoría departamental lo haya resuelto. No hay, a nuestro juicio, en esas limitaciones ataque a ningún derecho, y sí, evidente conveniencia para el mejor arreglo y distribución de la educación pública. Establecida la escuela, fijado el mínimum de tiempo que debe_ permanecer abierta durante cada año y el mínimum de instrucción que en ella puede darse, resta el nombramiento del maestro. Este corresponde a la autoridad local, con la limitación de no poder emplear sino maestros que tengan titulo, encargándose a la Co- misión Nacional y a las Comisiones Departamentales el cuidado de conferir esos títulos, después de hacer sufrir un examen previo a los aspirantes. Hemos hecho [216] LA LEGISLACION ESCOLAR notar, en el capítulo anterior, los graves inconvenien- tes que presenta el nombramiento de maestro por la autoridad central; no tenemos, pues, para qué repetir aquí las razones que aconsejan no confiarle ese nom- bramiento; pero graves inconvenientes ofrecería tam- bién el dejar a las Comisiones de Distrito la facultad de designar el encargado de la escuela, sin poner li- mitación alguna al ejercicio de esa facultad. La apre- ciación de los conocimientos que posee el aspirante a maestro exige cierta preparación especial, ciertos co- nocimientos pedagógicos, que no es razonable suponer puedan encontrarse generalmente en las Comisiones de Distrito. Así, pues, el título sirve de certificado, olor- gado por autoridad competente para juzgarlo, de que el que lo posee tiene los conocimientos y las condicio- nes necesarias para ser maestro; hasta esa certifica- ción llegan la Comisión Nacional y las Comisiones Departamentales; pero en la designación del maestro que debe dirigir la escuela, la autoridad local es so- berana, y elige al que mejor responde a sus exigen- cias, a sus aspiraciones y a sus medios. Resta, por último, una limitación, sin importancia para ellas, impuesta a la soberanía de las localidades. Toda escuela está abierta a los Inspectores, y todo maestro, toda Comisión de Distrito y toda autoridad de educación, está en el deber de transmitir los datos necesarios para que se conozca el estado verdadero de la educación, así en toda la República, como en cada localidad. En un capítulo especial que . dedicare- mos a ese punto, haremos notar la trascendental im- portancia de un sistema regular de inspección, y los medios que se combinan para que esa inspección res- ponda a sus funciones, sin trabar, sin embargo, la [2173 JOSE PXDRO VABKLA independencia legítima de las Comisione^ locales y de los maestros. Así, pues, las reglas generales que señala el Estado como límites dentro de loa cuales ha de agitarse el esfuerzo y la acción de las localidades, son las siguien- tes: 19 Instrucción obligatoria, estableciéndose el míni- mum de instrucción (jue debe recibirse para no violar la ley; 2^ Obligación de que la escuela sea gratuita para todoa loa niños que a ella concurran; 3^ Obligación impuesta a cada distrito de mantener el número de escuelas que sea necesario para dar ese mínimum de instrucción a todos los niños y niñas de 5 a 15 años que residan en el distrito: y fijación del mínimum de tiempo que la escuela debe estar abierta durante el año; 4*? En el caso de extender el programa de estudios, obligación de graduar las escuelas primarias y de se- guir reglas determinadas para el establecimiento de colegios o escuelas de enseñanza secundaria; 5^ Obligación de no emplear en la escuela sino maes- tros que tengan titulo, sea del Estado o sea del De- partamento, y no de un grado inferior a aquel a que la escuela pertenezca; 6^ En el caso de establecer la enseñanza dogmática en la escuela, obligación de respetar los derechos de los disidentes; 7^ Obligación de permitir que la escuela sea ins- peccionada por el Inspector de Sección, de Departa- mento y Nacional, y de transmitir todos los datos que sean solicitados por el cuerpo de inspección respecto al estado de la educación y de la escuela. LA LEGISLACION ESCOLAR Dentro de esos vastos límites la acción, la iniciativa y la voluntad de las localidades pueden agitarse libre- mente para establecer, organizar, mantener y dirigir la éscuela pública, en todos sus grados. Además, respondiendo principalmente a exigencias perentorias del estado de la educación en todos los pueblos de babla española, y mayormente en nuestro país, hemos establecido también que la Comisión Na- cional sea la que tenga la facultad de designar o apro- bar los teictos que han de usarse en las escuelas pu- blicas. Aun después que llegue a tenerse en castellano el número de textos necesarios para responder cum- plidamente a las necesidades de la instrucción pública, todavía el confiar a las Comisiones de Distrito la elec- ción del texto, ofrecerá no pequeños inconvenientes, ya que la falta de idoneidad que las hace incompeten- tes, en la generalidad de los casos, para apreciar los conocimientos del aspirante a maestro, las hará incom- petentes para apreciar la bondad de los textos que hayan de emplearse en la escuela, resultando de aquí que, muy a menudo, será el maestro sólo quien los elija. Pero estos y otros inconvenientes que ofrecería la elección de los textos por las autoridades locales, no son la razón principal que nos ha inducido a con- fiar esa facultad a la Comisión Nacional: es la nece- sidad de hacer posible la formación de nuevos textos abriéndoles mercado por el empleo uniforme que de ellos se haga en toda la República. Los buenos textos en castellano, en casi todas las materias, están aún por escribirse, como lo hemos he- cho notar ya en el capítulo XXXV de La Educación del Pueblo; y si, bajo otros aspectos, mucho hay que hacer para organizar debidamente la escuela pública, bajo ése todo tiene que hacerse, puesto que aun los [219] JOSE PfiDRO VABXLA müy escasos textos buenos que hay hoy en castellano, si de eínplearse hubieran, tendrían que encuadrarse en las series que se prepararan para responder cumplida- mente a las exigencias áe cada una de las materiaá que han de enseñarse. Adoptando, pues, loa mismos textos para todas las escuelas públicas del país, sería posible, en poco tiempo, obtener textos adecuados, ora ofreciendo premios a los que presentaran un bneti texto, o una serie de textos sobre cada materia; u ora fconfiandg la redacción de esos textos a personas de reconocida idoneidad. Mientras que, por el contrarió, si se deja que cada. Comisión local, o aun cada Comi- sión Departamental, designe los textos que han de em- plearse en la localidad o en el departamento, continua- remos por largo tiempo como hasta ahora, siendo la falta de consumo asegurado, causa de que no se escri- ban, traduzcan, o arreglen textos adecuados. No se nos escapan los peligros de abusos y los inconvenientes que puede ofrecer la elección o aprobación de los tex- tos por la Comisión Nacional, que es, en este caso, Ift autoridad central; pero creemos que esos inconvenien- tes y esos peligros son un mal menos grave que lo que sería el continuar durante largo tiempo sin tener textos apropiados para una buena enseñanza. No entendemOil nosotros, sin embargo, ni creemos que deba entenderse de ningún modo, que la facultad de designar los textos que se confiere a la Comisión Nacional, haya de usar- se, como ha usado de ella entre nosotros el Instituto de Instrucción Pública, que por la ley de su creación la poseía. El Instituto ha entendido que debía aprobar como texto todo libro que se le presentaba solicitando su aprobación, y que no tenía nada que en su con- cepto lo hiciese indigno de merecerla. Así, cuéntanae por decenas los textos- de Lectura, de Aritmética, de [220] LA LEGISLACION ESCOLAR Gramática, etc., que han sido aprobados por el Insti- tuto; mientras que entendemos nosotros que por el in- ciso 2^ del artículo 49 de nuestro Proyecto de Ley de Educación Común, la Comisión Nacional deberá elegir y aprobar los textos que deban usarse en las escuelas públicas, de manera que no preste su apro- bación más que a un texto o a una serie de textos de Lectura, de Aritmética, de Composición, etc., siendo éstos los que se empleen en las escuelas públicas, y pu- diendo las escuelas particulares emplear los textos que estimen mejores, hayan sido aprobados o no por la Comisión Nacional para el uso de las escuelas públi- cas. Ese rasgo de centralización completa, ^clavado en un proyecto de ley que tiende, en cuanto es posi- ble, a descentralizar la administración de la educación, es, a nuestro juicio, perentoriamente impuesto, en la actualidad, por las condiciones en que se encuentra la educación del pueblo en nuestro país, y en todas las naciones que hablan el mismo idioma que nosotros. Pero, una vez que lleguemos a tener textos variados y adecuados a las exigencias de una buena educación, el inciso 2^ del artículo 49 deberá suprimirse, con- fiando a las Comisiones locales, con aprobación de las Comisiones departamentales, la facultad de elegir los textos que en la escuela local hayan de emplearse. Hacerlo antes sería arrojar una buena semilla en tierra estéril: la tierra no se hace fecunda porque en ella se deposite la buena semilla, y la buena semilla se pierde por la esterilidad de la tierra. FIN DEL TOMO I [221]